miércoles, 7 de octubre de 2020

7 de octubre. Día de la Marinera. / Cómo nace la Concheperla.


7 DE OCTUBRE 
DÍA DE LA MARINERA 

CÓMO NACE 
LA 
CONCHEPERLA 
ENTREVISTA A DON 
ABELARDO GAMARRA 

Danilo Sánchez Lihón 



Abelardo Gamarra, El Tunante


1. Nadie 
lo quería escribir

 

– Don Abelardo, nadie ya discute que usted es el iniciador de la marinera en el Perú, que usted escribió la primera marinera que es La Concheperla, y hasta le puso nombre a este género musical en homenaje a la Marina de Guerra del Perú. Pero también se refiere que usted captó esos nuevos ritmos que surgían en ese trance histórico de defender lo nuestro de la codicia e insania de Chile en la Guerra del Pacífico, y que tuvo muchas dificultades para perennizar la nueva cadencia en la partitura musical que usted se afanó en que se pusiera, y que no había manera de hacerlo porque nadie lo quería asumir.

– Es cierto. La única manera de registrar ese nuevo efluvio o resonancia en relación a los ritmos anteriores como la zamacueca, el panalivio, la sanguaraña o la mozamala, que han quedado como ritmos diferentes, pensé que era garantizando su conservación y vigencia. Y eso solo quedaría perennizado registrándola en partitura, para que no desapareciera al paso de los años, ni se diluya esa inspiración surgida del dolor y el quebranto, pero a la vez de intenso vigor y esperanza, que se sentía en la nueva forma musical donde esos elementos estaban contenidos. Pero nadie lo quería escribir, todos estaban ocupados en contribuir con la defensa del país del agresor y en salvar lo que se podía salvar.

 


2. Por

dicha razón

 

– Pero, se dice también que había tal desconcierto y desesperación por querer ser distintos, quizá como mecanismo de defensa, a fin de tener recursos y hasta las cualidades que tienen otras culturas a fin de no sufrir lo que nosotros estábamos sufriendo en esos momentos, y tanto así que la inclinación natural era querer parecernos más a los países europeos que en ese momento aparecían como los más desarrollados y dominando el mundo en distintos campos y aspectos.

– Sí. Porque recurrí a Carcelén, a Morales y Arredondo, y todos me miraban. Y después de escucharme me decían que no tenían tiempo. Pero hubo algunos más francos que me dijeron que la guerra que habíamos perdido nos enseñaba una lección, cuál es: que debíamos aprender: ser más occidentales y hasta más europeos, apostando por la música clásica, a la que consideraban culta. Creían con sinceridad que, si escribían la partitura de esta música ligada al pueblo llano, al pueblo sufrido, que es el que verdaderamente luchó, pero al que cuesta reconocerle méritos, volveríamos al atraso; y ellos perderían prestigio. Y yo andaba por dicha razón acongojado.


3. Qué

prodigio

 

– Y, ¿entonces qué hizo, o qué sucedió?

– El año 1883 leo una nota en el periódico donde se anuncia un concierto, con el nombre de una artista para mi desconocida. ¡Primera vez que yo escuchaba ese nombre! Tuve una corazonada y fui al Teatro Forero y mi sorpresa fue mayúscula, al principio un poco frustrante debo confesar. Y hasta casi me salgo, abandonando la sala-

– ¿Así? Pero, ¡eso ocurría en plena guerra!

– Sí.

– Y, ¿por qué casi se sale?

– ¡Porque el concierto ¡lo daba una niña! Me quedé ahí casi a regañadientes y por inercia. Empezó la función, y fue un deslumbramiento total. ¡Qué prodigio! Era además una niña encantadora, bellísima.

– Debió de ser como una aparición y un consuelo.

– Estábamos en el vórtice del holocausto, y ni siquiera saliendo de él, y para mí fue una revelación de que nuestro pueblo era inextinguible, surgía un Ave Fénix de entre las cenizas.

 


4. La fe

en todo

 

 – Pensé entonces: ¡qué pueblo para inmenso y supremo el nuestro! Y esa niña era un ángel. Y un portento de virtuosismo musical. Habíamos perdido todo y la economía era una catástrofe, sin embargo: ahí estaba esa niña como una redención.

– ¿Quién era?

– No le miento que tuve que salir varias veces del teatro no solo a enjugar mi llanto y desaparecer el rastro de las lágrimas que inundaban mis ojos y corrían inatajables por mis mejillas, sino a llorar de veras con gemidos. ¡Una niña a quien ver y escuchar nos salvaba de todas las infamias y derrotas! Creo que después del concierto me quedé clavado en mi asiento por largo rato, sin querer retirarme, esperando además que todos se fueran porque yo lloraba a lágrima viva. No. Creo que el concierto más esa noche lo escuché desde los pasillos. Había llorado en mucho tiempo así que me alivió desahogarme en ese salón vacío y silente, porque sepa usted que yo estaba anegado de rabia, de rencor y de cólera por un enemigo abyecto y todo lo adverso que nos había ocurrido. Todo tan cruel y tan despiadado e injusto, que muchas veces yo me pregunté: ¿Dónde está Dios? Sentía que mi corazón estaba encharcado de frustración, de desencanto y odio hirviente. Y esa noche al escuchar a esa niña yo quise llorar a rienda suelta. Y así lo hice. Pero lloré esta vez de gratitud. Porque esto me devolvía la fe en todo. Fue para mí un milagro.

Lima, durante la guerra con Chile


5. Y fue

asombroso

 

– Don Abelardo, llore nomás, sin recelos. Conmigo no tenga escrúpulo en llorar otra vez, dado que yo lloro también con usted. Porque creo que después de nuestra sangre lo más precioso que podemos ofrendar a las causas nobles de la vida, y a los demás, es nuestras lágrimas.

– Discúlpeme, discúlpeme. Yo creía que ya había llorado lo suficiente, pero veo que es inagotable este sentimiento. Pero el recuerdo de esa niña me conmueve sobremanera, porque yo pensé que ya todo estaba perdido.

– Todo un símbolo, ¿no? Siendo una niña.

– Algo sin par, que eso ocurriese en ese momento. Y después de escucharla me di cuenta que habíamos nacido de nuevo y éramos de a verdad eternos. Ahí me quedé. Y aconteció que cuando yo pensé que ya nadie había en el teatro, que todos se habían ido, ella estaba ahí en el escenario, sentada en el piano al cual apenas alcanzaba y desde donde me observaba. Hasta allí me vio avanzar tambaleante. ¿Cómo ella me había ubicado y distinguido?

– Se trata de Rosa Mercedes Ayarza, ¿no es cierto?

– Sí, de ella.

 

Rosa Mercedes Ayarza


6. En capitales

y aldeas

 

– Todo esto es un milagro y un prodigio. Había pedido que todos la esperasen en el camerino. Y me estaba esperando. Yo me acerqué y no sé qué le dije, pero lo único que sí recuerdo, y estoy consciente de ello, es que empecé a canturrearle la Concheperla, la Marinera que nadie había querido escribir en el pentagrama.

– Usted la cantaba.

– Sí, para no olvidarme. Y buscando quien la escriba. Y esa niña allí mismo, en el escenario vacío en donde había actuado esa noche apoteósica, mientras me escuchaba, la fue interpretando en el piano en donde estaba sentada, en pleno teatro a esa hora ya desolado. La Marinera tenía letra mía y melodía de José Alvarado, de “Alvaradito” como le decíamos. Y fue asombroso, cómo esa niña, que era un ángel de belleza, la fue dando forma en el piano. Así nació la concheperla.

– Y que ha pasado más de un siglo y es la marinera, don Abelardo, que se interpreta y se baila en las finales de los concursos nacionales de marinera, y se interpreta en todas las retretas que se toca como culminación de fiesta en toda plaza, sea de capitales o de aldeas pequeñas de este su Perú eterno.

 


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