martes, 29 de diciembre de 2020

29 de diciembre. A que no me miran tus ojos. / El misterio de las puertas.


29 DE DICIEMBRE 
A QUE NO ME MIRAN TUS OJOS

EL MISTERIO 
DE 
LAS PUERTAS 


Danilo Sánchez Lihón 






Nunca, sino ahora, supe que existía 
una puerta, otra puerta 
y el canto cordial de las distancias 
César Vallejo 


1. Tierra 
cayendo

 

Yace aquí quieta y abandonada la vieja puerta. ¿Para esto dejó ladearse los adobes que tenían encima? ¿Y que han forzado a que se tuerza el dintel y la viga que sostenía el peso de arriba?

Dejando sobre ella que se abra una grieta aun teniendo el estuco blanco de cal o de yeso primorosamente enlucido, como si un cuchillo la tasajeara la cara.

Teniendo como cómplices de su abandono a la llovizna, al sol, al arco iris. Y si es de noche a la luna, a las estrellas y hasta a las sombras nocturnas que no quieren que se sienta más tanta pena y el estigma del abatimiento.

La penumbra compasiva ahora la cubre. Y la neblina disoluta la oculta para que se desahogue y llore a sus anchas bajo su rebozo, sin que nadie la oiga y la consuele.

¡Para que se deshaga si quiere en suspiros! Con la tierra desmoronándose en sus largas mejillas amarillentas, tierra desmoronada y cayendo, que la ayuda a bien morir.

 


2. Y deje

de llorar tanto

 

No es la tierra como lar o terruño, ni como bola redonda de agua suspendida en el firmamento, hecha también de mares, de desiertos y montañas.

Quien con sus leves temblores de achacosa y desvalida nodriza va haciendo que los adobes aflojen sus junturas y ella se vaya quedando quieta, pasiva y deje de llorar tanto. Y al final, sin que nadie se dé cuenta, doble sus rodillas y sucumba.

Sino es más bien la tierra hecha grumos, y capa de polvo reseco o humedecido y que se prende con su incuria y abulia de los viejos trastes. 

Teniendo como cómplices a sus opuestos, como son las flores que, con su presencia, su brevedad y su morir solidarias, y hasta antes que la puerta caiga, quisieran alentarla con su gracia y encanto, pero que más la hieren y lastiman con su involuntaria belleza.

 


3. Gorriones

inconscientes

 

Allí es cuando la puerta se olvida y se acuesta por sí misma en su lecho de moribunda. De ver marchitarse tanta belleza y lozanía.

Y se entierra bajo montículos de arcilla de los adobes empeñosos que han caído rendidos y se siguen desmoronando.

Hay también zumbidos de aliento de los moscardones sonámbulos. Pero es en balde; nada atiende ni quieren oír sus tablones, jambas y cuarterones que se desgonzan bajo las nubes apocadas, los aguaceros y relámpagos.

Y sucumben, para pasar a ser pisoteadas por los leves pasos de los gorriones inconscientes de hollar tanta vida sufrida. Y que lo que buscan es hacer sus nidos en los lugares inhallables.

Que ya lo son ellas mismas arrumadas simplemente como montículos, cuando antes por aquí se recibían las visitas.

 


4. A recoger

lo que dejó

 

Puertas que nos llevan a una región embargada por no sabemos qué misterios, ni obedeciendo a qué premoniciones.

Puertas visitadas sólo por libélulas lastimeras –que no piensan en otra cosa que en sus propias mieles.

O bien habitadas por las lechuzas que solo piensan en sus malos augurios.

Y quedan así las puertas tendidas en los traspatios, a la buena de Dios en su mudez y en su autoimpuesto silencio y castigo.

Quedan colgando sus armellas impenitentes donde alguna vez se posó la mano cálida de una doncella, y algún vago suspiro que alguna vez se exhaló y que escapa ya eternamente entre las rendijas de sus tablones susurrantes.

O el aliento del primer beso que se robó cuando la niña se empinaba en sus umbrales. ¿Quién es aquel que lo dio que hasta ahora no vuelve hasta aquí a recoger lo que dejó?

 


5. Amor

inconfesado

 

Niña que tenía la vida por delante y ahora quizá arrastre por detrás.

O ya esté muerta, con una estela de camino por detrás donde esta puerta sea el punto donde el camino se quiebra.

¡Puertas que conservan algunos grumos de pintura añil sobre sus paneles apolillados que eran de color verde, donde se pintó algún nombre, y se inscribió algún número que ya a nada apunta ni sirve!

¡Y el señuelo de algún amor inconfesado entre sus dos hojas ahora desiguales!

¡Porque el mundo no pesa parejo, sino que siempre se inclina hacia un lado!

 


6. Aires

de fiesta

 

Puertas que ya no dan a nada; que han quedado en el centro de dos vacíos, el de adentro y el de afuera. Y la nada al centro.

O ellas mismas en el centro de todo.

Pero que probablemente alguna vez dieron hacia un corredor o a una sala donde se cantaba, se soñaba y se amaba.

¡Y la vida empeñosa se erigía cantarina y lozana!

Y se desenvolvía, como decimos frecuente y de manera inconsciente, normal. Ingenua y desaprensiva.

O simplemente se dejaba fluir, y transcurrían los días apacibles. ¡Porque hasta aquí llegaban los aires de fiesta de un pueblo feliz y bullente!

¡Lo cual ya es inmenso y bastante!

 


7. Ya no son

puertas

 

Pero ahora este es un lugar que solo abre paso a la no existencia. Y ya no es a un solar cotidiano hacia el cual se entra y se sale.

Donde al final he saltado, entrando por un muro lleno de madroños y matojos. Con espinas que llevo clavadas en manos y en brazos.

Puertas que no llevan a nada. Es más: por las cuales ya no se pasa, sino que las miramos abandonadas, ni siquiera como tablas de un naufragio, porque al final aquellas se salvan.

Sino que nos lleva con su cerrazón definitiva ¡no sabemos hacia dónde! Hacia otro universo desconocido. ¡Ni sabemos a dónde, a qué, ni por qué! ¡Ni hasta cuándo!

Estas entonces ya no son puertas, ni resuello ni suspiros. Son enigmas que se ahogan en la vastedad del tiempo infinito.

 

Fotos 1, 2, 3 y 6
Daniel Egúsquiza Sánchez

Fotos 4. 5 y 7
Jaime Sánchez Lihón

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