miércoles, 30 de diciembre de 2020

30 de diciembre. Se hace camino al andar. / Los caminos siempre están ahí.


30 DE DICIEMBRE 
SE HACE CAMINO AL ANDAR 

LOS CAMINOS
SIEMPRE 
ESTÁN AHÍ 

Danilo Sánchez Lihón 




1. Ni 
cicatrizan 

Atrevimiento y osadía es hablar de los caminos en unos cuantos renglones, porque ¡son tantos y tan vastos! Y distintos son sus sentidos.

Como también es temeridad recordarlos creyendo que nada en ellos se ha movido ni cambiado.

Incluso a la gente que encontramos y pasaron por ellos las tenemos fijas, quietas o congeladas con su saludo, su sonrisa o su pena.

Pero los que más hay son los caminos inhallables, que de niño uno los encuentra reptando por el curso que hace el agua debajo de las cercas.

Y que nos llevan a huertos inconcebibles, mundos fragantes y a jardines sobrenaturales.

Dominios que después ya jamás se olvidan, ni se cierran, ni cicatrizan.

 


2. Fantasmas

se hicieron

 

Aun así, caminos que no sé si es bueno o malo recordarlos: Así, del pueblo donde nací, me crie y crecí, hacía arriba hay el camino a Urupamba, subiendo por La Poza y doblando por el Agua del Oro.

Donde hay un chorrillo al cual se acercan en la oscuridad los caballos, guiados sólo por el fragor del agua que cae y que luego corre.

Y beben iluminando con sus sorbidos la noche absoluta o repentina que se llena de estrellas y luceros.

Al frente de aquel chorro sonoro hay unas casitas donde siempre se raja leña y hay humo en la cocina. Con unos niños que corretean alegres y felices.

En el suelo hay piedras para cogerlas y amenazar a los perros si después de ladrar se atreven a intentar perseguirnos para mordernos. ¿Todos ellos eran fantasmas? Si no lo eran con el pasar de los años eso se hicieron.

 


3. Piedra

afilada

 

Hay otro camino que se mira desde el techo de mi casa, que sube por el cerro San Cristóbal y va a Guamanchal, La Soledad y Las Azulas.

Límpido, siempre con rocío en sus piedras volcánicas, con silbidos de pájaros en los árboles de molle, de eucaliptos y taya.

Con una acequia rumorosa y pequeños puentecillos para cruzarla. Y que provoca justo al lado del puente saltarla cuando somos niños.

Este camino es como el corazón del hombre: expansivo, dicharachero y generoso, como también amilanado, torvo y amenazante.

Ora tiene una posada, un recodo sombreado de árboles, una llanura cubierta de flores.

Como otras veces es laja, piedra afilada, pedrusco que resbala y desaparece en la cañada.

 


4. Tarde

infinita

 

El de Yamanate, hacia el costado, representa para mí la tarde infinita. Porque iba por él saliendo de la escuela, con el bolsillo cargado de panes y con la cantimplora a la altura de la rodilla, sin hacerla chocar en las piedras como me aconseja papá, recordándomelo desde el balcón de la casa desde donde me ve partir.

Y todo porque mi padre recela mucho de la leche que traen a vender al pueblo. La prueba y le encuentra el sabor de algún puquio de agua que hay a su vera, en donde él supone que la lechera se ha agachado y ha mezclado dos o tres jarrones de agua a la leche recién ordeñada. ¡Qué afán el de identificar el puquio! Yo digo: ¿para qué?

Por eso, hace el contrato para que yo mismo la traiga desde el lugar donde pasta, come y bebe agua la vaca. Y por poco no arregla también para que sea yo quien la ordeñe. Porque también mi padre recela de si la persona que ordeña se lava o no las manos que tocan y exprimen las ubres.

 


5. Alborear

del día

 

Hasta Yamanate me voy casi a la oración, a la hora del ángelus. Hay en aquel sendero un paraje de árboles centenarios. Y el atajo sube como por un palacio de piedras inmemoriales.

Hacia la izquierda se abre una llanura que es en realidad una laguna encantada llena de juncos, totorales y de flores.

Allí se oye en las sombras bramar los toros. Se oyen campanas y corretean en sus orillas duendes que embelesan y capturan a quienes se demoran. O a quienes se quedan contemplando sus matorrales.

Yo he pasado por allí cuando las sombras peleaban con la tenue claridad de la tarde. Lo he cruzado acezante, hasta dejar de correr en las primeras casas, recién a las afueras del pueblo.

A veces fuimos contigo muy de amanecida por ese rumbo a traer algo. ¿Recuerdas, prima mía? Entonces tu voz y tu rostro han marcado para mí por siempre lo que es el alborear del día.

 


6. Piedras

pasmadas

 

Caminos por donde nos hemos ido alguna vez y para siempre.

Y creo que, igual, eternamente hemos regresado por ellos.

¡Caminos donde te he querido y anhelado tanto, niña mía del alma!

Caminos que a estas horas estarán a oscuras, pero en vigilia e insomnes en mi corazón y en mi mente.

Caminos sin una sola gente, ni hombre ni mujer, niño ni anciano; ni al centro ni a su vera.

Aunque sí con la cruz de nosotros mismos ya plantada y erigida velando lo que somos.

De quienes hemos pasado por ellos despierto o en sueños y velando al borde de sus piedras pasmadas.

 


7. Prisiones

y cadalsos

 

¡Caminos en los cuales nos hemos despedido!

Y son los mismos, aunque otros somos nosotros. Por los cuales regresamos siempre cada tarde.

Que nos traen y nos dejan solos en un sitio que siempre es El Camino. Desde donde otra vez tendremos que seguir, partir, continuar el viaje.

Por ellos me he empapado de lluvia. Y sobre mis hombros ha caído, por transitar hasta tarde por esos sitios, todos los augurios, premoniciones y presentimientos.

Camino en el cual nos hemos perdido y reencontrado en esta vida y en otras vidas. Y desaparecido hacia no sabemos dónde.

Por eso los caminos son abrazos. Son libertad, ya muertos. Y mientras vivamos: prisiones y cadalsos.

 

Todas las fotos de

Jaime Sánchez Lihón


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