Max
Silva Tuesta, eminente psiquiatra peruano, era uno de los seres flechados por
César Vallejo, quien tenía el corazón atravesado por el darlo de su poesía. Era
su fantasma interior, de quien tenía siempre una frase, un verso o un pasaje de
su obra que era un descubrimiento íntimo, absoluto y esencial. Era el ser al
cual más se refería, así como a Georgette de quien fue amigo y devoto.
Con su
propio pulso copió varias veces la poesía completa de César Vallejo con una
letra fina, apretada y pareja en unos libritos pequeños que él mismo preparaba
y empastaba para luego obsequiarlos a personas entrañables.
La
última vez que estuvo en París al regresar me confesó más o menos así: “Estuve quince días y me moría de pena, pese
a que tenía todo. Viajé invitado, con mi mujer y no me faltaba dinero. Allí
comprendí que hay otra heroicidad en César Vallejo, cuál es el haber soportado
allí quince años y en las condiciones más desfavorables y atroces.”
2. Desvelado
por el enigma
En Max
Silva, César Vallejo fue siempre su asombro, su alter ego, que hizo de él un
vallejista imprescindible, raigal y a fondo, pero a la vez impresionista, que
escudriñaba los gestos y actitudes del poeta, como por ejemplo la manera de
coger la copa de vino.
Manera
de alzar la copa que él llegó a imitar a la perfección y así se servía él cada
vez que brindaba por la vida. Manifestaba que lo que más hubiera apreciado en
la vida es haber conocido en persona a César Vallejo.
Y solía
preguntarse a cada momento: “¿Qué hubiera dicho y hecho Vallejo si hubiera
estado aquí? Era un ser desvelado por el enigma.
En el
viaje que hicimos a Santiago de Chuco en algún momento quiso bajarse y hacer en
homenaje a César Vallejo el camino a pie. No lo dejé porque el corazón le latía
fuertemente.
Max Silva Tuesta
3.
Muerte y
resurrección
Un
rasgo en él que yo admiré mucho es que era un hombre catador de la palabra
exquisita, que las seleccionaba, revolvía y jugaba con ellas. Un hombre
sensible a lo bello, a lo hermoso y pletórico.
Una
persona que deparaba una amistad fraterna y fervorosa. A quien le fascinaba a
Max el tema de la seducción, del poder, de la fantasía. Y de ironizar de manera
fina, elegante, con mucha sutileza. Ingenuo, frágil y tembloroso.
Viajamos
juntos a Santiago de Chuco, pasamos días hermosos en la fiesta del Patrón en
Santiago de Chuco. Las autoridades lo hicieron jurado de la corrida de toros en
lo cual era un consumado conocedor.
Era un
hombre de ritos y detalles. Tengo en mi biblioteca sus libros “Hotel sementerio”, “La memoria peligrosa”, “César
Vallejo: muerte y resurrección” y “Psicoanálisis de Vargas Llosa”. He aquí
la dedicatoria en el primero de ellos: “Para
Danilo, que estoy seguro conoció y gozó a Caresanta. Max Silva, junio 2001”.
Dedicatoria que me hace mucha gracia, como también me sonroja.
4. Niños
como tú
Y en el
cuarto libro mencionado, escribió: “A
Danilo, por haber conseguido que mi madre –a quien adoro como Vallejo adoraba a
la suya- regale a la vida su última sonrisa. 12 de marzo 2006.”
Pero he
aquí un ejemplo de cómo escribía Max de cómo él fabulaba, texto en donde
encuentro un símil a su profesión y a su vida, titulado “Las tres preguntas”:
– MADRE –dijo
Jacín–, ¿por qué la piedra es dura, está siempre sola y no contesta cuando se
le habla?
Cleofé, que era
una de las pocas madres que quedaban todavía de la Edad de Oro maternal, de
cuando inventaban cuentos para mantener contentos a sus hijos, respondió:
– La piedra es
así, dura, solitaria y silenciosa desde la vez que, niños como tú, la
ofendieron.
– ¡Mentirosa!
–exclamó Jacín.
Lamas, lugar de nacimiento de Max Silva
5. Las tres
preguntas
– Ahora verás
si miento –dijo ella–. De los que menos esperaba, de los niños, la piedra
recibió la ofensa que endureció su forma.
– ¡Mentirosa!
–volvió a exclamar el niño.
Y la madre,
volvió a decir:
– Ahora verás
si miento. Las piedras, antes, hace mucho tiempo, eran amigas de los niños.
– ¿Amigas?
–preguntó Jacín, escapándosele un suspiro.
– Sí, amigas,
muy amigas. Sumisas, en todo les satisfacían, con tal de verlos contentos. Un
día, los niños quisieron ver qué escondían en su interior. Esto fue lo único
que ellas rechazaron: mostrar su intimidad. Por eso, por cada golpe recibido,
se endurecían más y más, hasta volverse impenetrables.
Max Silva Tuesta
6. ¿Y qué es
la intimidad?
Algunas,
exhaustas del dale y dale de los niños, se partieron, pero la intimidad ya se
había refugiado en los porosos escondrijos de cada piedra.
El niño,
pensativo, sin comprender muchas cosas, preguntó:
– ¿Y qué es la
intimidad?
– La intimidad
es la guardería de los secretos de cada uno, donde sólo puede entrar uno mismo
–contestó la madre.
Jacín siguió
sin comprender, aunque dentro de sí repitió, una y otra vez, "donde sólo
puede entrar uno mismo". Arriesgando algo, ni él sabía qué, inquirió:
– ¿Y en tu
intimidad, mamá, yo podría entrar?
Ante esto,
Cleofé se tornó dura, solitaria y silenciosa, como la piedra que vivía en la
orilla del río Amoray.
Max Silva Tuesta
7. Con quien
se han abrazado
Max convirtió
muchas cosas de la realidad en fetiches acerca del poeta César Vallejo. La
parte principal de su casa lo había acondicionado como Mural Vallejo. Hacía
empastar ediciones de algunos libros del poeta como ediciones únicas y propias.
Desde
la psiquiatría ha hecho aportes importantes para la comprensión de su vida y se
su obra. Así sus estudios acerca de “El complejo de Tántalo en la poesía de
César Vallejo”. “El complejo de Edipo en Vallejo”. Y su artículo que creó tanta
polémica: “Tipos de Vallejistas” que revela tanta prolijidad, erudición y
sapiencia.
Creo
que ahora el camino que quiso hacer a pie a Santiago de Chuco ahora lo está haciendo,
pero en una dimensión trascendente, porque su mente y su espíritu estaban
puestos en lo incógnito, misterioso e inabarcable. Creo que ya alcanzó a
conocer en presencia a César Vallejo con quien se han abrazado fuertemente.
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