viernes, 25 de diciembre de 2020

25 de diciembre. Hoy es Navidad. / La casa eterna.


25 DE DICIEMBRE 
HOY ES NAVIDAD 

LA 
CASA 
ETERNA 

Danilo Sánchez Lihón 



Primera fila: Gala, tío Baltazar, Juvenal, abuela 
Sofía, yo, papá. Segunda fila: tía Miguelina y mamá


1. De cerca 
y de lejos 

– Ya el desayuno está servido. Pasemos, por favor.

Es la voz de mi padre que se dirige a mi abuela Rosa y a mis tías que han venido hoy temprano a nuestra casa, luego de hacer alguna diligencia en esta parte alta del pueblo.

Pero más han llegado por el gusto de visitarnos y tomar el desayuno con nosotros, que siempre lo hacen trayendo panes y bizcochos, algún tocino o relleno bajo sus pañolones y en alguna canasta primorosa; siempre cariñosas colmando de alegría a nuestra casa.

Hoy es 25 de diciembre, día de Navidad, y desde las primeras horas hay voces jubilosas que pasan por la calle donde las personas se encuentran y saludan. Algunas señoras y señores barriendo delante de sus casas, deseando bienestar y felicidad a quienes pasan.

Hay frescor y luminosidad en todo. De cerca y de lejos nos llega el canto de las aves. Y sobre los muros el suave y casi imperceptible mecerse acompasado de geranios, clavelinas y malvas.

 


Papá y mamá, recién casados


2. El sol

en los techos

 

– Ustedes niños llamen a su abuelita Sofía y a su tía Carmen. Y a todos, para tomar el desayuno juntos.

Ahora es mi madre quien nos habla. Y nosotros corremos a la casa de al lado, a avisarle a mi tía Carmen, saltando de alegría con mis primos con el anuncio.

Y la traemos a la abuelita del brazo, cruzando lentamente el patio y el corredor. Viene candorosa, cogida fuertemente de nuestros hombros y nosotros paso a paso mirando cada baldosa.

Ella con su rostro tierno, comentando con quien se ha saludado temprano, y repitiendo algún comentario que nosotros ya lo sabemos de memoria, pero que atendemos como si recién la escucháramos.

Mientras el sol reluce en los techos, y los retazos blancos de las paredes arrojan una sombra lila y naranja que ilumina con sus reflejos el pozo, la acequia y los morteros que hay bajo los pilares.

– En qué te ayudamos Elvira. –Dicen mis tías al entrar a la cocina.

– Ya todo está listo. Quizá a ver qué falta en la mesa.

 


La casa de nuestra infancia, hacia la calle Vallejo

3. Tajadas

y bizcochos

 

Nosotros con mis hermanos y primos armamos una mesa aparte, en el corredor para todos los chiquillos, recogiendo sillas de uno y otro cuarto, y hasta bajando las sillas del segundo piso.

Y, ¡ah, el olor del chocolate y de la leche fresca!, de las frituras y de los panes que invade nuestros corazones. Hay risas y voces cristalinas.

Hay aquellos ruidos pequeños y cotidianos que hace la vida cuando se agita, el tintineo de las tazas, y de la candela restallando, mezclado con las voces.

Ahora otra vez estamos todos juntos. Todos alegres y alborozados, porque vamos a tomar desayuno juntos.

Para algunos solo quedan bancos y cajones donde sentarnos, pero no importa. Lo importante es estar todos reunidos en una sola casa.

Hay ñuñas fritas en el centro de la mesa, tajadas y bizcochos. Y se sirve el desayuno. Para los que quieren ¡mates e infusiones de plantas aromáticas, como el toronjil, el cedrón, la yerba luisa.

 


Familia de mi padre y madre reunidas. Papá con sombrero. 
Mamá, la primera de la derecha 


4. Avivando

el fuego

 

Nuestra mesa es la más bullanguera y revoltosa, desde donde sale algún atrevido que tiene algún cohete en el bolsillo y va a reventarlo en el corredor de abajo.

Con el estruendo imprevisto se han puesto cacarear las gallinas en el corral y a sonreír de sorpresa los mayores.

