Yace aquí quieta y abandonada
la vieja puerta. ¿Para esto dejó ladearse los adobes que tenían encima? ¿Y que han
forzado a que se tuerza el dintel y la viga que sostenía el peso de arriba?
Dejando sobre ella que se abra
una grieta aun teniendo el estuco blanco de cal o de yeso primorosamente
enlucido, como si un cuchillo la tasajeara la cara.
Teniendo como cómplices de su abandono
a la llovizna, al sol, al arco iris. Y si es de noche a la luna, a las
estrellas y hasta a las sombras nocturnas que no quieren que se sienta más
tanta pena y el estigma del abatimiento.
La penumbra compasiva ahora la cubre.
Y la neblina disoluta la oculta para que se desahogue y llore a sus anchas bajo
su rebozo, sin que nadie la oiga y la consuele.
¡Para que se deshaga si quiere
en suspiros! Con la tierra desmoronándose en sus largas mejillas amarillentas,
tierra desmoronada y cayendo, que la ayuda a bien morir.
2. Y deje
de llorar tanto
No es la tierra como lar o
terruño, ni como bola redonda de agua suspendida en el firmamento, hecha
también de mares, de desiertos y montañas.
Quien con sus leves temblores
de achacosa y desvalida nodriza va haciendo que los adobes aflojen sus junturas
y ella se vaya quedando quieta, pasiva y deje de llorar tanto. Y al final, sin
que nadie se dé cuenta, doble sus rodillas y sucumba.
Sino es más bien la tierra hecha grumos, y capa de polvo reseco o humedecido y que se prende con su incuria y abulia de los viejos trastes.
Teniendo como cómplices a sus
opuestos, como son las flores que, con su presencia, su brevedad y su morir solidarias,
y hasta antes que la puerta caiga, quisieran alentarla con su gracia y encanto,
pero que más la hieren y lastiman con su involuntaria belleza.
3. Gorriones
inconscientes
Allí es cuando la puerta se
olvida y se acuesta por sí misma en su lecho de moribunda. De ver marchitarse
tanta belleza y lozanía.
Y se entierra bajo montículos
de arcilla de los adobes empeñosos que han caído rendidos y se siguen desmoronando.
Hay también zumbidos de aliento
de los moscardones sonámbulos. Pero es en balde; nada atiende ni quieren oír
sus tablones, jambas y cuarterones que se desgonzan bajo las nubes apocadas,
los aguaceros y relámpagos.
Y sucumben, para pasar a ser
pisoteadas por los leves pasos de los gorriones inconscientes de hollar tanta
vida sufrida. Y que lo que buscan es hacer sus nidos en los lugares inhallables.
Que ya lo son ellas mismas arrumadas
simplemente como montículos, cuando antes por aquí se recibían las visitas.
4. A recoger
lo que dejó
Puertas que nos llevan a una
región embargada por no sabemos qué misterios, ni obedeciendo a qué
premoniciones.
Puertas visitadas sólo por
libélulas lastimeras –que no piensan en otra cosa que en sus propias mieles.
O bien habitadas por las
lechuzas que solo piensan en sus malos augurios.
Y quedan así las puertas tendidas
en los traspatios, a la buena de Dios en su mudez y en su autoimpuesto silencio
y castigo.
Quedan colgando sus armellas
impenitentes donde alguna vez se posó la mano cálida de una doncella, y algún
vago suspiro que alguna vez se exhaló y que escapa ya eternamente entre las
rendijas de sus tablones susurrantes.
O el aliento del primer beso
que se robó cuando la niña se empinaba en sus umbrales. ¿Quién es aquel que lo
dio que hasta ahora no vuelve hasta aquí a recoger lo que dejó?
5. Amor
inconfesado
Niña que tenía la vida por delante
y ahora quizá arrastre por detrás.
O ya esté muerta, con una
estela de camino por detrás donde esta puerta sea el punto donde el camino se
quiebra.
¡Puertas que conservan algunos
grumos de pintura añil sobre sus paneles apolillados que eran de color verde, donde
se pintó algún nombre, y se inscribió algún número que ya a nada apunta ni
sirve!
¡Y el señuelo de algún amor
inconfesado entre sus dos hojas ahora desiguales!
¡Porque el mundo no pesa parejo,
sino que siempre se inclina hacia un lado!
de fiesta
Puertas que ya no dan a nada;
que han quedado en el centro de dos vacíos, el de adentro y el de afuera. Y la
nada al centro.
O ellas mismas en el centro de
todo.
Pero que probablemente alguna
vez dieron hacia un corredor o a una sala donde se cantaba, se soñaba y se
amaba.
¡Y la vida empeñosa se erigía
cantarina y lozana!
Y se desenvolvía, como decimos
frecuente y de manera inconsciente, normal. Ingenua y desaprensiva.
O simplemente se dejaba fluir,
y transcurrían los días apacibles. ¡Porque hasta aquí llegaban los aires de
fiesta de un pueblo feliz y bullente!
¡Lo cual ya es inmenso y
bastante!
7. Ya no son
puertas
Pero ahora este es un lugar que
solo abre paso a la no existencia. Y ya no es a un solar cotidiano hacia el
cual se entra y se sale.
Donde al final he saltado,
entrando por un muro lleno de madroños y matojos. Con espinas que llevo
clavadas en manos y en brazos.
Puertas que no llevan a nada.
Es más: por las cuales ya no se pasa, sino que las miramos abandonadas, ni
siquiera como tablas de un naufragio, porque al final aquellas se salvan.
Sino que nos lleva con su
cerrazón definitiva ¡no sabemos hacia dónde! Hacia otro universo desconocido.
¡Ni sabemos a dónde, a qué, ni por qué! ¡Ni hasta cuándo!
Estas entonces ya no son
puertas, ni resuello ni suspiros. Son enigmas que se ahogan en la vastedad del tiempo
infinito.
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