El hombre que hace fila delante de mí, en el
chequeo de pasaportes y documentos de embarque en la aduana de salida al
exterior del país, extiende sus papeles al agente de migraciones, quien
hojeándolos le dice:
– Le falta pagar el impuesto de salida,
señor.
– ¡Maldición! ¡Desgracia de país! –Y golpea
el vidrio.
– ¡Cálmese, señor!
– ¿Incluso para dejarlo tengo que pagar?
Desdicha de haber nacido en esta vergüenza de país. ¿Hasta el último minuto me
tenía que fregar?
– ¡Tranquilícese, oiga!
– ¡Dónde se paga! Hasta tengo que pagar por
dejar esta porquería. ¡Dónde cobran, digo!
Y arremete golpeando el mostrador y después
dando de puntapiés a las barras de aluminio, donde pende el cordón de la
pasarela.
Tienen que avisar a un policía para
controlarlo. Y hasta intenta golpear al custodio del orden.
2. Allí
está
Un mes después, en el avión de regreso, mi
compañero de asiento, a quien no conozco, me pregunta:
– ¿Ya sobrevolamos el Perú?
– Creo que sí, –respondo, volteando a mirar
por la ventanilla a fin de divisar algo hacia abajo.
Y, ciertamente, al fondo distingo el borde
del litoral delineado por el mar azul y la tierra parda.
– ¡Allí está!
Le señalo el perfil festonado de la ribera
que luce un encaje de plata que hacen las olas y que dibujan nítidamente con
una greca de espuma la silueta de la bahía de Paita y el istmo de Sechura.
– Sí. Ya estamos en el Perú, –le digo–. Justo
sobrevolamos la costa frente al departamento de Piura.
A mi compañero entonces se le ilumina el
rostro y se le humedecen de ilusión los ojos.
– ¡Grandioso!
Y, de reojo, constato que llora.
3. ¿No
es cierto?
Una hora después, al acercarse la nave al
aeropuerto Jorge Chávez los pasajeros dentro del avión se alborotan, buscando
en sus asientos lo que traen.
Cuando por fin el avión aterriza hay primero
unos aplausos y luego una ovación y vítores de júbilo.
– ¡Yo retorno después de diez años! ¡Y a
quedarme para siempre en mi tierra! –Me informa mi compañero de asiento con
inocultable regocijo.
– Ah, ¡qué bien! –Le contesto.
– ¡Diez años! ¡Ni yo mismo puedo creerlo!
– ¿Y en qué lugares ha vivido?
– Por todos lados: En Estados Unidos, Canadá,
varios países de Europa. También estuve en Australia y el Japón. ¡Diez años
recorriendo el mundo!
– ¡Qué buena experiencia!
– He estado en uno y otro sitio. Recién puedo
decir que sé lo que es la realidad y el planeta Tierra.
– ¿Se extraña la tierra?
– ¡Tanto que no se puede ya vivir! –Y se sume
en silencio.
4. Es
su
respuesta
– Yo salí maldiciendo a mi país. Y hasta hice
un lío cuando me revisaban los papeles. –Comenta.
– ¿Así? –Le digo.
– Yo era un pobre diablo y un triste
ignorante, por no decir algo más grosero.
Lo miro. Es otro, distinto en su aspecto a
aquel que hace un mes me antecedía en la cola en el viaje de salida; y que hizo
lo mismo. Y le pregunto:
– ¿Y ahora, que ya conoce otros lugares
piensa distinto? ¿Qué es lo que más se echa de menos estando afuera?
– Todo, hasta lo que nos parece que fueran
defectos nuestros: el bullicio, el regateo, los ambulantes.
– Pero, ¿algo en específico?
– Todo, hasta el hecho de que uno no sepa qué
le va a pasar al día siguiente, que es distinto a la rutina. Afuera todo es continuo,
pautado y mecánico.
– ¡Sí, pues!
– Y he llegado a la conclusión que cada
hombre pertenece a su tierra. ¡Y ésta es la mía!
