– ¡Lleven sus sombreros, que el sol está
fuerte! ¡Amárrense bien los pasadores de los zapatos si van a subir por las
peñas! ¡Cuiden a sus hermanitos pequeños!
– ¿Y en qué van a traer el
shayape? ¿Ya llevan rebozos, mantas, alforjas?
– ¡Tengan cuidado al
trepar! ¡No se arriesguen por los precipicios! ¡Agárrense bien de las rocas!
¡No se asomen a mirar si es hondo el abismo!
Así nos advierten nuestros
padres y mayores antes de que emprendamos la travesía. ¡Vamos a traer shayape
para hacer los nacimientos para celebrar la Navidad!
Somos una tropilla de
chiquillos, algunos ya estirando los hombros queriendo ser adolescentes. Unos más
grandes que otros.
Pero hay también quienes
apenas pueden caminar, que son nuestros hermanos pequeños que queremos dejarlos
en casa, pero nos siguen y lloran por ir con nosotros.
¡Y cargamos con ellos en
nuestros hombros!
2.
Ya vienen
los
aguaceros
Y así salimos la tropilla
hecha de hermanos y hermanas, primos y primas. Y algunos niños vecinos del
barrio, en dirección a las cuevas de Huacapongo.
Llegando al canto del
pueblo bajamos corriendo el sendero empinado que lleva al río, cortando camino
entre chacras en barbecho, hierbas crecidas y cercos de espinas. Y lajas por
donde nos resbalamos dando tumbos, para luego ponernos de pie y doblar veloces
cada curva agitando algún atuendo que llevamos en las manos.
Y después saltando sobre
las piedras cruzamos las aguas verdes azuladas de la corriente cristalina que
en este tiempo carga el cauce del río Patarata, dejando que nuestras manos
sientan su ímpetu, hundiéndolas en sus chorreras.
– ¡Oye, mira que el río ya
está crecido!
– Entonces tenemos que
cargarlos a los chiquitos.
– ¡Es que ya está lloviendo
en la jalca! ¡Ya vienen los aguaceros con rayos y truenos!
– ¡Un poco más y nos deja
pasar esta corriente!
3.
Flor
insólita
¡Pero he aquí, lo que hay
que considerar para conocer el shayape! Es una penca breve de hojas
lanceoladas, que ha aminorado al máximo su tamaño.
Dando lugar a que se eleve
un tallo esbelto desde su centro en donde se traban sus hojas que son tiernas.
Es una planta pequeña a la medida de nuestras manos y de nuestro abrazo.
Es idéntica a las pencas
altas y ariscas de las cercas, pero el hecho de que se hayan hecho mínimas, dóciles
y compasivas, ¡nos conmueve tanto que por eso que hacemos con ellas los
nacimientos!
¡Es lo que más nos
enternece! Sin dejar de tener todas sus espinas, como también es la vida para
nosotros.
Pero lo más grato es que en
lo alto del tallo del shayape se erige una flor insólita que expande una
iridiscencia de cálices de un violeta intenso, de donde se abren diminutas
campánulas fucsias y blancas.
4. Abismos
y precipicios
Es con estas pencas
diminutas que hacemos los nacimientos del Niño Dios en un rincón de nuestras
casas, devotas y ungidas.
Es por eso, para nosotros,
una planta sagrada, animada por el hálito de lo que es puro e inocente, como es
el Niño Dios, a quien en verdad ella se debe y se consagra. ¡Y que crece en las
rocas más empinadas!
Se erige en los riscos más inhiestos. Gusta de
los abismos y precipicios, como si se compadeciera por ser ellos tan crueles
consigo mismos.
En ese corte a cuchillo en
vertical y en esas caídas a plomada ponen su gota de fervor se engarza en la
aridez y el silencio en que la roca está sumida y allí permanecen solo por
consolar a la piedra cada planta con una flor.
Y siendo así hacen que sus
flores sean bellas, tenues y candorosas, como si quisieran alegrarles el ceño
fruncido a los barrancos.
5. Flor
carmesí
Uniendo al alma rijosa de
los peñascos y a la hondura de los despeñaderos, el ser ameno, sencillo y núbil
que ellas tienen.
Poniendo un brote de gracia
y encanto en las entrañas de lo aciago y terrible, aliviano la adustez de sus
talantes.
¡Y claro que lo logran!,
porque desde entonces las piedras enhiestas, tupidas de shayape lucen ornadas
de hojas y flores, como si tuvieran bucles, moños y trenzas; u ostentan rizos,
encajes y pompones.
Por eso es una planta de
devoción para adorar al Niño Dios, quien supo hacer de la ofensa y del mal
hasta una senda de bien y de salvación.
De allí que, durante estos
días de diciembre, pasen por las calles pollinos y hasta caballos y mulos
encrespados hasta desaparecer bajo los manojos de estas plantas con su flor
carmesí, estallante y solidaria.
6. Semejan
esmeraldas
Pero nosotros preferimos ir
al campo a traerlo, porque además recogemos de paso el musgo húmedo donde poner
sobre un vidrio una laguna de patos.
¡Y juntamos los trompitos de eucalipto para
empedrar los caminos del nacimiento por donde galope la caravana de camellos en
que van montados los Reyes Magos!
¡Y entresacamos helechos de
algún arroyo, para adornar un manantial donde croen las ranas y los becerros se
acerquen a beber agua!
¡Y traemos guijarros que
semejan esmeraldas, zafiros y amatistas con qué adornamos la entrada del
pesebre!
Y traemos arena blanca
pulida que jugamos a escurrirla entre los dedos, antes de darle brillo y hacer
con ella estrellas fosforescentes.
7. Un recién
nacido
Pero, cómo es, ¿no? Las
estrellas, que son de aire y fuego, las hacemos con nuestras manos de tierra y
agua, porque la arena que hemos recogido ha estado en el fondo del río para
luego extenderse en sus orillas. ¡Y hemos traído ramas de alcanfor para sahumar
la casa!
Por eso ahora que hemos
vuelto estamos alegres y felices con las cargas de shayape que hemos dejado en
el corredor bajo el alero. Y nos preguntamos, ¿qué sentirán ahora estas flores
de estar en una casa amena y cantarina cuando antes han estado colgadas sobre
los hondos precipicios?
¿Qué pensarán cuando aquí
hay luz y voces de niños, mientras antes han estado frente al vacío y, por las noches,
frente a la oscuridad lóbrega y tenebrosa?
¡Y es eso la Navidad,
sentir que la inmensidad, que es el universo y el cosmos, caben en una casa! ¡Y
al pie de la cuna de un recién nacido!, como es el Niño Dios, que adoramos
ungidos, fervorosos e inocentes.
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