Tengo
la impresión que los dentistas, como trabajan con la boca de sus pacientes, son
quienes mejor guardan las tradiciones de los pueblos. Así, la última vez que
encontré a don Manuel Vásquez Olivares, uno de los odontólogos más destacados
de mi comarca, hombre bueno, vital, y erudito de las mejores tradiciones de
Santiago de Chuco, fue en el centro de Lima, cuando
yo buscaba una tienda de calzados, por lo que reproduzco de memoria lo que me
iba diciendo, más o menos, mientras me acompañaba a comprar un par de zapatos:
–
Mejor, ¡mándatelos hacer, Danilo! Porqué, ¿de qué lo hacen ahora? De material
sintético, de plástico o de jebe. ¡Ya no son de lo que antes era, es decir de
cuero! ¡Ahora son huecos por dentro, en la suela! Y lo hacen para que se acaben
pronto, poniéndole tácitamente fecha de término, que es corta y breve. ¿A fin
de qué? ¡De que te compres otros! Cuando antes se hacía todo para que dure
eternamente, que es lo legítimo, lo moral y pertinente.
Centro de Lima
2.
–
Ah. Entonces antes, ¡era otro el concepto!
–
¡Pero, claro! Por eso los zapatos no se compraban de un momento a otro. ¡No,
señor! Se programaba su hechura de un año para el siguiente. Se hacía una
fiesta incluso. Y se mandaba hacerlos a la medida. En nuestro pueblo era un
paseo de toda la familia al taller del zapatero. Para eso había zapateros en el
pueblo que eran verdaderas instituciones, hasta donde se iba y se tomaba la
medida al pie: Sin media. Y primero era la medida del pie izquierdo, y después
del derecho y que, aunque te parezca mentira, no siempre son iguales. Para eso
ponías el pie en un cuaderno grande, del tamaño de un folder, que a su vez iba apoyado
a la tierra sobre una revista vieja, y el maestro trazaba los bordes de una
manera suelta, siseando y tú mirando su nuca. Al sentir el lápiz que se
deslizaba era inevitable que sintieras cosquillas y levantabas el pie. ¡Sin
poder resistir el reírte!, hecho que causaba el enojo de nuestros padres que
recalcaban siempre que hay que ser serios, respetuosos y ecuánimes.
Zapatero artesanal
3.
–
¡Entonces era todo un rito!
–
Sí. Y luego te pasaba la cinta a lo largo y a lo ancho del pie y por los
bordes, midiendo el grosor del empeine, cinta muy distinta en las medidas a la
que tiene, por ejemplo, el carpintero; que es de otra nomenclatura, y en donde
los centímetros son más ajustados y estrechos. Y la pregunta a los papás era:
¿le hacemos zapato medio chuzo o botines? Y, ¿de suela corrida o estaquillas?
–
¿Todo eso había?
–
Era muy prolijo todo. Ahora ya no hay ni siquiera los materiales con que se
hacía antes un buen y señor zapato, y que eran: cáñamo, cerote, estaquillas; ¡los
cueros y suelas que había! ¡Y las herramientas tan especiales como leznas,
escofinas, hormas, diablos! ¡Y para hacer zapatos eternos, sí señor!, en donde
lo que se acababa no era el cuero ni la suela sino el pie, porque este crecía,
si se era niño, o porque se moría si se era adulto o viejo; pie lleno de hondo
quebranto y dolor por cómo es esta vida, y cómo rueda el mundo.
Moderno consultorio dental
4.
–
Pero don Manuel, –le digo yo para sacarle de la pena en que siento yo que repentinamente
ha caído– sin ir más lejos, y dejando de lado a los zapatos y a los zapateros,
¿Cuánto ha avanzado su profesión, que es la odontología, en relación a cómo era
antes, no es cierto?
–
¡Muchísimo, y en proporción inversa a la fabricación de zapatos, Danilo! Porque,
antes, ¿quién era en Santiago de Chuco el que sacaba las muelas? ¡El
carpintero! Y, ¿sabes por qué? Primero porque tenía alicate, lezna, pinzas y
martillo. Dos: porque tenía banco, que era recio porque estaba plantado a
tierra y ahí se podía amarrar al paciente. Y tres, porque tenía medida, para
tomarle grosor y estatura al paciente, porque de aquello antes se moría. Y
cuatro, porque tenía la madera para hacerle el cajón dónde enterrarlo. En
cambio, ahora, la odontología es una profesión y hasta una ciencia. Del banco
de carpintero ahora la silla del odontólogo es lo opuesto y antagónico: es electrónica,
computarizada y hasta en un minúsculo taladro se utiliza energía atómica.
Así
era don Manuel. Por eso, ¡sea en el cielo en donde esté usted, reciba mi abrazo
entrañable, hoy que también es su día!
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