– Pero, ¿si se trata de forjarse un porvenir?
– ¡Aquí! ¡Aquí es donde debo labrarme un
porvenir! ¡Y dejar lo mejor de mi vida, pero aquí! Esa es mi conclusión y mi
respuesta contundente. ¡Al menos ahora para mí.
5. Un rato
de pie
Mientras esperamos el aviso que indique
desabrochar los cinturones, y como si hablara consigo mismo, abstraído en sus
pensamientos, prosigue diciendo:
– Ahora verá lo que haré. –Y voltea a
mirarme, percibiendo yo una decisión casi infantil en sus ojos.
Cuando bajamos las escalinatas él se
adelanta. Al dar los primeros pasos, ya en la pista, se aparta, se arrodilla. Y
besa el suelo, enternecido.
Las lágrimas le estallan en los ojos y
reprime unos gemidos.
Los pasajeros que están cerca se emocionan,
asienten con la cabeza, quisieran aplaudir o hacer lo mismo.
Le alargan sus manos tratando de ayudarlo a
levantarse, esfuerzo en que dejan caer al piso algunas bolsas y maletines.
Otros se aproximan y lo abrazan sintiéndose
solidarios y hermanados.
– ¡Bravo, muchacho! –Le dice otro, con la
mirada humedecida.
Los que vienen detrás también se enjugan unas
lágrimas, conmovidos e identificados.
Él, ya con el pañuelo en los ojos, se queda un rato de pie, la espalda con sacudidas, pero inclinado como si orara en la amplia explanada.
6. A
su retorno
En la fila de migraciones hay impaciencia por
la lentitud del chequeo.
Algunos hombres y mujeres regañan y empiezan
a elevarse voces de protesta:
– ¡Qué pasa! ¿Tanto se demoran en poner unos
sellos?
– ¡Por qué no avanza esta cola!
– Ya no hay nadie en la columna de turistas,
entonces ¿por qué no atienden también en esta ventanilla?
– ¡Tiene que haber más eficiencia!
Por último, alguien grita:
– ¡Cómo se ve que ya llegamos a un país
subdesarrollado!
Delante de mí, en la fila, mi compañero de
asiento, que ha besado el suelo a su retorno, se yergue y volteando interviene:
– Dense cuenta que hablan porque este es su
país. Afuera, no hablan así, ¿no? Ahí no reclaman nada. Y no seamos falsos ni
mentirosos, señores. Bien sabemos que en todas partes hay problemas. Solo que
aquí gritamos. Afuera, ¿alguno de ustedes ha gritado?
– ¡Y afuera hay muchos peores problemas!
–Aduce alguien de la fila de al lado.
– Pero no podrán negar que hay países
atrasados y otros que no lo son. –Alega otro.
7. Y,
sobre todo
– Solo quiero preguntarte una cosa.
–Interviene alguien de atrás– ¿Alguna vez en esos otros países has chancado el
mostrador y la vitrina como acabas de hacerlo aquí?
– A eso iba. No lo haría.
– ¿Y saben por qué? Porque este es tu país.
Entonces quiérelo y respétalo. ¡Es nuestro país! ¿No es cierto? Entonces de lo
que se trata no es de cuál país es mejor, sino a qué país perteneces.
– Y el país que nos pertenece es para poner
ahí lo mejor de nosotros mismos; y no lo peor. ¡Entonces aprendamos a estimarlo!
– Eso es verdad. –Se atreve a decir alguien.
– ¡Eso de nacionalismos es obsoleto! ¡Ahora
somos ciudadanos del mundo! –Acota desde atrás un joven con apariencia de
intelectual.
– Si se trata de eso, entonces, en donde
estemos, ¡en vez de criticar colaboremos!
– ¡Eso es! Por ejemplo, aquí veo yo que la
demora es porque al acercarnos no hemos llenado bien los formularios y no
tenemos todos los documentos a la mano.
– Entonces, colaboremos, y tengamos un poco
de paciencia, señores. Y, sobre todo, seamos parte de la solución y no seamos
parte del problema.
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