domingo, 27 de diciembre de 2020

27 de diciembre. Ahoya que vienen las vacaciones. / Mi oficio de carpintero.


27 DE DICIEMBRE 
AHORA QUE VIENEN LAS VACACIONES 

MI OFICIO 
DE 
CARPINTERO 

Danilo Sánchez Lihón 



Ebanistería de don Ernesto Villalobos. Primera puerta de la derecha


1. Celebra 
embelesado

 

Aquí está él, don Ernesto Villalobos, el mejor carpintero de toda mi provincia, a tal punto que solo a él se le da el título de ebanista. Y aquí estoy yo, de pie como un devoto admirador en su puerta, iluso y arrobado de ver cómo corta, cola, ensambla y cepilla.

Él con su mandil de cuero en su cuerpo enjuto y liso; con los ojos azules y el cabello áureo, con su rostro solitario y ausente, midiendo y cepillando las tablas.

Cuando de repente un día me mira no sé si cariñoso o compasivo, y me dice:

– ¡A ver! ¡Pasa! ¡Y de esos pedazos de madera haz lo que quieras!

Tomo mi sitio y pasados los días de mis manos van apareciendo cofres para mi madre, alcancías para mis hermanos, repisas para los dormitorios de la casa, una caja de lustrar zapatos para papá.

Como también pequeñas mesitas de noche que él alza en sus brazos, las mira por uno y otro lado y celebra embelesado. Obras que en mi casa mis hermanos y mis padres acogen con exclamaciones de admiración y júbilo.

 

Baúl


2. He sido

testigo

 

– ¡Realmente estoy sorprendido! ¡Qué buen carpintero eres! –Me dice don Ernesto. Y que él lo diga, para mí, es mucho.

Y así don Ernesto Villalobos me permitió en todas las vacaciones que tuve, y no sé por qué razón de orden supremo, ser el carpintero que soy. Y que él descubrió en mí, en base a no sé qué de los muchos prodigios de que está colmada mi vida.

A él, sin embargo, la gente le teme, aunque nunca hablen mal suyo; quizá porque de ahí sale la ebanistería más ilustre, eximia y reluciente de toda mi comarca y distritos aledaños.

Y no acepta obra que no la vaya a poder tener lista para la fecha que él ofrece. Precisando para ello incluso la hora en que pueden venir a recogerla, con la anticipación de uno o dos meses. ¡Cosa rara que eso ocurra en un oficio como este!

He sido testigo de cómo ha rechazado dinero, contante y sonante que le ponen en la mano, para una obra que iba a interferir para que él cumpla con otras, a entregar las cuales ya se había comprometido.

 

Árboles de donde se extrae la madera


3. Momentos

supremos

 

En aquellos años él era la única persona de mi pueblo que conocía los Estados Unidos de Norteamérica, y había viajado y vuelto de Europa. No es que él haya venido de allá, sino que había ido desde aquí, y ¡había vuelto! Porque nació y vive en esta mi aldea, cuidando y junto a su madre.

También es el único ser humano de aquí que ha cruzado en barco el canal de Panamá. ¡Nadie más lo ha hecho! ¡Y el relato que hace de este suceso y portento es sencillamente inenarrable! Y solo yo sé buscar el momento más propicio para que él lo cuente.

A ratos pienso que él me permite usar sus herramientas, y me regala su madera que es fina y exclusiva, y que me la obsequia con el mayor contento y cariño, solo ¡por tener quién le escuche hablar!

Y me consiente utilizar el otro lado de su banco, frente y muy cerca de él, y me permite que yo tenga acceso a la cola, a los clavos y a los barnices que compra en Trujillo, solo para tener momentos supremos que él escoge, a fin de que alguien le escuche atento, como yo hago, de algo que él quiere contar. ¡Y que nadie antes de ahora ha escuchado!

 

Santiago de Chuco


4. ¡Vamos

corriendo!

 

Mis padres saben dónde estoy. Y me felicitan. Y les complace. Y cada obra que termino, que sale de mis manos y llevo a casa, lo celebran como si fuera maravilla. Y le buscan un sitio en el patio, en la sala, el comedor o los dormitorios. Y me lo agradecen con honda emoción que siento cuando me abrazan.

