El amo y potentado de la mansión es un señor muy rico
y distinguido quien adquiere todo objeto siempre y cuando tenga prestancia,
clase y exquisitez. Y mucho mejor si es de una marca prestigiosa y bien
cotizada.
Tiene, al parecer, un gusto elegante y refinado que
las personas de su entorno admiran con un dejo de sorpresa y también de sutil y
oculta fascinación y hasta de envidia.
Las fuentes y escalinatas de su palacete están
construidas con los más refinados mármoles de Carrara. Adornan las paredes
cuadros y esculturas de artistas renombrados de la época.
Los muebles de su residencia son especialmente fabricados
de madera expresamente encargada que sea traída desde Nicaragua y Senegal.
La vajilla que luce su mesa es china, de la más lujosa calidad, y los cubiertos son labrados de la más fina alpaca peruana; así como los jarrones y ornamentos tienen el sello de ser de la famosa porcelana de Febres.
2. Entraban
y salían
Las plantas más exóticas y los mejores retoños de
árboles, son embarcados para ser sembrados en sus jardines desde las selvas
tropicales de Borneo, Malasia y Singapur.
Las semillas de las más primorosas flores las encarga
cultivar a jardineros japoneses de la tradición zen.
Sus preocupaciones son muchas, sus inquietudes
arduas y con frecuencia tensas y hasta amargas.
Su mansión es encantadora, pero sus desvelos son agotadores
y las deudas gigantescas. Las antiguas y las nuevas adquisiciones atenazan su
corazón.
A su puerta siempre acuden los correntistas, los financistas
y los banqueros.
Entran y salen de su morada los hombres de negocios, los comisionados de las compañías de seguros. ¡Y, sobre todo, la hueste siempre inoportuna de los acreedores!
3. Pero
eso sí
Pero tiene un empleado que es camarero y cuida
también de los jardines, de carácter completamente contrapuesto y
diametralmente distinto al suyo.
Es un hombre tranquilo, sosegado y pulcro, que se
ocupa del arreglo de la residencia, del cuidado de los jardines y de la poda de
los árboles.
No tiene apego a los negocios, es indiferente para
comprar, vender y transar. Evita ocuparse de todo lo que sea acumular objetos, bienes
y ornamentos, ni menos ostentar.
Es atento y más bien inclinado a apreciar el valor
de cada asunto y manifestación que está a su alcance.
Su vida es sencilla, modesta y su carácter apacible.
Es el polo opuesto al de su amo que es arrollador, avasallante y carismático.
El camarero parece hasta un poco tímido de carácter, pero eso sí es prudente y cordial en todo.
4. De qué
modo
Hoy día el señor de la casa se ha excedido de
copas. Se lo nota nervioso y agitado como si sobrellevara una gran
preocupación.
Da vueltas en torno a la mesa de centro en el
recinto del gran salón. Está envuelto en un embrollo financiero.
Impaciente ante la calma y el sosiego de su
empleado le interpela
– ¡Tú! –Le dice a su dependiente, mirándolo de
arriba abajo y largamente hundido en su sillón–. ¡Hombre infeliz que no miras
más allá de tus narices!
– ¿En qué puedo servirle, mi señor?
– En revelarme, ¿en qué piensas? ¡Eres pasivo y
hasta indolente!
– ¿De qué modo, señor?
– Te resignas a tu mísera condición de súbdito, de
asalariado. Y a tu puesto de empleado y dependiente. A ser casi un siervo. ¡Veo
que nada te inquieta! ¿No aspiras a nada? ¿Nada te altera?
5. En cambio
yo
Sonríe tímidamente el aludido, pero mira con comprensión
y hasta con ternura a quien es su patrón.
– ¡Qué me dices! ¡Contesta!
– ¡Yo solo quisiera reiterarle mi aprecio, mi
respeto y mi cariño, señor!
– ¡Te expresas bien! Eres amable y cortés, pero
¿qué ambicionas?
Y volvió a increparle:
– ¿Qué pretendes? ¿Qué te impones alcanzar? ¡Nada!
– Yo, cumplir bien mi trabajo. Servirle y serte
fiel, patrón. –Se oyó decir tímidamente.
– Eres apocado, pusilánime y hasta escaso de mente.
–Y carraspeó el patrón.
– Quizá lo parezca.
– En cambio yo, ¡mira lo que hago! ¡trabajo, gano
dinero, me afano, tengo una reputación y negocios y, lógicamente, muchos bienes!
6. La razón
de tu vida
Sonríe el aludido, sin atreverse a responder algo
más a su señor.
– ¡Contesta siquiera! ¡Dime qué piensas! ¿Algo?
¿Nada? –Así le llama la atención el dueño–. Y, ¡no te quedes ahí parado, hecho
una piedra!
– Yo-, le dijo el sirviente, –me apeno y conduelo
de su incesante trabajo, mi patrón, que no tiene reposo ni tiene consuelo.
Permítame en servirle una infusión.
– ¡Quédate aquí y escucha! ¡A mí me agita el deseo
de superación! ¡De poseer, de hacer mío todo lo que anhelo, quiero y se me
antoja!
– Y yo cuido de manera esmerada lo que usted
adquiere, patrón.
– Sí. Y te estoy agradecido. Pero, yo sé lo que
quiero. ¡Me mueve el afán de progresar! Pero a ti infeliz y mediocre, ¿qué te
anima?
– Yo gozo con los bienes que Ud. adquiere, mi
señor.
– ¡Pero explícame cuál es la razón de tu vida!
7. Mi dueño
y señor
– Yo me extasío con las flores hermosas del jardín
que usted tiene, pero ni siquiera mira. Me complazco con los árboles que usted
manda a traer desde otras latitudes, que como un milagro aquí crecen y cada uno
tiene su propia melodía, distinta cada vez que el viento pulsa en sus ramas y
en sus hojas.
Acaricio los mármoles que usted trae pero que lamentablemente
no tiene tiempo, ni tranquilidad, ni paz para admirar. Y al final no sabe usted
ni siquiera que los posee.
Yo me complazco con las preciosas esculturas y
pinturas que adquiere en las subastas, pero que después ni se acuerda de ellas.
Y trato de desentrañar cuál es la hondura de su significado, pero que usted ni
se fija en ellas. Y que solo toma en consideración de ellas en cuanto al precio
que le costaron.
Yo palpo conmovido y deslizo mis dedos por la
madera nacarada de los muebles y veo la luz que relumbra en la hermosa vajilla
y en los cubiertos que tiene. Yo gozo lo que usted compra y adquiere, mi dueño
y señor.
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