Atrevimiento y osadía es hablar de los caminos en
unos cuantos renglones, porque ¡son tantos y tan vastos! Y distintos son sus
sentidos.
Como también es temeridad recordarlos creyendo que
nada en ellos se ha movido ni cambiado.
Incluso a la gente que encontramos y pasaron por
ellos las tenemos fijas, quietas o congeladas con su saludo, su sonrisa o su
pena.
Pero los que más hay son los caminos inhallables,
que de niño uno los encuentra reptando por el curso que hace el agua debajo de
las cercas.
Y que nos llevan a huertos inconcebibles, mundos
fragantes y a jardines sobrenaturales.
Dominios que después ya jamás se olvidan, ni se cierran,
ni cicatrizan.
2. Fantasmas
se hicieron
Aun así, caminos que no sé si es bueno o malo recordarlos:
Así, del pueblo donde nací, me crie y crecí, hacía arriba hay el camino a Urupamba,
subiendo por La Poza y doblando por el Agua del Oro.
Donde hay un chorrillo al cual se acercan en la
oscuridad los caballos, guiados sólo por el fragor del agua que cae y que luego
corre.
Y beben iluminando con sus sorbidos la noche
absoluta o repentina que se llena de estrellas y luceros.
Al frente de aquel chorro sonoro hay unas casitas
donde siempre se raja leña y hay humo en la cocina. Con unos niños que
corretean alegres y felices.
En el suelo hay piedras para cogerlas y amenazar a
los perros si después de ladrar se atreven a intentar perseguirnos para
mordernos. ¿Todos ellos eran fantasmas? Si no lo eran con el pasar de los años
eso se hicieron.
3. Piedra
afilada
Hay otro camino que se mira desde el techo de mi
casa, que sube por el cerro San Cristóbal y va a Guamanchal, La Soledad y Las
Azulas.
Límpido, siempre con rocío en sus piedras
volcánicas, con silbidos de pájaros en los árboles de molle, de eucaliptos y
taya.
Con una acequia rumorosa y pequeños puentecillos
para cruzarla. Y que provoca justo al lado del puente saltarla cuando somos
niños.
Este camino es como el corazón del hombre:
expansivo, dicharachero y generoso, como también amilanado, torvo y amenazante.
Ora tiene una posada, un recodo sombreado de
árboles, una llanura cubierta de flores.
Como otras veces es laja, piedra afilada, pedrusco
que resbala y desaparece en la cañada.
4. Tarde
infinita
El de Yamanate, hacia el costado, representa para
mí la tarde infinita. Porque iba por él saliendo de la escuela, con el bolsillo
cargado de panes y con la cantimplora a la altura de la rodilla, sin hacerla
chocar en las piedras como me aconseja papá, recordándomelo desde el balcón de
la casa desde donde me ve partir.
Y todo porque mi padre recela mucho de la leche que
traen a vender al pueblo. La prueba y le encuentra el sabor de algún puquio de
agua que hay a su vera, en donde él supone que la lechera se ha agachado y ha mezclado
dos o tres jarrones de agua a la leche recién ordeñada. ¡Qué afán el de
identificar el puquio! Yo digo: ¿para qué?
Por eso, hace el contrato para que yo mismo la
traiga desde el lugar donde pasta, come y bebe agua la vaca. Y por poco no
arregla también para que sea yo quien la ordeñe. Porque también mi padre recela
de si la persona que ordeña se lava o no las manos que tocan y exprimen las
ubres.
5. Alborear
del día
Hasta Yamanate me voy casi a la oración, a la hora
del ángelus. Hay en aquel sendero un paraje de árboles centenarios. Y el atajo
sube como por un palacio de piedras inmemoriales.
Hacia la izquierda se abre una llanura que es en
realidad una laguna encantada llena de juncos, totorales y de flores.
Allí se oye en las sombras bramar los toros. Se
oyen campanas y corretean en sus orillas duendes que embelesan y capturan a
quienes se demoran. O a quienes se quedan contemplando sus matorrales.
Yo he pasado por allí cuando las sombras peleaban
con la tenue claridad de la tarde. Lo he cruzado acezante, hasta dejar de
correr en las primeras casas, recién a las afueras del pueblo.
A veces fuimos contigo muy de amanecida por ese
rumbo a traer algo. ¿Recuerdas, prima mía? Entonces tu voz y tu rostro han
marcado para mí por siempre lo que es el alborear del día.
6. Piedras
pasmadas
Caminos por donde nos hemos ido alguna vez y para
siempre.
Y creo que, igual, eternamente hemos regresado por
ellos.
¡Caminos donde te he querido y anhelado tanto, niña
mía del alma!
Caminos que a estas horas estarán a oscuras, pero
en vigilia e insomnes en mi corazón y en mi mente.
Caminos sin una sola gente, ni hombre ni mujer,
niño ni anciano; ni al centro ni a su vera.
Aunque sí con la cruz de nosotros mismos ya
plantada y erigida velando lo que somos.
De quienes hemos pasado por ellos despierto o en
sueños y velando al borde de sus piedras pasmadas.
7. Prisiones
y cadalsos
¡Caminos en los cuales nos hemos despedido!
Y son los mismos, aunque otros somos nosotros. Por
los cuales regresamos siempre cada tarde.
Que nos traen y nos dejan solos en un sitio que
siempre es El Camino. Desde donde otra vez tendremos que seguir, partir,
continuar el viaje.
Por ellos me he empapado de lluvia. Y sobre mis
hombros ha caído, por transitar hasta tarde por esos sitios, todos los
augurios, premoniciones y presentimientos.
Camino en el cual nos hemos perdido y reencontrado
en esta vida y en otras vidas. Y desaparecido hacia no sabemos dónde.
Por eso los caminos son abrazos. Son libertad, ya
muertos. Y mientras vivamos: prisiones y cadalsos.
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