Para siempre imborrable hasta el día de hoy y hasta el
día en que muera, y más allá si es posible todavía, quedan su falda en el batir
del viento, su blusa y su trenza suelta sobre sus hombros ingenuos.
Para siempre imborrables su rostro ungido y sagrado como
de virgen.
¡Porque no hay nada más hermoso o profundo que la
imagen de la mujer en su dimensión mística, transida y sagrada!
Quien ha marcado para mí el mundo andino en que yo
naciera. Ha signado mi pueblo, mi calle, mi esquina.
Y cada alero de las casas que son sus alas, como cada
teja sus élitros y plumas.
Y su falda de niña y de madre profunda es el cielo que
cubre mi aldea. De madre comprometida. De protectora y abrigadora mía, ¡niña
mía del alma!
2. Herido
por los caminos
Yo la vi de niña y me es inconfundible. Quizá yo la he
concebido. ¡Y es ella en la dimensión de mi inmenso anhelo y de mi pena!
Ella resume toda utopía y es exacta a lo excelso. Imposible
que en esto me confunda o equivoque. ¡Sé lo que es ella! ¡En esencia, en
presencia, y en confidencia!
Su boca que nunca he besado ni ha pronunciado mi
nombre, y que es mejor que así haya sido para que nada la haya rozado, será lo
que yo busque, y ella espere pronunciar cómo me llamo en la eternidad adónde
vamos.
Los besos que no nos dimos, es mejor que haya sido así;
porque los anhelaré para siempre hasta el infinito por donde yo vaya.
Y el anhelo de volver a verla sea igual al anhelo de
volver a mi pueblo nativo no importa hecho astillas y roto a pedazos. Y herido
yo por los caminos de regreso por donde pase.
3. En lo alto
de las tapias
Y es eso exacto decirlo. Solo ella se compara y se
parece, como es en verdad, al impulso indetenible que siento de volver a mi candil,
a mi teja y a mi velador de infancia.
Seguro ya polvoriento y destartalado en algún rincón
de la nada en que se convierte todo, y nos convertimos nosotros.
Como es idéntico el impulso de volver a solo mirarla. Y
el solo contemplarla se parece al anhelo de quedarme dormido contemplando los
tejados.
Al pie de los cuales ella mora y que es lo único que
me queda para salvarme.
Y a reconocerla allí con toda mi ansia, mi desvelo y
mi pena. E imaginarme de nuevo, inocente, con todo mi destino por delante.
De allí que sea su rostro el que se posa en lo alto de
las tapias y de las torres de los campanarios de todo pueblo andino por donde
yo pase.
4. Luz
del alba
De allí que sea su imagen la que vea más allá y más arriba
de las copas de los árboles y de las cumbres de los cerros en lontananza.
La mies que reboza en las parvas es el llanto de
alegría con que me espera.
El aire que vibra y se sostiene sobre los abismos es
su manera de hacerme sentir que todo de ella es mío y me pertenece.
El vuelo de las aves es su manera de llevarme a donde
sea a fin de estar juntos.
El ondular de las espigas del trigo en las colinas en
la tenue luz del alba es el vuelo de su pollera.
Y cuando el viento las mueve suavemente siento que
sale a mi encuentro y hasta baila conmigo.
5. Dulce
y misteriosa
Ella es una sombra dolorida en el fondo de mis horas
tristes cuando todo me hace falta.
Es el ladearse de la teja en la techumbre; es el
regazo de una puerta, se viva o no se viva tras ella. Son las hierbas en lo
alto de los muros cuando la tarde está quieta.
Yo la reclamaré a mi Dios cuando muera. A nadie más.
Que me la devuelva. Y tengo el argumento de no haber dejado de pensar en ella
un solo día. Y eso él lo sabe.
Es la deuda que se tiene conmigo. Y alguien tiene que
pagarla.
Es el panal de miel en el árbol cuando a solas lo
encontramos. Es la ofrenda que me hace empapándose los dedos, y acercándolos a
mi boca para que yo la pruebe.
Dulce y misteriosa como el reventar de los senos de
una niña cuando crece y a sí misma se descubre.
6. Y,
¿por qué?
No me quejo ante Dios, porque todo a él lo sabe,
porque además yo le cuento.
¡Y como nunca, en esto soy lo más verdadero!
¡Porque él ha estado ahí viéndolo todo con tus ojos
transparentes!
Y donde ella es como un ángel, como una virgen
transida.
Y él me ha respondido:
– Si crees en ella, entonces puedes esperar a verla
algún día.
– ¿Verdad, Dios?
– Si perseveras. Si la buscas con ahínco y afán sin
límites, sí.
– Y, ¿por qué?
– Porque es la mirada la que constituye el encuentro supremo.
7. Por eso
vuelvo
De allí que tenga que pelear el mundo. Pelear la vida.
Hasta saber que he vencido.
Es ella es el olor del adobe cuando llueve. El de la
soguilla mojada de la escalera cuando queda a la intemperie.
El de la tierra cuando germina.
Es la curvatura de los techos cuando han envejecido.
El ángulo debajo de la cumbrera donde se guardan los granos de las cosechas.
Y los vestigios que quedan de todo lo que fuimos, de
lo vivido y no vivido.
Es el rellano de la escalera cuando nos detenemos a
mirar las colinas y las cumbres de los cerros lejanos cuando lloramos.
Por eso vuelvo a mi tierra cada tarde cuando el sol declina.
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede
solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Ediciones Capulí:
capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
DIRECCIÓN EN FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
https://www.facebook.com/capulivallejo
*****
Teléfonos:
393-5196 / 99773-9575
Si no desea seguir recibiendo
estos envíos
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario