– ¡Ya van a ser las doce y ustedes ni se
lavan ni se peinan!
– Yo ya me lavé, mamá.
– ¿Cuándo? ¿A qué hora que no te he visto?
– Temprano, en la mañana, tan pronto me
levanté.
– ¿Qué? ¿Y crees que desde esa hora no hay
que volverse a lavar? ¿Acaso crees que vas a la iglesia que es un lugar
sagrado, con esa cara?
– ¿Qué tiene mi cara, mamá?
– Que está sudorosa. Has jugado todo el día.
– ¿Y con este frío, mamá, he de volver a
lavarme? ¿Y todavía con agua helada?
– ¡Sí! Porque al Niño Dios no le gustan
muchachos desaseados.
– Si ni siquiera nace todavía.
– Dios nos está mirando siempre.
2. Rezos
y oraciones
– ¡Ya, ves! ¡Qué buen mozo se te ve ahora!
¡Ya vamos! Tenemos que estar desde el principio de la misa, porque es falta de
respeto a Dios llegar a su templo a la hora en punto. Y peor llegar tarde, como
si nosotros fuéramos los principales o las autoridades. ¡Tenemos que tener más
respeto a Dios, y llegar antes!
– Mamá: y es falta de cariño al Niño estar
tan regañona justo el día en que él nace, ¿no?
– Cómo es falta de respeto hacer regañar a la
mamá. Pero ya, vamos.
Felizmente ya llegamos a la iglesia toda la
familia y hemos pasado adelante no sabemos cómo. Y, es más, detrás ha llegado una
silleta para que mamá se siente. Todo es una algarabía de voces, ruegos y
alabanzas las que se elevan, rezos y oraciones que se confunden con el balido
de corderos y chivillos que han traído; graznido de patos, aleteo de perdices,
cacareo de gallinas que se le ofrecen al niño Dios.
Iglesia de Santiago de Chuco
3. Espigas
fragantes
Hasta de silbidos de vizcachas cogidas
seguramente mientras se encontraban durmiendo en lo alto de alguna roca en
algún lugar de la jalca que son tierras del común.
Y que no apagan los ronquidos de un verraco
que se ha quedado dormido en los brazos de un chiquillo, ni los graznidos de
las grullas que se han despertado al deslumbrarse sus párpados con tantas luces
y sus tímpanos con tantas voces y sonidos.
Ahora rompen a cantar ya no las pastoras y labriegos,
que entonan sus coplas desde atrás, sino un coro de niños y niñas que junto al
pesebre elevan sus voces a los altares.
Allí están esas niñas cristalinas como el
agua que baja de las alturas y se precipita por las acequias alrededor de los
campos sembrados. Con el cabello como espigas fragantes de trigo repartido en
dos trenzas con una línea límpida en el centro.
4.
Estallido
de luces
Con la mirada lenta de sus ojos como la
neblina que se posa misteriosa debajo de los aleros extendidos, mientras
cantan:
Esta noche nació el niño
entre las pajas y el heno
quién pudiera niño mío
vestirte de terciopelo...
Así, la iglesia es un estallido de luces, de
coplas, de tonadas del conjunto de las hermandades y de los barrios del pueblo.
Y de cientos de pastores y pastoras que han
bajado, subido o llegado de los caseríos y poblados aledaños.
Todos expresan con sus voces inocentes, con
miradas y gestos, y hasta con el modo de estarse de pie o sentados, su cariño
profundo a una fe; todos aferrándose a una ilusión, a un ideal y hasta a una
utopía.
5. Paz
en la
tierra
También nos dicen sus ensueños, anhelos y
fervores de una vida nueva; de indesmayable esperanza que a veces no se hace
manifiesta, sino que se da a entender en el brillo de luz de tantos ojos
ingenuos y amorosos.
De allí que por lo alto y desde el fondo
lleguen hasta el altar del Niño Dios, que es un pesebre hecho de gavillas de
cebada y trigo cortadas en alguna chacra cercana, canastas con manzanas,
petacas repletas de huevos y alfajores.
Otros son azafates con humitas y tamales
verdes, vasijas bordeando leche de cabra y hasta porongos de chicha; todo con
una algarabía ilusa de voces y cantares que dicen:
Aquí te traigo María
esta ovejita lanada
para que le tejas al niño
una mantita morada...
¡Y todo lo ofrecen al Niño Dios con manos
generosas, anhelando el bien de todos y paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad!
6. En
sus brazos
Que es cuando yo me voy quedando dormido.
Y lo hago justo cuando está terminando la
ceremonia y se dará inicio al camino de regreso a casa, que son varias cuadras
de calles empinadas.
Si no fuera La Noche Buena y víspera de
Navidad ya me pellizcarían despiadados para que, ¡qué buena laya!, despierte y
camine.
Pero esta vez, mis primas jóvenes y casaderas
les ruegan a mis padres que no me despierten, ¡que ellas me van a cargar en sus
brazos!
– ¡Que pobrecito! –Se compadecen–. ¡Lo
rendido que debe estar de tanto haber corrido y jugado!
Que no me sigan jalonando de las mangas ni
sacudiéndome de los hombros para que me ponga de pie y camine.
7. Se enciende
la candela
Y ahí nomás es que sus brazos me alzan y
acurrucan. Y siento la agitación de sus pechos en flor.
Y la palpitación acelerada de sus corazones,
porque se turnan para hacerme llegar hasta la casa, mirando dónde ponen los
pies entre tanta oscuridad y en esas calles abruptas.
Pero ya en la casa, al sentir que se enciende
la candela y se alegra la cocina, y antes de que puedan acostarme en la cama,
repentinamente me despierto, sacudo, despabilo y me pongo de pie.
Porque además de ponche de chocolate, hay
tajadas y alfajores. Porque siento el olor de los bizcochos de Chancay y del
pan de yema que van poniendo sobre la mesa.
De los pasteles, las basitas y de las roscas
nevadas de espuma blanca. Además, que temprano vi que mamá hervía jamón y hacía
mazamorra de chiclayo.
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