Vivo desde hace muchos
años en el distrito de La Perla, en el Callao, en la urbanización La Macarena. Mis
hijos dicen que en ningún lugar de Lima se lanzan y revientan tantos fuegos
artificiales como los que se queman en el parque frente a mi casa, en sus
aledaños y más allá en sus alrededores.
Cerca de la
despedida del Año Viejo y próximos ya de las doce de la noche en que se recibe
el Año Nuevo, empieza un traqueteo de retumbos, una reventazón de cohetes y un
golpeteo de tambores que atruenan en el cielo.
Salimos ya en el
silbido y la matraca de las bombardas que suben a lo alto en la noche, dibujan y
pintan árboles de luces encendidas que se despeñan desde el cielo hacia la
tierra, engalanados de colores y estallidos.
Es lluvia de
matices. Son bombos, atabales y clarines en la bóveda del cielo. Es lluvia de
colores. Son ríos con sus chorros, brillos e iridiscencias que se encienden y
apagan en la bóveda sideral.
Son ramajes que se
expanden e iluminan los contornos de las casas, edificios y de los otros
árboles estos sí amilanados con sus raíces sujetas a la tierra.
2.
Es una sucesión
indetenible de zumbidos, tronidos y retumbos, uno tras otro sin detenerse. Suben
impulsados por una fuerza desconocida. Y revientan en el cielo cubriendo los
horizontes. Aquí y allá en los confines, dejando un olor a pólvora, a papel
quemado y a jacintos.
– ¡Solo faltan tres
minutos!
Ahora suben febriles
con un silbido ululante llevando una chispa azul que recorre vertiginoso su
tallo de abajo hacia arriba y con una explosión se abren en el cielo a
ramalazos de luces doradas, azules, verdes, rojas y amarillas.
No falta el blanco
en esta paleta de ilusión. Son luces que brillan en la noche original. Diseñan
flores, se abren como paraguas, giran como galaxias iguales a las que se siguen
creando en este instante en el confín del universo.
Volamos en las alas
de esta quimera, utopía e ilusión. Porque es hálito y son alas y son plumas de
aves fantásticas. Son ríos y cataratas de colores que suben y bajan desde el
cielo. Y dibujan rosetas, flores y estrellas. A ratos explosionan todos juntos
y entresacan estelas, galaxias, constelaciones. Vaga una nube de humo de sur a
norte por sobre las azoteas de las casas.
– ¡Feliz Año Nuevo,
papá!
3.
¿Qué significan? Y, sobre
todo, ¿en qué pensamos? En el tiempo. Que el intento es atraparlo, es tatuar
una señal, por eso este alarde. Es el tiempo que pasa, el de adelante y el que
se deja atrás, que es anhelo y esperanza a la cual aferrarnos.
El intento es marcar
un hito, entre la permanencia y lo fugaz. Dejar una huella, una marca en la
frente, en la cara y en el corazón de este espectro. Marcar con una luz o una
aguja el tiempo efímero, en el aire y hacia arriba.
Cuando todo ha
cesado de vez en cuando retumba un cohete solitario, como si se hubiera
apartado de su rebaño y fuera una oveja perdida. Cohete que nos hace recordar
que él es una gota de agua salida de un río que sigue su cauce y corre
inatajable.
Miro la luna
arrebolada en el fondo del cielo oscurecido, y no sé si es otra bola de fuego y
su sentido es igual a esta misma ilusión puesta en el espacio sideral.
Aterido y con el
relente de la noche en la esquina de mi casa, escuchando a retazos la música
lejana que llega desde algunas casas, siento ahora a oscuras el zumbido y el aleteo
de la eternidad.
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