– Don Abelardo,
nadie ya discute que usted es el iniciador de la marinera en el Perú, que usted
escribió la primera marinera que es La Concheperla, y hasta le puso nombre a
este género musical en homenaje a la Marina de Guerra del Perú. Pero también se
refiere que usted captó esos nuevos ritmos que surgían en ese trance histórico
de defender lo nuestro de la codicia e insania de Chile en la Guerra del
Pacífico, y que tuvo muchas dificultades para perennizar la nueva cadencia en
la partitura musical que usted se afanó en que se pusiera, y que no había
manera de hacerlo porque nadie lo quería asumir.
– Es cierto. La
única manera de registrar ese nuevo efluvio o resonancia en relación a los
ritmos anteriores como la zamacueca, el panalivio, la sanguaraña o la mozamala,
que han quedado como ritmos diferentes, pensé que era garantizando su
conservación y vigencia. Y eso solo quedaría perennizado registrándola en
partitura, para que no desapareciera al paso de los años, ni se diluya esa
inspiración surgida del dolor y el quebranto, pero a la vez de intenso vigor y
esperanza, que se sentía en la nueva forma musical donde esos elementos estaban
contenidos. Pero nadie lo quería escribir, todos estaban ocupados en contribuir
con la defensa del país del agresor y en salvar lo que se podía salvar.
2.
Por
dicha
razón
– Pero, se dice
también que había tal desconcierto y desesperación por querer ser distintos,
quizá como mecanismo de defensa, a fin de tener recursos y hasta las cualidades
que tienen otras culturas a fin de no sufrir lo que nosotros estábamos
sufriendo en esos momentos, y tanto así que la inclinación natural era querer
parecernos más a los países europeos que en ese momento aparecían como los más
desarrollados y dominando el mundo en distintos campos y aspectos.
– Sí. Porque recurrí
a Carcelén, a Morales y Arredondo, y todos me miraban. Y después de escucharme
me decían que no tenían tiempo. Pero hubo algunos más francos que me dijeron
que la guerra que habíamos perdido nos enseñaba una lección, cuál es: que
debíamos aprender: ser más occidentales y hasta más europeos, apostando por la
música clásica, a la que consideraban culta. Creían con sinceridad que, si
escribían la partitura de esta música ligada al pueblo llano, al pueblo
sufrido, que es el que verdaderamente luchó, pero al que cuesta reconocerle
méritos, volveríamos al atraso; y ellos perderían prestigio. Y yo andaba por
dicha razón acongojado.
3. Qué
prodigio
– Y, ¿entonces qué
hizo, o qué sucedió?
– El año 1883 leo
una nota en el periódico donde se anuncia un concierto, con el nombre de una
artista para mi desconocida. ¡Primera vez que yo escuchaba ese nombre! Tuve una
corazonada y fui al Teatro Forero y mi sorpresa fue mayúscula, al principio un poco
frustrante debo confesar. Y hasta casi me salgo, abandonando la sala-
– ¿Así? Pero, ¡eso
ocurría en plena guerra!
– Sí.
– Y, ¿por qué casi
se sale?
– ¡Porque el
concierto ¡lo daba una niña! Me quedé ahí casi a regañadientes y por inercia.
Empezó la función, y fue un deslumbramiento total. ¡Qué prodigio! Era además
una niña encantadora, bellísima.
– Debió de ser como
una aparición y un consuelo.
– Estábamos en el
vórtice del holocausto, y ni siquiera saliendo de él, y para mí fue una
revelación de que nuestro pueblo era inextinguible, surgía un Ave Fénix de
entre las cenizas.
4. La fe
en todo
– ¿Quién era?
– No le miento que
tuve que salir varias veces del teatro no solo a enjugar mi llanto y
desaparecer el rastro de las lágrimas que inundaban mis ojos y corrían
inatajables por mis mejillas, sino a llorar de veras con gemidos. ¡Una niña a
quien ver y escuchar nos salvaba de todas las infamias y derrotas! Creo que
después del concierto me quedé clavado en mi asiento por largo rato, sin querer
retirarme, esperando además que todos se fueran porque yo lloraba a lágrima
viva. No. Creo que el concierto más esa noche lo escuché desde los pasillos. Había
llorado en mucho tiempo así que me alivió desahogarme en ese salón vacío y
silente, porque sepa usted que yo estaba anegado de rabia, de rencor y de
cólera por un enemigo abyecto y todo lo adverso que nos había ocurrido. Todo
tan cruel y tan despiadado e injusto, que muchas veces yo me pregunté: ¿Dónde
está Dios? Sentía que mi corazón estaba encharcado de frustración, de desencanto
y odio hirviente. Y esa noche al escuchar a esa niña yo quise llorar a rienda
suelta. Y así lo hice. Pero lloré esta vez de gratitud. Porque esto me devolvía
la fe en todo. Fue para mí un milagro.
Lima, durante la guerra con Chile
5. Y fue
asombroso
– Don Abelardo, llore
nomás, sin recelos. Conmigo no tenga escrúpulo en llorar otra vez, dado que yo
lloro también con usted. Porque creo que después de nuestra sangre lo más
precioso que podemos ofrendar a las causas nobles de la vida, y a los demás, es
nuestras lágrimas.
– Discúlpeme,
discúlpeme. Yo creía que ya había llorado lo suficiente, pero veo que es
inagotable este sentimiento. Pero el recuerdo de esa niña me conmueve
sobremanera, porque yo pensé que ya todo estaba perdido.
– Todo un símbolo,
¿no? Siendo una niña.
– Algo sin par, que
eso ocurriese en ese momento. Y después de escucharla me di cuenta que habíamos
nacido de nuevo y éramos de a verdad eternos. Ahí me quedé. Y aconteció que
cuando yo pensé que ya nadie había en el teatro, que todos se habían ido, ella
estaba ahí en el escenario, sentada en el piano al cual apenas alcanzaba y
desde donde me observaba. Hasta allí me vio avanzar tambaleante. ¿Cómo ella me
había ubicado y distinguido?
– Se trata de Rosa
Mercedes Ayarza, ¿no es cierto?
– Sí, de ella.
Rosa Mercedes Ayarza
6. En
capitales
y aldeas
– Todo esto es un
milagro y un prodigio. Había pedido que todos la esperasen en el camerino. Y me
estaba esperando. Yo me acerqué y no sé qué le dije, pero lo único que sí
recuerdo, y estoy consciente de ello, es que empecé a canturrearle la
Concheperla, la Marinera que nadie había querido escribir en el pentagrama.
– Usted la cantaba.
– Sí, para no
olvidarme. Y buscando quien la escriba. Y esa niña allí mismo, en el escenario
vacío en donde había actuado esa noche apoteósica, mientras me escuchaba, la
fue interpretando en el piano en donde estaba sentada, en pleno teatro a esa
hora ya desolado. La Marinera tenía letra mía y melodía de José Alvarado, de
“Alvaradito” como le decíamos. Y fue asombroso, cómo esa niña, que era un ángel
de belleza, la fue dando forma en el piano. Así nació la concheperla.
– Y que ha pasado
más de un siglo y es la marinera, don Abelardo, que se interpreta y se baila en
las finales de los concursos nacionales de marinera, y se interpreta en todas
las retretas que se toca como culminación de fiesta en toda plaza, sea de
capitales o de aldeas pequeñas de este su Perú eterno.
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario