Que se tornara incendio, nube y viento, con la torre de mando en llamas
y a sus pies en la inmensidad el océano que ahora lleva su nombre.
E ignición al fondo del pecho y grito apasionado en la médula del hueso y
en el meollo del alma que llevamos quienes estuvimos ahí, en cada hebra
flameante de nuestra bandera.
Porque a partir de entonces tenemos con él un puesto de combate en
aquella torre y un sitio en la eternidad, adonde hemos llegado.
En la punta de la flecha de aquella nave insigne con la bandera
tremolante en lo más alto.
El Monitor Huáscar
2. El mucho
amor
¡A convertirnos en alba que por sí sola se anuncia! ¡A ser despertar y
amanecida!
Y nos enseñaste a salvar vidas, a ser indulgentes y compasivos en las
horas en que lo bestial se exacerba. Y a mirar noblemente lo protervo y
siniestro.
A mirar alrededor con mirada piadosa y paterna. Y ser indestructibles
por inercia propia.
¡Porque tú combatiste no por odiar sino por defender y por el mucho amor
que rebozaba en tu ánimo y temple!
En esa nave que era un bólido, un cometa, una bola de fuego. O un
relámpago que sueña. ¡Y se ha quedado así para siempre!
3. Eso queda
marcado
Porque el relato más atroz que todos hemos escuchado de niños es el de
Caín, matando a su hermano Abel.
Y ninguno podíamos creer que eso lo hiciera su hermano y con tanta
inquina, depravación y perfidia.
Y más aún por una razón tan vil que resulta incomprensible: cual es
apoderarse de los bienes materiales y de riqueza que si no les pertenece sencillamente
lo están robando.
En el caso en el que a ti te tocó morir la razón era el botín. Y por
algo peor: la envidia, como en Caín. Porque Abel era bueno, y era fiel a Dios,
como lo eras tú.
¿Hay algo atávico en este odio? Y eso queda marcado para siempre. Pero,
por la ignominia con que actuaron me pregunto: ¿eran realmente hermanos?
4. ¿Cuál
el sentido?
Porque sinceramente no creo que quienes nos atacaran fueran hermanos. Ni creo que eran vecinos, porque a los
vecinos se los respeta. Y mucho más si a ellos prodigamos consideración y
cariño, incluso hasta ahora.
No creo que fueran seres humanos las hienas que luego asesinaban heridos
en los campos de batalla.
Y que pronto se atacaron entre ellos mismos, como ocurrió en el incendio
de Chorrillos, en donde murieron mil de sus soldados, borrachos de inquina y
disputándose posesionarse de algo.
Asesinados ellos mismos con sus propias armas. Y, como en el mito
bíblico de Caín, con la quijada de burro como es el corvo chileno.
Pero, ¿cuál fue la razón principal? ¿Cuál el sentido de todo aquello?
¿Únicamente la codicia o la disputa de la presa en el pillaje? ¿O la envidia,
que es más infernal todavía? ¡Retorcido e insondable saberlo!
5. Cara
a la eternidad
Pero ya no tanto interesa lo que ellos fueron y son, sino lo que nosotros
fuimos y somos esencialmente.
Y en eso, don Miguel Grau, eres paradigma y epopeya: valentía,
generosidad y esperanza plena.
Porque antes de partir a tu última incursión habías dicho: «Si el
Huáscar no regresa victorioso, yo tampoco volveré». Esa fue su promesa. Ese es
su juramento.
Por eso estamos esperando tu regreso victorioso, con las banderas
virginales e inhiestas.
Desde entonces tú estás de pie en la proa de nuestra nave que es él
Perú, porque tú moriste luchando cara al infinito.
Y cuando es así no se muere nunca. Cara a la eternidad, desde donde
siempre se vuelve.
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario