martes, 24 de noviembre de 2020

24 de noviembre. 22, Día del Músico. / Bendito el pueblo que canta.


24 DE NOVIEMBRE 
22, DÍA DEL MÚSICO 

BENDITO 
EL PUEBLO 
QUE CANTA 

Danilo Sánchez Lihón 



Serenata. Pintura de Mario Urteaga


1. Serán 
algún día 

Bendito el pueblo que canta. Donde los seres nacen para querer, amar y adorar.

También para condolerse del hermano que sufre y del mundo que da tumbos. ¡Y ese es mi pueblo!

Por eso, en él se canta amores presentes, otros idos y otros quizá solo posibles.

Que se sueñan y adivinan bajo los aleros y bajo el cielo estrellado cuando alguien se queda repentinamente arrobado.

Que rozan sus alas en la penumbra de las fondas, en las guitarras cuando bordonean quejidos.

Que se hacen evidentes en el temblor de los sentimientos, el vibrar de las pasiones, ¡Como también en la agonía de las ausencias y separaciones!

Amores que se cantan por lo que son, han sido, y otros que tal vez serán algún día. O no lo serán nunca.

 

Serenata. Detalle de la pintura de Teodoro Núñez Ureta


2. Rodar

por el vacío

 

A eso se alude, con exclamaciones graves o agudas, urgentes, compulsivas o lentas.

Con voces dichas como susurro o alarido, gozosas o desconsoladas. Todas hondas, transidas y sublimes en las serenatas.

Donde se dedican endechas y trovas a los balcones detrás de los cuales imaginamos que alguien duerme y con el canto despierta.

Y en ellas se impregna el último aliento y latido de nuestros corazones por la vida. La de los amores imposibles y que es lo que más nos conmueve en esta banal existencia.

Lo que no fue, lo que no se produjo ni existió. Ni jamás será, se canta en las serenatas.

Y para conjurarlos se cantan yaravíes, tristes y serranitas que es lo más desgarrador que jamás se haya oído.

Y allí se lo dice ya sin inhibiciones ni recatos, dejando el alma expuesta al más leve soplo, indemnes o decididos a rodar por el vacío y hacia la muerte.

 

Aunque es presente ya es olvido

3. Fuego

profundo

 

Por sentir y amar tanto y de ese modo no hay reserva ni pudor alguno. Al contrario ¡qué viva, la expiación, el tormento y la muerte.

Y, ¡clamo mi compasión! Y levantando la copa del dolor brindo por ti eternamente, ¡Y qué viva mi sufrir!

Donde se dicen y entonan letras afligidas, que confiesan pesadumbres, desilusiones y congojas.

Y que causan un amor truncado, o no cumplido. O que solo aletea en el espacio también estremecido de la ilusión, que, aunque sea así vale la pena seguirlo sufriendo.

Se deja al descubierto y sin sonrojo un corazón atribulado que rezuma lamentos desde una entraña lastimada. Así como yo mismo lo he cantado desde el empedrado hacia un cielo colmado de estrellas:

Quisiera estar presente
el día de mi entierro
para ver si entre la gente
están los que yo más quiero.

 

Serenata por los cuatro barrios en Santiago de Chuco


4. Es

el desgarro

 

Y para seguir introduciéndonos puñales en el alma, con las siguientes estrofas:

Quisiera estar conmigo
en mi última morada
para tener un cariño
Donde nadie tiene nada... 

Ay la vida, se me está yendo
como se fue mi suerte, poco a poquito,
pero eso no me hará llorar
A mí jamás me acobardo la muerte

El olvido, lo que si me hace temblar
es el olvido. Llegar el día en que no
me han de recordar pobre de mí
ni mis seres más queridos. ¡Ay la vida!...

¡Ay, la vida! Es el desgarro. Donde las canciones dejan sentir corazones abrasados en el fuego de una emoción profunda de arrobamiento, devoción y cariño.

 

En todo deja el alma herida


5. Al borde

de los caminos

 

Y todo esto se canta. Se canta hasta en la penumbra de una choza al borde de un abismo, con voces altas, rijosas y dolientes.

Se canta con el alma que pende de un hilo: valses y marineras, huaynos y pasillos, pasacalles y tonderos.

Donde las canciones son cofres, urnas y baúles. Donde el amor transido, tembloroso y desgarrado se desgrana, escancia y acrisola.

Son los cantares aquellos con los que se bebe hasta embriagarse en las posadas alzadas al borde de los caminos que son a la vez galaxias o abismos.

Quizá para que los fantasmas y las esencias de los amores que se convocan, ya se hayan hecho eternos.

O bien, ya sean verdaderos y equivocados, se levanten desde los lugares desconocidos e impenetrables donde moran y se estén aquí quedos.

 

Serenata por los cuatro barrios en Santiago de Chuco


6. El imposible

que quiero

 

Aunque con ojos lagrimeantes. Y esta vez quieran dejar de padecer tanto y traten de arrojarse hacia las sombras insondables de la vida. O en un gesto de arrebato arrojarse a los barrancos.

Se sufre, ¡cómo no! Se sufre por el infinito que ha flechado nuestros corazones. Y por las quimeras, utopías y mundos inalcanzables:

Un imposible me mata
por ese imposible muero,
imposible que consiga
el imposible que quiero.

Unos ojos me miraron
por unos ojos yo muero
esos ojos han de ser
de mis males el remedio.

Ayayay, blanca palomita
tú me has robado el alma,
todita y toditita.

 

 Bendito el pueblo que canta


7. Nacer
para adorar

 

¡Ah, serenatas de mi comarca! Flor herida, como la reconozco, la nombro y la exalto. Que las he vivido, cantándolas despierto como también a tientas.

Dichas hacia el cielo anubarrado, sin luna ni luceros en el hondón de infinito que nos envuelve y abraza.

O dichas con luna llena que brilla entre nubes iluminadas de blanco, asomándose conmovida, o escondiéndose también a enjugar sus lágrimas.

Serenatas que las he padecido sin saber que la muchacha a la cual estaba dirigida oyó todo mi dolor o siguió dormida.

Que se han quedado allí en mi aldea adonde yo volveré a cantarlas esté vivo o esté muerto, a entonarlas de nuevo o bien animoso o cuando ya esté yerto.

Por eso, a mí mismo me digo:

Bendito el pueblo que canta. Donde los seres nacen para querer, amar y adorar.

 

Fotos 4, 6 y 7

Jaime Sánchez Lihón


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