Ciudades altas e inhiestas, bajas o hundidas. Con
árboles y sin árboles. Con castillos y sin castillos. Con lunas espejeantes que
riela en un lago.
Que suben empinadas a las colinas, que buscan el cielo
límpido o anubarrado.
Que descienden a ras de la playa y que mojan y hunden sus
pies en las aguas del mar.
Unas que buscan la altura con sus grandes edificios y torres,
alminares y atalayas.
Y sobre ellas se erigen antenas puntiagudas que
horadan la bóveda sideral.
Otras con la línea del horizonte flotando y oscilando
a la altura de nuestros ojos encandilados.
Y en todas ellas tu ausencia
batiente en el mástil, en las jarcias y la estela que dejan las naves que
parten y desaparecen en el fondo de mi alma.
2.
Otras comerciales, sin escudos ni banderas. sin
blasones ni abalorios.
Sin leyendas áureas ni himnos triunfales, pero sí con
la vida prendida y borboteante como una flor primorosa en sus escenarios,
pasarelas y vitrinas.
Ciudades siempre con su plaza y en ella rincones donde
se exalta como sea el corazón anhelante.
Otras que miré en la lejanía con sus luces encendidas
en la noche insondable. A las cuales no ingresé salvo en el deseo y la quimera
pasando desde lejos por la autopista que las rodea.
O miradas a diez mil pies de altitud desde la
ventanilla en un vuelo de crucero.
Otras a las cuales encontré dormidas en el alba y las
crucé raudo por en medio de sus calles y sin que se despierte ni se interrumpa
su sueño.
En todas ellas cómo te he querido y extrañado tanto,
batiendo tus vestidos floreados en sus cielos desgarrados.
3.
Ciudades que provocan una copa de vino y ¡a tu salud!
y fumar lentamente un cigarrillo mirándolas desde una de sus esquinas
solitarias.
Donde el rito es entrar a un bar o a un café y
servirse algo. Y realizar el acto ritual de beber, mirándola dormida.
Ciudades vetustas, con retruécanos, con callecitas
estrechas y recovecos. Con bares que nunca cierran
Como hay otras ciudades recientes donde la vida apenas
se esboza, claras y cristalinas como fuentes.
Ciudades con blasones esculpidos en sus arcos de
entrada. Y con marcas de fuego en el arbotante de sus puentes de hierro
forjado.
Y tallado en el frontis de sus municipios
resplandecientes. Tal cual llevo yo la marca de tu nombre. Porque allí tú y yo
nos despedimos.
4.
Ciudades del alma, todas ellas dignas de amarlas como
a una mujer que ha llorado mucho y que ha padecido tanto.
Donde la vida desborda. Ya no cabe y sale por sus
chimeneas y sus ventanales. Y la lluvia se derrama en baldes por sus calles.
Que se arrojan ellas mismas a los acantilados y al
fondo del océano de blancas y azuladas olas, con sus encajes de plata.
Ciudades con algún rincón que no se olvida nunca, que
aparece en nuestros sueños; siempre dormidos, pero jamás despiertos.
Seguro porque alguna vez allí encontramos a alguien
muy querido. O porque allí algo sin que lo supiéramos nos hincó en la sangre.
O porque allí tú y yo algo hicimos,
algo nos dijimos. O algo dejamos de hacer; que pudo ser muy simple, pero que
hoy duele tanto.
5.
Viejas ciudades fantasmales con su fuente y su
glorieta de donde se alza un rumor nuevo y antiguo.
Más con el peso de quienes aquí han fenecido y
deambulan errabundos por la noche en sus calles, pese a que el cementerio está
lejos.
Ciudades donde te he buscado insomne y ojeroso. Donde
te hallé. Donde no te hallé. Donde te encontré. Donde te perdí.
Donde te he querido tanto, y que me evocan siempre
algo tuyo. Y en donde alguna vez he muerto, por lo menos de pena.
Ciudades que se resumen en una muchacha con el cabello
al viento que camina solitaria detrás de los árboles y bajo los puentes.
Ciudades de alivio, de agobio, de consuelo, de
castigo. Donde intenté olvidarte y es donde más te he querido.
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