Y es que, como decía, temprano han llegado mi abuela Rosa y mis tías Bety y Zarela, subiendo desde la que llamamos “Casa de abajo”, donde ellas viven.

Mi madre reboza de contenta porque mi abuela Rosa es su mamá. Y mis tías sus hermanas.

Y sonríe, avivando aún más el fogón que eleva sus llamas. Y que invaden con sus bocanadas de humo y calor toda la casa, haciéndonos entrecerrar los ojos.

Y ya van llegando los platos con frituras hasta nuestra mesa, y traídos por nosotros mismos.

Mi padre tiene en la comisura de los labios y de los ojos ese sello inconfundible de estar dichoso, y viviendo la mayor de las felicidades.

 

Mi abuela Rosa


5. Imposible

olvidarnos

 

Revivo esta estampa de lo que ocurría un día como hoy en mi casa de infancia y de mi añorada comarca. Aunque ya todos los mayores que evoco hayan muerto.

Murió mi padre y antes mis dos abuelas. Murieron también mis tías y tíos. De ellos solo queda en pie y sobrevive mi madre que este año que viene en mayo ha de cumplir 102 años.

Aquella mi casa de infancia poco a poco se derrumbó. Y mucho tiempo quedó solo en cimientos, porque todos emigramos; y en donde reinó la soledad, el silencio y el abandono.

Sin embargo, para esta Navidad todos nos sentaremos de nuevo en la mesa de la cocina, que a la vez es comedor. Todos retornaremos a ella para estar alrededor y reunidos.

Retornamos un día como hoy y siempre, porque si tanto nos hemos querido es imposible ya entre nosotros olvidarnos. Es imposible que tantas voces, y tanta vida quede sepulta.

Es imposible que todo se hunda y se apague. Porque más bien todo tiene que existir y sobrevivir en algún sitio.

 

La casa de nuestra infancia, hacia la calle Pinillos Hoyle


6. La familia

reunida

 

Estará entonces allí nuestro padre, aunque haya muerto hace ya más de treinta y tantos años.

Estará sentado a la cabecera con su semblante dulce, atento a todo lo que falta, para ser él quien lo traiga, consiga y provea.

Tal y como aparece cuando cierro los ojos y trato de dormir cada noche. Y tal y cual desaparece recién cuando despierto por la mañana.

Y yo me sonrío siempre sorprendido de verlo tan nítido y natural en mis sueños, y en situaciones en las cuales en la vigilia nunca se me ocurren tenerlas ni pienso en ellas.

Y estarán mis otros seres queridos en aquella casa que ya estaría deshecha si no fuera por mi hermano Jaime.

Quien felizmente la ha levantado rescatándola de entre los escombros, el polvo, la ruina y el olvido.

 Donde volvemos a juntarnos como hace años a tomar el desayuno juntos, con toda la familia reunida.

Aquí están comedidas y sonrientes mis tías Bety y Zarela, que han venido temprano con mi abuela Rosa, como ya les contaba y decía. 


Sentada: abuela Sofía. De pie: Tía Carmen e hijas



7. La vida

es más fuerte

 

Ya está sentada otra vez mi abuela Sofía con su paciencia de ícono y llena de sabiduría. Con sus labios extendidos de contento, con sus ojos y semblante enternecidos.

Aquí están mis tías Carmen y Miguelina que se afanan por cortar y servir lonchas de chanchito al horno y de jamón santiaguino.

El olor a café que toman los mayores invade el universo con su fuerte aroma. Y sus risas de contento son estallantes.

Pero yo y mis hermanos pequeños y mis primos preferimos el chocolate. O bien el toronjil, el limoncillo o el cedrón cuyo verde tenue y su profundo aroma impregna el cielo y la tierra.

Y sobre todo la infusión de la hoja de panisara porque mezcla ilusiones, añoranzas y recuerdos. Y cura bien el mal de corazones.

Y porque sella que nada muere en esta vida. ¡Porque la vida es más fuerte que la muerte!

Y porque en verdad no hay muerte ni olvido cuando tanto nos hemos querido y nos seguimos queriendo. Y, ¡cuando tanto nos hemos amado, y nos seguimos amando!

 

Nuestra familia. Sentados: Yo, Róger, Víctor y Juvenal


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