Abrazo que trasunta el más inmenso cariño y casi la devoción en lo que yo puedo hacer, y que son estas obras entresacadas de la resina de los árboles que han sido vida auténtica en algún lugar embrujado de la tierra.

 Les encanta cada vez que llego con una joya de estas en donde labro volutas e incrusto espejos, encajes de metal, y después acolcho con pana roja o brocados.

Ahora mis hermanos pequeños ya saben dónde buscarme. Y hasta aquí llegan en tropilla, al principio para mirarme desde la puerta hacer lo que estoy haciendo. Y después de un largo rato en que alguien los despierta, me hablan:

– Mamá dice que ya la mesa está servida. ¡Y los platos se están enfriando!

– ¡Y recién abren la boca! –Les regaño–. ¡Vamos corriendo! Y nos lanzamos cuesta arriba, a ratos abrazados.

 

La calle por donde venimos corriendo


5. Cielos

rasgados

 

Nunca el maestro me pidió que le ayude ni siquiera a sujetar una tabla, o lo que sea. Ni para traer algún tablón, de los que tiene secándose en su corredor, en el interior de su casa, por donde muere el sol de la tarde.

Todo es dejarme confeccionar lo que yo quiera. Tampoco, nunca me ha corregido algo, o me ha dicho hazlo de esta manera.

Al contrario, se pone a mirar embelesado lo que yo hago. Y lo contempla satisfecho y, con frecuencia, asintiendo con la cabeza.

Algunas veces, cuando abre la puerta hacia el interior de su casa para traer una olla donde hierve la cola, veo la figura de una señora, que es su madre, sentada e hilando en el corredor abierto al crepúsculo y al cielo ilimitado.

Su taller en cambio no tiene cielos rasgados, salvo encima de la casa de enfrente cubierta de matojos y madroños y cuya puerta nunca se abre porque es casa abandonada.

 

Casa


6. Bandas

de músicos

 

Sin embargo, aquí dentro en la madera se concentra la esencia de los bosques y las flores de todo el universo.

Y la fragancia de los árboles que han absorbido todas las savias de la tierra.

Ahora pienso que ésta también fue para mí una escuela en mi infancia, en el período de vacaciones, desde cuando cursaba la Educación Primaria.

Y en todos los años que estudié en el colegio la Educación Secundaria, hasta salir de mi pueblo. ¡Esta vez sí hacia los cielos desgarrados del mundo!

Y es desde allí, desde la ebanistería de don Ernesto Villalobos desde donde cada período de vacaciones escuché el reventar de los cohetes del mes de enero

Y es desde allí donde escuché en jirones y a retazos las bandas de músicos, anunciando que ya vivimos el advenimiento de la Bajada de Reyes. Y que en tal o cual casa se celebraba la Levantada del Niño Dios, o la llegada de los Reyes Magos.


Baúl en el jardín


7. Un día

como hoy

 

Y, durante los meses de febrero de cada año, los acontecimientos de las fiestas de los carnavales, con los sones lejanos de pasodobles, marineras y tonderos que desgranan las bandas de músicos que acompañan bailes, desfiles y jincanas, y que se arman en cada uno de los barrios.

Avivando la imagen en nuestros corazones, de que en alguna casa hay aires de fiesta, con rica y abundante comida y chicha; y con alguna orquesta aldeana que entona huaynos, serranitas y la música del pallo de Santiago de Chuco.

Mientras se sirven tamales y se cruzan miradas y requiebros que harán que en los meses futuros nazca algún niño. Y que en los años y décadas del porvenir por una hora como esta se sea feliz o se llore, Se evoque y se gima desconsolados. ¡Y tal vez hasta se muera!

Teniendo al frente ahora el muro derruido, pero lleno otra vez de flores de todos los colores y matices, que al principio parecía musgo, después yerbas silvestres, pero ahora han ido tomando cuerpo, espesor y altura, para que un día como hoy han estallado en esa vieja pared todas las flores.

 

Fotos 3, 4 y 6

Jaime Sánchez Lihón


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