El pino de la iglesia de San José de la
hacienda San Juan Grande del distrito de Surco, donde ocurrieron los sucesos
que se narran a continuación, recién sucumbió en enero del año 2001, con más de
300 años de existencia.
El Municipio del distrito de Surco ha
restaurado la Iglesia de San José, declarada como Monumento Histórico de la
Nación, por Resolución del Instituto Nacional de Cultura del año 1972, en honor
al Niño Héroe Julio César Escobar García, quien se inmoló en ese lugar en los
sucesos del 13 de enero del año 1881.
1. Con orgullo
y altivez
Julio César Escobar aún lleva
consigo hoy, día 12 de enero de 1881, su caja de escobillas y pomadas que ha
dejado al pie del árbol de pino, implementos con los cuales temprano ha
lustrado los zapatos de los empleados que trabajan en el centro de Lima.
Las campanas de todas las iglesias
han empezado a atronar con sus dobles y repiques anunciando el inminente ataque
chileno.
Él desde la explanada exterior del
Colegio Nuestra Señora de Guadalupe ve salir el último contingente del Batallón
de Reservistas N.º 4. bajo el comando del coronel Ramón Ribeyro y compuesto por
niños y jóvenes apenas mayores de 13 años, estudiantes de aquel plantel escolar.
Julio César aspira a estudiar en ese
colegio; quizá por eso siente una emoción profunda al verlos abordar el tren
blindado que los lleva rumbo al frente de guerra, en dirección de Chorrillos.
Pero antes se despiden de sus
madres, hermanas y novias. ¡Sus padres están en el frente de guerra! Con una
mezcla de valor y honda tristeza, con orgullo y altivez. Muchos de ellos, la
mayoría, no regresarán mañana ni nunca.
2. Pero,
puedo luchar
Todos marchan a defender la ciudad
de Lima, como un deber sacrosanto. Y no hay persona que no se sienta conmovida.
Trescientos estudiantes del Colegio
Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, vistiendo su traje azul de reservistas,
conforman este último contingente. Se los ve nobles y puros.
El pecho de Julio César al verlos
partir a los sones marciales de la banda de músicos, y bajo el flamear de las
banderas y estandartes que se agitan, se hincha e inflama de emoción queriendo
estallar.
Y acaba de presenciar algo que lo ha
emocionado. Es un señor portando una bandera y que pugna por subir a uno de los
vagones:
– ¿Este tren va al frente de guerra?
– Sí señor, pero usted no puede ir.
Usted es ciego.
– Pero, puedo luchar. No puedo ver,
pero sí puedo defender.
Y no han podido bajarlo. Al final ha
sido tal su decisión que todos conmovidos lo han apoyado y llevado consigo a
las trincheras.
– ¡Julio César! –Se dice el niño,
asimismo–. ¡Decídete!
Y ha marchado.
3. Está
contento
Hoy 13 de enero como siempre Julio
César se levanta muy temprano. De cinco a siete corre por la zona de Breña y
Jesús María voceando: “¡El Comercio, con las últimas noticias de la guerra!”
“¡El Nacional, con notas de actualidad!” “¡El Peruano, diario oficial, con
primicias sobre la defensa de Lima!”
Además de ser lustrabotas,
muy de madrugada, vende periódicos.
De siete a nueve de hoy ha
estado con su caja de lustrar zapatos en la Plaza de la Recoleta, en donde solo
empleados de avanzada edad se apuran antes de ingresar a sus oficinas.
El ambiente es tenso. Nadie
quiere hablar. Hay un silencio sepulcral en los corazones. Todos tienen a algún
ser querido en el frente de guerra que abarca San Juan, Chorrillos y
Miraflores. El choque es inminente y a cualquier hora.
A partir de las 9 de la
mañana ha vendido golosinas hasta las 12 del día en que ha retornado a su casa.
Ayuda a su madre.
Hoy ella cocina, por eso está
contento. No hay comida más rica que la que adereza su madre. Pero, con
frecuencia ella realiza algún trabajo en la casa de alguna señora.
En ese caso él prepara los
alimentos y cuida de sus hermanos: Lucía de 9 años, Carlos de 7 y Beatriz de
cinco. Su padre murió hace un año en el Hospital de San Bartolomé.
4. Y, ¿por qué,
mamá?
Julio César Escobar no está
tranquilo, permanece inquieto desde el momento en que ayer vio despedirse al
contingente del Batallón de Reservistas N.º 4 rumbo a las líneas de defensa de
San Juan y Miraflores.
Ayer se anunciaba que los
invasores ya había tomaron posición de asalto frente a las trincheras peruanas.
Hubo muchos más que ayer se enrolaron para defender la ciudad de Lima, la
capital del Perú.
Hoy día las noticias son
mucho más preocupantes.
– Mamá. –Le dice–, Tú, ¿cómo
defiendes al Perú?
