lunes, 3 de agosto de 2020

3 de agosto. Día de la Planificación Familiar. / De vuelta a casa.

3 DE AGOSTO

DÍA DE LA PLANIFICACIÓN FAMILIAR

 

DE

VUELTA

A CASA

 

Danilo Sánchez Lihón

 

 



1. ¡Y será

una reina!

 A los pocos días cuando Sofía ya ha sanado y corretea feliz por la casa, aparece mi tía Zarela elegantemente vestida.

Ella es dueña de muchas haciendas, tiene graneros repletos, caballos y acémilas. Varias sirvientas atienden su casa, pero no tiene hijos.

– Ya saben... –Expresa después de servirse el café–. He venido a llevarme a mi hijita.

Miro a mi padre esperando el «¡No!» rotundo que siempre le ha dado hasta ahora cada vez que pretende llevarse a uno de nosotros.

– Bueno... –Tose nervioso–. ¡Dios te la ha dado!

Mi tía emocionada hunde su cabeza en el cuello de mi hermanita a quien la tiene alzada en su falda, diciendo:

– ¡Por fin tendré una hija totalmente mía! ¡Y será una reina! ¡Ya verán la joya preciosa en que va a convertirse!

Mi madre mira enternecida a Sofía y a mi tía hasta salírsele las lágrimas.

 


2. Me escucho

decir

 Y como la llenan de caramelos, Sofía hasta se despide de nosotros diciéndonos adiós con la manita.

– ¡Pobre mi hermana! –Se conduele mi madre.

– ¿Por qué pobre? –Indago, tratando de que no se me note la cólera.

– ¡No tiene una hija o un hijo a quién dedicar su cariño! ¡Le va a hacer mucho bien tener una hija que también es de su sangre!

Mi papá tiene la mirada perdida.

Más tarde mi madre nos llama a la mesa a comer.

Al principio me hago el sordo. Pero pronto me reclama por mi nombre.

– ¡No quiero comer! –Contesto desde el segundo piso.

– ¿Qué? –Escucho que dicen sorprendidos y al unísono.

Pronto sube mi madre preocupada por la naturaleza y el tono de mi grito.

Cuando la veo venir me oigo decir:

 


3. La salvó

de morir

 – ¡No te acerques mamá! ¡No quiero que me toques ni me roces!

– ¿Qué pasa, hijo?

– ¡Nada! ¡No quiero que me hables ni me toques!

Trata de abrazarme, pero empiezo a patalear hasta caerme y quedarme en el suelo.

– ¡Te digo que no quiero verteeeee!

– Llamaré a tu padre. –Dice entonces enojada y severa.

Mi padre demora en venir. Cualquier intervención de él es muy grave. Y que no deja lugar ni a dudas ni a murmuraciones. Y ya ha venido:

– ¿Qué ocurre? –Me dice pausadamente.

– ¿Por qué has permitido que se lleven a mi hermanita? –Le encaro.

– Tu tía la salvó de morir. Eso tú lo sabes, ¿no es cierto? –Expresa.

 


4. Y

estaría bien

 

– ¡Y eso qué tiene que ver! –Me asombro de escucharme decir.

– La salvó con su ciencia. Y es mejor que viva a que esté muerta, ¿no te parece? –Vacila en decir mi padre.

– No podemos dejar que alguien falte en nuestra casa. –Le digo queriendo argumentar, pero la voz se me quiebra, y las palabras me salen, pero ya casi llorando.

– Bueno, pidió antes de curarla que si la salvaba ella la criaba.

– Es nuestra tía y si sabe curar ¿por qué tiene que cobrarnos de ese modo?

– Bueno, ya es un acuerdo ¡y un compromiso!

– ¡Será tu acuerdo y tu compromiso, pero no el de todos nosotros!

Jamás yo he hablado de este modo a mi padre. Yo mismo me asusto de lo que he dicho.

Se lleva mi padre la mano a la correa. La jala con fuerza, de un tirón, y empieza a enrollarla en torno a su mano, a fin de sujetarla con firmeza. Yo me encojo a recibir la peor cueriza de mi vida. Y estaría bien, pues nunca le he cuestionado de ese modo, ni menos atrevido a responderle nunca a mi padre.

 


5. Y

encogido

 Como tardan en llegar los azotes alzo los ojos y lo veo completamente abatido.

Y antes que diga nada voltea y luego sus pasos resuenan bajando la escalera.

Mis hermanos que han estado detrás de la puerta se acercan.

Y silenciosamente se sientan junto a mí, pegando sus cuerpos al mío compungidos y solidarios, pero sin decirme nada.

– ¡Hijito, vamos a comer! –Suplica mi madre queriendo consolarme–. ¡Te ruego!

– ¡No podré comer, mamá! –Arguyo, pausado, como si todo fuera sombra en mi alma y sintiéndome raro y ya como un extraño–. Déjame estar sólo. ¡Te pido por favor!

Cuando cierro la puerta siento que las lágrimas me bajan hirviendo y empapan mi pecho. Y me echo a llorar con hondos sollozos, peor que si me hubieran pegado.

Pronto las luces de la noche se hacen densas y encogido sobre mis propios brazos me quedo dormido.

 


6. Por las calles

empedradas

 Al otro día me alisto para ir al colegio, tomo desayuno y me voy a clases. A mitad de la mañana el profesor se acerca y me dice:

– ¿Qué te ocurre? ¿Estás enfermo? Te estoy llamando y no contestas. Te he puesto 05 en el registro.

Y es que estaba pensando, pero sólo en mi hermanita. La veía como una de mis tías ricas, soberbia y lejos de las enseñanzas y el ejemplo de mis padres.

En el recreo burlo la vigilancia de la puerta y salgo corriendo rumbo a la casa de mi abuela.

Su empleada tiene a Sofía sobre una hermosa alfombra multicolor, rodeada de lindos juguetes en el corredor del primer patio.

Entro, la cojo a mi hermana y escapo con ella por las calles empedradas.

Corro de un solo tirón las cinco cuadras que distan de la casa, bordeando el pueblo para no pasar por las calles céntricas donde están las tiendas de comercio.


 


7. Otra vez

se la llevan

 Llego acezante, entro por el portón, abro la puerta interior y la dejo en su cama adonde le saco todas mis cosas con que a ella le gusta jugar.

Con mis hermanos menores tratamos de esconderla para que no se la lleven, pero pronto escuchamos golpes en la puerta de la calle.

Es la muchacha que suplica que le devuelvan a la niña, de lo contrario a ella la molerán a palos.

– ¿Qué niña? –Pregunta sorprendida mi madre.

– La niña Sofía que me la ha robado su hermano Fredy.

– ¡Fredy! ¿Has traído a tu hermana? –Indaga, golpeando la puerta del cuarto.

Sofía al escuchar su voz se pone a llorar y le tiende las manitas para que ella la alce. Detrás ha venido mi tía, y así llorando otra vez se la han llevado.

Yo he decidido irme de mi casa. Llegaré hasta el puerto de Salaverry y de ahí en un barco me iré al extranjero en donde nadie me encuentre. Ya lo tengo todo arreglado.


 


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