– Todos vamos a morir
– No. ¡Todos no!
– Algún día, ¿no todos vamos
a morir?
– No. ¡Muchos no!
– ¿Así? ¿Quiénes no van a
morir?
– Muchos nunca acabarán de
morir.
– ¿Quiénes, ah?
– Los que son enterrados
lejos
– ¿Así? ¿Lejos de qué?
– Lejos de su patria nativa.
– ¿Así?
– Sí. Ellos no morirán
nunca.
2.
– ¿Entonces?
– Estarán penando siempre.
– Y, ¿cómo?
– Pendientes de su regreso.
– ¡Ah!
– Ellos más bien permanecerán
muriendo todo el tiempo.
– Pero, ¿quiénes son ellos?
– Ya te dije. Quienes fueron
enterrados lejos de su tierra natal. De aquella que los vio nacer.
– ¿Quiénes son ellos?
– Son los expatriados para
siempre.
– ¡Pero si ya están muertos!
3.
– No del todo. Son los
expósitos inconsolables.
Que permanecen desvelados en
esas ciudades frías, ajenas y distantes, sin escuchar ni una palabra que la
entiendan. Ni de los rezos, ni de los lamentos. Ni del piadoso olvido final.
– ¿Sí?
– Para ellos en realidad no
hay descanso eterno, nunca, ni paz, ni consolación, ni nada.
– ¿De veras?
– Ellos nunca acaban de
morir. Penan desolados al borde de los caminos añorando volver a su lugar nativo,
y a su tierra; junto a su gente.
– ¿Es así, en verdad?
– ¡Claro! Anhelan desde la
colina sentir el calor de los fogones que se encienden en el alba. Y al
atardecer en los pueblos donde han nacido.
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