– Hay diversas maneras de
defender nuestra patria. –Responde ella que mantiene las mandíbulas apretadas y
los ojos duros como aceros. Y, poniendo las ollas con fuerza, como si luchara
con alguien, prosigue–. ¡Y hay que defenderla con el alma!
– Y, ¿por qué, mamá?
– ¿Por qué? ¡Porque, cómo
vamos a permitir que vengan a asaltarnos! ¡Cómo vamos a permitir que entren a
nuestras casas a cometer abusos! ¡Qué ley es esa! ¿De quién es esta tierra?
¿Acaso es de ellos? ¿Por qué la invaden? ¿Por qué matan? ¿Es tanta la codicia?
¿Es tan infame ese deseo de rapiña?
– ¿Y qué harás, mamá?
– ¡Yo misma saldré a
defenderla, de alguna manera!
5. La gracia
de vivir
Julio César tiene grandes
ojos negros y vivaces. Es tierno. Adora a su madre, a sus hermanas y a su
pequeño hermanito. Y a su casa, aunque pobre y con mil penalidades
Por ellas y por él trabaja y
hasta daría la vida.
Sus clientes lo quieren por
esa dedicación, por el encanto, la alegría y la gracia que posee para vivir.
Como ahora que le dicen, poniendo su zapato en la madera en forma de pie, que
tiene clavada sobre su caja:
– Julio. ¡Lustrada al espejo!
– ¿Espejo de vidrio? ¿Espejo
de agua? ¿O Espejo del alma?
– ¿Qué cuesta la última
tarifa de Espejo del Alma?
– Nada. ¡Porque el alma no se
vende y ahora se lo ofrenda a la patria! –Y sonríe.
Entonces se inclina, echa su
aliento al zapato y le saca frenético un brillo fulgurante. Cuando se agacha se
avista su nuca delgada y sufrida. Y su pelo lacio y tupido.
– Mamá. ¿Y la gente que
pierde a sus seres queridos?
– No se pierde a un ser
querido que defiende su patria, porque se gana cuando la vida defiende a la
vida. ¿Acaso hemos perdido a tu padre? ¿Ves cómo él nos guía? ¡Y nos acompaña
siempre! ¡Y nos protege!
6. Asalto
al amanecer
En ese mismo instante, a su
modo y en el alma, Julio César se ha alistado como soldado en las filas del
ejército peruano. Le ha dicho a su madre:
– ¡Si no regreso, mamá, no te
preocupes!
Su madre lo ha mirado con sus
ojos por primera vez llorosos. Y ha tenido la fascinación de reconocer en su
hijo a su esposo. Y lo ha visto convertido en todo un hombre.
Julio ahora sigue primero la
vía del tren hacia Chorrillos. Luego el sendero que toman algunos voluntarios,
quienes buscan por su propia cuenta un lugar en la batalla.
Detrás de varios reductos merodea
temeroso. Hasta cobijarse en la sombra que esparce la Iglesia de San José, y el
pino gigantesco. Y allí busca refugio momentáneo a la tensión y el nerviosismo
momentos antes del inicio de la batalla decisiva.
Al amanecer del día 13 de
enero de 1881 se inicia el asalto a las líneas de defensa peruanas, que se
extienden desde el contrafuerte de los cerros hasta el Morro Solar, en el mar. Es
en ese momento que llega hasta la iglesia de San José un pelotón de soldados
peruanos salvando un cañón ligero que reinstalan presurosos.
– ¡Dulces para todos!, de
parte de la madre patria. –Les sorprende con su voz, diciéndoles a continuación–
Es gratis para todos los que luchan por el Perú. –Y esboza un gesto que los
hace sonreír, que es un milagro en medio de la solemnidad de la hora suprema.
7. ¡Sí!
¡Presente!
– ¿Qué haces aquí? –Inquiere
en pleno fragor el teniente Villalobos. –Este es un lugar peligroso para ti.
¿Dónde están tus papás?
– Mi mamá peleará, sin lugar
a dudas, si nosotros no sabemos defender al Perú.
– Y, ¿tu papá?
– Desde el cielo nos está
viendo cómo nos portamos este día.
– ¿Tienes hermanos?
– Tres, que esperan que
seamos valientes.
– Acaso, ¿tú también eres
soldado? –se burló uno.
– ¡Sí! ¡Por supuesto! ¡Yo
mismo soy! ¡Y me llamo soldado Julio César Escobar García! ¡Presente!
Otra vez les hace reír la
mueca de rigidez que pone con el saludo, llevándose la mano hacia un imaginario
quepí.
– Listo el cañón para
disparar, mi teniente. –Dice un soldado.
– Cómo pudiéramos ver por
sobre el muro. Dice Villalobos.
– ¡Yo mismo soy! –Responde
Julio César, dejando su caja de caramelos a un lado y subiendo ágilmente por el
árbol de pino.
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