jueves, 24 de diciembre de 2020

24 de diciembre. Vamos, pastores, vamos. / Misa de Gallo.


24 DE DICIEMBRE 
VAMOS, PASTORES, VAMOS 

MISA 
DE 
GALLO 

Danilo Sánchez Lihón 





1. Un coro 
de niños

 

– ¡Ya van a ser las doce y ustedes ni se lavan ni se peinan!

– Yo ya me lavé, mamá.

– ¿Cuándo? ¿A qué hora que no te he visto?

– Temprano, en la mañana, tan pronto me levanté.

– ¿Qué? ¿Y crees que desde esa hora no hay que volverse a lavar? ¿Acaso crees que vas a la iglesia que es un lugar sagrado, con esa cara?

– ¿Qué tiene mi cara, mamá?

– Que está sudorosa. Has jugado todo el día.

– ¿Y con este frío, mamá, he de volver a lavarme? ¿Y todavía con agua helada?

– ¡Sí! Porque al Niño Dios no le gustan muchachos desaseados.

– Si ni siquiera nace todavía.

– Dios nos está mirando siempre.

 

Juvenal recostado en la abuela Sofía. Yo, 
entre ella y mi padre. Mi madre de pie.


2. Rezos

y oraciones

 

– ¡Ya, ves! ¡Qué buen mozo se te ve ahora! ¡Ya vamos! Tenemos que estar desde el principio de la misa, porque es falta de respeto a Dios llegar a su templo a la hora en punto. Y peor llegar tarde, como si nosotros fuéramos los principales o las autoridades. ¡Tenemos que tener más respeto a Dios, y llegar antes!

– Mamá: y es falta de cariño al Niño estar tan regañona justo el día en que él nace, ¿no?

– Cómo es falta de respeto hacer regañar a la mamá. Pero ya, vamos.

Felizmente ya llegamos a la iglesia toda la familia y hemos pasado adelante no sabemos cómo. Y, es más, detrás ha llegado una silleta para que mamá se siente. Todo es una algarabía de voces, ruegos y alabanzas las que se elevan, rezos y oraciones que se confunden con el balido de corderos y chivillos que han traído; graznido de patos, aleteo de perdices, cacareo de gallinas que se le ofrecen al niño Dios.

 

Iglesia de Santiago de Chuco


3. Espigas

fragantes

 

Hasta de silbidos de vizcachas cogidas seguramente mientras se encontraban durmiendo en lo alto de alguna roca en algún lugar de la jalca que son tierras del común.

Y que no apagan los ronquidos de un verraco que se ha quedado dormido en los brazos de un chiquillo, ni los graznidos de las grullas que se han despertado al deslumbrarse sus párpados con tantas luces y sus tímpanos con tantas voces y sonidos.

Ahora rompen a cantar ya no las pastoras y labriegos, que entonan sus coplas desde atrás, sino un coro de niños y niñas que junto al pesebre elevan sus voces a los altares.

Allí están esas niñas cristalinas como el agua que baja de las alturas y se precipita por las acequias alrededor de los campos sembrados. Con el cabello como espigas fragantes de trigo repartido en dos trenzas con una línea límpida en el centro.

 


4. Estallido

de luces

 

Con la mirada lenta de sus ojos como la neblina que se posa misteriosa debajo de los aleros extendidos, mientras cantan:

Esta noche nació el niño

entre las pajas y el heno

quién pudiera niño mío

vestirte de terciopelo...

Así, la iglesia es un estallido de luces, de coplas, de tonadas del conjunto de las hermandades y de los barrios del pueblo.

Y de cientos de pastores y pastoras que han bajado, subido o llegado de los caseríos y poblados aledaños.

Todos expresan con sus voces inocentes, con miradas y gestos, y hasta con el modo de estarse de pie o sentados, su cariño profundo a una fe; todos aferrándose a una ilusión, a un ideal y hasta a una utopía.

 


5. Paz

en la tierra

 

También nos dicen sus ensueños, anhelos y fervores de una vida nueva; de indesmayable esperanza que a veces no se hace manifiesta, sino que se da a entender en el brillo de luz de tantos ojos ingenuos y amorosos.

De allí que por lo alto y desde el fondo lleguen hasta el altar del Niño Dios, que es un pesebre hecho de gavillas de cebada y trigo cortadas en alguna chacra cercana, canastas con manzanas, petacas repletas de huevos y alfajores.

Otros son azafates con humitas y tamales verdes, vasijas bordeando leche de cabra y hasta porongos de chicha; todo con una algarabía ilusa de voces y cantares que dicen:

Aquí te traigo María

esta ovejita lanada

para que le tejas al niño

una mantita morada...

¡Y todo lo ofrecen al Niño Dios con manos generosas, anhelando el bien de todos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

 


6. En

sus brazos

 

Que es cuando yo me voy quedando dormido.

Y lo hago justo cuando está terminando la ceremonia y se dará inicio al camino de regreso a casa, que son varias cuadras de calles empinadas.

Si no fuera La Noche Buena y víspera de Navidad ya me pellizcarían despiadados para que, ¡qué buena laya!, despierte y camine.

Pero esta vez, mis primas jóvenes y casaderas les ruegan a mis padres que no me despierten, ¡que ellas me van a cargar en sus brazos!

– ¡Que pobrecito! ­­–Se compadecen–. ¡Lo rendido que debe estar de tanto haber corrido y jugado!

Que no me sigan jalonando de las mangas ni sacudiéndome de los hombros para que me ponga de pie y camine.

 


7. Se enciende

la candela

 

Y ahí nomás es que sus brazos me alzan y acurrucan. Y siento la agitación de sus pechos en flor.

Y la palpitación acelerada de sus corazones, porque se turnan para hacerme llegar hasta la casa, mirando dónde ponen los pies entre tanta oscuridad y en esas calles abruptas.

Pero ya en la casa, al sentir que se enciende la candela y se alegra la cocina, y antes de que puedan acostarme en la cama, repentinamente me despierto, sacudo, despabilo y me pongo de pie.

Porque además de ponche de chocolate, hay tajadas y alfajores. Porque siento el olor de los bizcochos de Chancay y del pan de yema que van poniendo sobre la mesa.

De los pasteles, las basitas y de las roscas nevadas de espuma blanca. Además, que temprano vi que mamá hervía jamón y hacía mazamorra de chiclayo.

 

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