–
Ya el desayuno está servido. Pasemos, por favor.
Es
la voz de mi padre que se dirige a mi abuela Rosa y a mis tías que han venido
hoy temprano a nuestra casa, luego de hacer alguna diligencia en esta parte
alta del pueblo.
Pero
más han llegado por el gusto de visitarnos y tomar el desayuno con nosotros,
que siempre lo hacen trayendo panes y bizcochos, algún tocino o relleno bajo
sus pañolones y en alguna canasta primorosa; siempre cariñosas colmando de alegría
a nuestra casa.
Hoy
es 25 de diciembre, día de Navidad, y desde las primeras horas hay voces
jubilosas que pasan por la calle donde las personas se encuentran y saludan. Algunas
señoras y señores barriendo delante de sus casas, deseando bienestar y
felicidad a quienes pasan.
Hay
frescor y luminosidad en todo. De cerca y de lejos nos llega el canto de las
aves. Y sobre los muros el suave y casi imperceptible mecerse acompasado de
geranios, clavelinas y malvas.
2. El sol
en los techos
–
Ustedes niños llamen a su abuelita Sofía y a su tía Carmen. Y a todos, para
tomar el desayuno juntos.
Ahora
es mi madre quien nos habla. Y nosotros corremos a la casa de al lado, a
avisarle a mi tía Carmen, saltando de alegría con mis primos con el anuncio.
Y
la traemos a la abuelita del brazo, cruzando lentamente el patio y el corredor.
Viene candorosa, cogida fuertemente de nuestros hombros y nosotros paso a paso
mirando cada baldosa.
Ella
con su rostro tierno, comentando con quien se ha saludado temprano, y repitiendo
algún comentario que nosotros ya lo sabemos de memoria, pero que atendemos como
si recién la escucháramos.
Mientras
el sol reluce en los techos, y los retazos blancos de las paredes arrojan una
sombra lila y naranja que ilumina con sus reflejos el pozo, la acequia y los
morteros que hay bajo los pilares.
–
En qué te ayudamos Elvira. –Dicen mis tías al entrar a la cocina.
–
Ya todo está listo. Quizá a ver qué falta en la mesa.
3. Tajadas
y bizcochos
Nosotros
con mis hermanos y primos armamos una mesa aparte, en el corredor para todos
los chiquillos, recogiendo sillas de uno y otro cuarto, y hasta bajando las sillas del segundo piso.
Y, ¡ah,
el olor del chocolate y de la leche fresca!, de las frituras y de los panes que
invade nuestros corazones. Hay risas y voces cristalinas.
Hay
aquellos ruidos pequeños y cotidianos que hace la vida cuando se agita, el tintineo
de las tazas, y de la candela restallando, mezclado con las voces.
Ahora
otra vez estamos todos juntos. Todos
alegres y alborozados, porque vamos a tomar desayuno juntos.
Para algunos solo quedan
bancos y cajones donde sentarnos, pero no importa. Lo importante es estar todos
reunidos en una sola casa.
Hay ñuñas fritas en el centro
de la mesa, tajadas y bizcochos. Y se sirve el desayuno. Para los que quieren ¡mates
e infusiones de plantas aromáticas, como el toronjil, el cedrón, la yerba
luisa.
4. Avivando
el fuego
Nuestra mesa es la más
bullanguera y revoltosa, desde donde sale algún atrevido que tiene algún cohete
en el bolsillo y va a reventarlo en el corredor de abajo.
Con el estruendo imprevisto se
han puesto cacarear las gallinas en el corral y a sonreír de sorpresa los
mayores.
Y es que, como decía,
temprano han llegado mi abuela Rosa y mis tías Bety y Zarela, subiendo desde la
que llamamos “Casa de abajo”, donde ellas viven.
Mi madre reboza de contenta
porque mi abuela Rosa es su mamá. Y mis tías sus hermanas.
