Al
entrar de visita acompañando a mi padre, a la casa solariega de patio
empedrado, con corredores vetustos que lo circundan pilares esbeltos y aleros
intrépidos, a fin de contener las tempestades y granizos de marzo, vemos que
cruza leve y misteriosa, entrando por una y otra puerta, la niña linda e hija
primorosa de la casa, con un vestido floreado como plumas de gallina, y que le
queda alto porque ha crecido ella repentinamente de la noche a la mañana.
Es una
adolescente de rostro dulce que iluminan unos intensos y grandes ojos negros,
dejando ver ahora unas pantorrillas límpidas y rollizas, sin que alcance el
tiempo para ocultarlas bajando el borde de la falda.
La
combinación del color de la falda con el color de la blusa, más una cinta que
amarra a su cabello, hace de ella una cometa o una estrella de colores
luminosos en el cielo ya sea límpido o ya sea anubarrado de la tarde, detenida
y extasiada por ella misma y a fin de ser contemplada para siempre.
2. Ahora
hablan tan bajito
Ahora
ha desaparecido tras una puerta.
–
¡Rosario! –Llama la mamá. Y es para que lea el papel que mi papá le ha
extendido, pues son colegas en el mismo centro educativo–. ¡Tráeme mis lentes!
Ella
aparece, pero esta vez no con el moño hecho como estaba antes sino con una
trenza adelante y con otra hacia atrás y con un misterio profundo en su rostro
de viñeta de libro antiguo; y con las mejillas avergonzadas, tan enrojecidas
que parecen sangre al trasluz de un tul celeste.
¿Cómo
se hizo tan rápido las trenzas? ¿O estoy soñando? Pero, así son las mujeres. ¡Imprevisibles!
Lo sé por mis hermanas y primas.
– ¡Saluda
hijita!
– Ya
nos saludó, Emilia –dice mi padre, queriendo defenderla de cualquier resondro o
llamada de atención que pudiera hacerle su mamá, quienes siempre quieren
lucirse en cortesías en estas ocasiones, queriendo demostrar así ante los demás
que no se distraen de ningún detalle en la educación de su hija.
– ¡Ay, ahora hablan tan bajito las jovencitas que no se les escucha!
3. El tiempo
vuela
– ¡Y
Rosario ya es toda una señorita! –Confirma mi padre, poniendo en su voz
admiración, protección y ternura.
– Pero
al joven no lo has saludado, Rosario. Y creo que pueden ser amigos. ¡Ahora hay
que cuidar que nuestras familias se conozcan, porque si no hay tantas sorpresas!
¡invítalo a que venga!
–
¡Gracias! –Le dice mi padre.
–
¡Gracias! –Digo yo, oprimido y la voz me sale como un susurro.
– ¡Así es!
¡Ahora crecen muy rápido estos muchachos!
– Así
nos hacen ver que el tiempo vuela vertiginoso.
– Pero
también tu hijito ¡cuánto ha crecido, Pascual!
Con
Rosario hemos jugado juntos de niños. Pero me sorprende contemplarla ahora, con
algo tan indescifrable en todo su ser.
4. Su moño
de niña
Me
emociona verla tan linda y me produce a la vez una inquietud enorme aquello de
inexplicable que hay en ella, dentro de su candor y hermosura.
Y
mientras nuestros padres conversan grabo para siempre la sombra lila de su
presencia bajo los aleros de aquella casa antigua.
Y de
ella cruzando el ventanal. Y el ignoto significado de sus trenzas de
adolescente, una apuntando hacia adelante y la otra cayendo hacia atrás,
partida en dos su moño de niña rápidamente deshecho.
– ¿Qué
es? –Me pregunto.
Antes
creía que estas eran presencias reales. Ahora sé que es el alma de los
corredores de las casas que siempre tienen estas figuras misteriosas.
Corredores
de las casas en las cuales siempre hay alguien que ha muerto, o que vive ya para
siempre.
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