El terremoto de Lima del 28 de octubre del año 1746
alcanzó el grado 9.0 en la escala de Richter, habiendo sido el más devastador y
el que causó los mayores estragos por las muertes que ocurrieron, la
destrucción que causara en las edificaciones y porque se dio asociado al
maremoto que sepultó a la ciudad del Callao.
Ocurrió a las 10:30 de la noche y duró 4 minutos. Las
crónicas registran que aquella noche felizmente alumbraba la luna. De las tres
mil casas, en las 125 manzanas que se encerraban dentro de las murallas de
Lima, solo 25 se mantuvieron en pie.
Gobernaba en aquel entonces el virrey José Antonio
Manso de Velasco que afrontó la situación con energía, y que montado a caballo
alentó a la población a no huir. Él posteriormente reconstruyó las ciudades de
Lima y Callao, ganando el título de Conde de Superunda, que significa:
constructor sobre las olas.
La Costa Verde de la ciudad de Lima
2.
En el movimiento sísmico de Lima del año 1746 que ha
sido el peor de toda nuestra historia, y en el maremoto del Callao murieron
once mil personas.
De todas ellas y producto de la salida del mar que
asoló a los moradores del Callao se ahogaron 5,000 habitantes sobreviviendo
apenas 250.
La población imbuida de intenso fervor religioso paseó
por las calles en procesión al Señor de los Milagros que desde entonces su
devoción se celebra en el mes de octubre, teniendo el color morado como emblema
y que simboliza lo sagrado.
Bastaría aquel suceso ocurrido en 1746, para que nos
impongamos cada uno de los ciudadanos que habitamos esta ciudad, y todo nuestro
país en general, tener una cultura sísmica que tome en cuenta, y como punto de
partida, todos los elementos de seguridad en la edificación de nuestras
viviendas, su orden, así como toda previsión a fin de evitar mayores desgracias
personales y colectivas.
Piedras que podrían caer a los patios
3.
Previsión de que en nuestras
casas no haya objetos pesados en los lugares altos y que pudieran caer sobre
nuestras cabezas y cuerpos con un movimiento sísmico. He visto al viajar por
los pueblos se colocan hasta piedras grandes y redondas sobre las calaminas de
los techos seguramente para sujetar del viento a las calaminas que se ponen.
Ya que, de cuando en cuando,
asolan estos lares, estas desgracias y calamidades, ante las cuales cabe
anteponer ante ellos previsión y, sobre todo, organización, sentido común y
solidario. Para saber defendernos, ser juiciosos, responsables y tener noción de
servicio.
Respecto a esto mi abuela
Rosa tenía tres frases que siempre la escuchaba repetir. Decía: “Prevenir para
evitar lamentos”, esa era una. Otra, cuya última palabra siempre resultó para
mí encantadora y un enigma pese a que su significado lo sepa, es: “Para
prevenidos no hay acasos”. Y la última: “Más vale prevenir que curar”. ¡Ah, mi
abuela Rosa, con quien de niño tierno siempre fui arisco pero que ahora cada
vez la recuerdo con mayor devoción y cariño!
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