Y sonríe, avivando aún más el
fogón que eleva sus llamas. Y que invaden con sus bocanadas de humo y calor
toda la casa, haciéndonos entrecerrar los ojos.
Y ya van llegando los platos
con frituras hasta nuestra mesa, y traídos por nosotros mismos.
Mi padre tiene en la comisura
de los labios y de los ojos ese sello inconfundible de estar dichoso, y
viviendo la mayor de las felicidades.
Mi abuela Rosa
5. Imposible
olvidarnos
Revivo esta estampa de lo que
ocurría un día como hoy en mi casa de infancia y de mi añorada comarca. Aunque ya
todos los mayores que evoco hayan muerto.
Murió mi padre y antes mis
dos abuelas. Murieron también mis tías y tíos. De ellos solo queda en pie y
sobrevive mi madre que este año que viene en mayo ha de cumplir 102 años.
Aquella
mi casa de infancia poco a poco se derrumbó. Y mucho tiempo quedó solo en
cimientos, porque todos emigramos; y en donde reinó la soledad, el silencio y
el abandono.
Sin embargo, para esta
Navidad todos nos sentaremos de nuevo en la mesa de la cocina, que a la vez es
comedor. Todos retornaremos a ella para estar alrededor y reunidos.
Retornamos un día como hoy y
siempre, porque si tanto nos hemos querido es imposible ya entre nosotros olvidarnos.
Es imposible que tantas voces, y tanta vida quede sepulta.
Es imposible que todo se
hunda y se apague. Porque más bien todo tiene que existir y sobrevivir en algún
sitio.
La casa de nuestra infancia, hacia la calle Pinillos Hoyle
6. La familia
reunida
Estará entonces allí nuestro
padre, aunque haya muerto hace ya más de treinta y tantos años.
Estará sentado a la cabecera
con su semblante dulce, atento a todo lo que falta, para ser él quien lo traiga,
consiga y provea.
Tal y como aparece cuando
cierro los ojos y trato de dormir cada noche. Y tal y cual desaparece recién
cuando despierto por la mañana.
Y yo me sonrío siempre
sorprendido de verlo tan nítido y natural en mis sueños, y en situaciones en
las cuales en la vigilia nunca se me ocurren tenerlas ni pienso en ellas.
Y estarán mis otros seres
queridos en aquella casa que ya estaría deshecha si no fuera por mi hermano
Jaime.
Quien felizmente la ha
levantado rescatándola de entre los escombros, el polvo, la ruina y el olvido.
Donde volvemos a juntarnos como hace años a
tomar el desayuno juntos, con toda la familia reunida.
Aquí están comedidas y sonrientes mis tías Bety y Zarela, que han venido temprano con mi abuela Rosa, como ya les contaba y decía.
Sentada: abuela Sofía. De pie: Tía Carmen e hijas
7. La vida
es más fuerte
Ya está sentada otra vez mi
abuela Sofía con su paciencia de ícono y llena de sabiduría. Con sus labios
extendidos de contento, con sus ojos y semblante enternecidos.
Aquí están mis tías Carmen y
Miguelina que se afanan por cortar y servir lonchas de chanchito al horno y de
jamón santiaguino.
El olor a café que toman los
mayores invade el universo con su fuerte aroma. Y sus risas de contento son
estallantes.
Pero yo y mis hermanos
pequeños y mis primos preferimos el chocolate. O bien el toronjil, el limoncillo
o el cedrón cuyo verde tenue y su profundo aroma impregna el cielo y la tierra.
Y sobre todo la infusión de
la hoja de panisara porque mezcla ilusiones, añoranzas y recuerdos. Y cura bien
el mal de corazones.
Y porque sella que nada muere
en esta vida. ¡Porque la vida es más fuerte que la muerte!
Y porque en verdad no hay
muerte ni olvido cuando tanto nos hemos querido y nos seguimos queriendo. Y, ¡cuando
tanto nos hemos amado, y nos seguimos amando!
Nuestra familia. Sentados: Yo, Róger, Víctor y Juvenal
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