Una limpidez y dulzura infinita invade el alma cuando pensamos que nuestros pasos van rumbo a Cachicadán.
¿Será por el camino pródigo
para ir hacia él? ¡Y que se abre como las alas de una mariposa alucinada!
¿O será por sus flores que se
extienden por sus laderas en matices de azules, gualdas, fucsias? ¡Y del color
del alba, que he visto y vivido, pero no sé nombrarlo!
¡O será por su aroma a anís,
a manzanilla, a yerba buena! ¡Y al vaho de su tierra humedecida!
Rodeado de una eclosión
telúrica, amanece y anochece entre sus campos sembrados, aquí y allá, de maíz,
trigo, cebada y huertos de repollos, cebollas y cilantros.
¡De trinitarias y zarzamoras
que hacen una combinación de colores verdes, dorados, azules junto al magenta
de sus flores de que se siembran asimismo sus caminos!
Vista panorámica de Cachicadán
2. Ronda
de niños
Dista Cachicadán de Santiago
de Chuco 45 minutos que se viajan o recorren conmocionados por una belleza sin
par.
Prodigio en que se sumerge
cada día la cuenca del río Huaychaca, hasta llegar a esta ciudad enclavada
entre bosques de rosas, hortensias y alcanfores.
Es un balneario hermoso de
aguas termales que emergen a borbotones a flor de tierra en el llamado “Ojo de
agua”.
Que se abre en la base del
cerro llamado La Botica, a cuyas faldas se extiende la población de casas
siempre enlucidas de blanco.
De calles adornadas de
cadenetas, donde en su paisaje siempre hay un grupo de niños y niñas jugando a
la ronda en cualquier esquina.
"El Ojo" de aguas termales
3. Dulce
e idílica
Sus plantas medicinales se
extienden desde sus cañadas abismales y se elevan hasta la cima de sus apus
tutelares. Cachicadán es un pueblo tan hermoso que ahoga mirar hacia el frente,
o hacia los costados, de su asombroso paisaje.
En su cabecera y hacia lo
alto se empina el cerro La Botica que preside su apacible decurso; ya sea en sus
días efímeros ya sea en su eternidad ensimismada.
En donde se concentra el
prodigio de su farmacopea esparcida y silvestre en sus variados pisos
ecológicos.
Así como es calma, Cachicadán
es fuerza, detonación, estallido; es sutileza de los matices de las flores
imprevistas que se encuentran en lo más recóndito de una grieta.
O en el empedrado de una casa
antigua, o prendidas a sus muros añejos, en lo hondo y en la cúspide de su
cordillera. O prendida en el cabello recién mojado de alguna muchacha. ¡Es una
emoción siempre dulce e idílica!
4. Detrás
de alguna puerta
Entrar a Cachicadán siempre
es una alegría, un regocijo del alma, un motivo de exaltación y ternura también
por su gente probadamente buena.
Respirar en sus huertos el
olor de sus higueras y matas de toronjil, de sus calles invadidas por el humo
de la buena comida, y subyugados por la sombra amable de sus tiendas.
Donde sólo por entrar y estar
en su penumbra de azafrán y violeta compramos cucuruchos de arroz.
Pero también donde hay
alfajores, manzanas del valle, granadillas de la ribera del río; y el agua gaseosa
llamada “Volcán”.
¡O, lo que sea!
Donde no faltan los ojos de
sus muchachas que miran desde detrás de alguna puerta. Y siempre hay una anciana
cristalina sentada en el poyo de alguna posada; que representa todo junto el
misterio de nuestro destino.
Flores en Cachicadán
5. Inmenso
regocijo
Contemplar sus balcones
azules y otros de color caoba de sus casonas donde se han quedado temblando
tantas serenatas y el fulgor de las estrellas, las acequias rumoreantes que
corren delante de las edificaciones de techos y ventanas vetustas.
¡Y los puentes cimbreantes!
que se tienden de la calle a las puertas de entrada de las tiendas, creciendo
abajo en el canal matas de tomillos, de shiraques ¡y de hierba santa!
Cruzar las tablas y maderas
cimbreantes de estos puentecillos que enlazan la calle apisonada que aún
conserva la fragancia de la lluvia reciente, con los domicilios o las tiendas.
Y que hacen del hecho
rutinario de comprar algo, o de simplemente entrar por una puerta, una prueba
de equilibrio como también un acontecimiento inusitado, maravilloso, de inmenso
regocijo. Y hasta de etéreo y trascendente estremecimiento.
Paisaje de Cachicadán
6. Claro
de bosque
Y luego, por los vericuetos
de las calles retorcidas y empedradas de la parte alta del barrio San Miguel,
subir.
Y sumergirnos en el vaho de
El Ojo de agua hirviente, donde brotan las aguas termales, sintiendo cómo se
nos abrigan los pies por la tierra caliente que pisamos.
Aquí aspiramos la fragancia
del cerro La Botica que sintetiza el aroma de todas las flores y plantas del
universo que curan los males del cuerpo y sanan también las heridas del alma.
Quizá por eso Cachicadán es
trino de mandolina, brillo iridiscente, claro de bosque, entre montañas de
epifanía.
Situada a 2,885 metros sobre
el nivel del mar cuenta con todos los servicios turísticos: restaurantes,
hoteles y comunicaciones.
Donde quedaremos hechizados y
con el convencimiento de que si existe todavía el paraíso terrenal sobre la faz
de la tierra. Y que es este.
Paisaje de Cachicadán
7. Hoy
día
Donde igualmente, en
cualquier recodo quedaremos extasiados por el rostro hermoso de alguna niña o
muchacha linda, tímida y pudorosa. Sea que esa niña aparezca o desaparezca tras
de un pilar, columna o muro.
Sea que permanezca en un
patio o en un corredor, límpida y a la vez misteriosa, como una fuente. Sea
viéndola arrebolada, cruzar como un céfiro la calle con una falda flameante.
¡Envuelta en un rebozo
imaginario que solo está en su anhelo o en el nuestro, porque va con sus brazos
desnudos abrazando y escondiendo tras su leve blusa inocente sus senos
estallantes!
¡Porque Cachicadán es nube de
mil colores! Es miel de abejas arreboladas y sin tiempo. Es licor que se sorbe
a ciegas. Y es delirio de infinito.
Lugar que para volver a
visitarlo las almas del purgatorio se hacen buenas todo el año, con el fin de conseguir
permiso y estar aquí, hoy día que es su fiesta.
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