miércoles, 13 de enero de 2021

13 de enero. La Defensa de Lima. / El niño de El Pino


13 DE ENERO 
LA DEFENSA DE LIMA 

EL NIÑO 
DE 
EL PINO 

Danilo Sánchez Lihón 

 


El pino de la iglesia de San José de la hacienda San Juan Grande del distrito de Surco, donde ocurrieron los sucesos que se narran a continuación, recién sucumbió en enero del año 2001, con más de 300 años de existencia.

El Municipio del distrito de Surco ha restaurado la Iglesia de San José, declarada como Monumento Histórico de la Nación, por Resolución del Instituto Nacional de Cultura del año 1972, en honor al Niño Héroe Julio César Escobar García, quien se inmoló en ese lugar en los sucesos del 13 de enero del año 1881.

 

1. Con orgullo

y altivez

 

Julio César Escobar aún lleva consigo hoy, día 12 de enero de 1881, su caja de escobillas y pomadas que ha dejado al pie del árbol de pino, implementos con los cuales temprano ha lustrado los zapatos de los empleados que trabajan en el centro de Lima.

Las campanas de todas las iglesias han empezado a atronar con sus dobles y repiques anunciando el inminente ataque chileno.

Él desde la explanada exterior del Colegio Nuestra Señora de Guadalupe ve salir el último contingente del Batallón de Reservistas N.º 4. bajo el comando del coronel Ramón Ribeyro y compuesto por niños y jóvenes apenas mayores de 13 años, estudiantes de aquel plantel escolar.

Julio César aspira a estudiar en ese colegio; quizá por eso siente una emoción profunda al verlos abordar el tren blindado que los lleva rumbo al frente de guerra, en dirección de Chorrillos.

Pero antes se despiden de sus madres, hermanas y novias. ¡Sus padres están en el frente de guerra! Con una mezcla de valor y honda tristeza, con orgullo y altivez. Muchos de ellos, la mayoría, no regresarán mañana ni nunca.

 


2. Pero,

puedo luchar

 

Todos marchan a defender la ciudad de Lima, como un deber sacrosanto. Y no hay persona que no se sienta conmovida.

Trescientos estudiantes del Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, vistiendo su traje azul de reservistas, conforman este último contingente. Se los ve nobles y puros.

El pecho de Julio César al verlos partir a los sones marciales de la banda de músicos, y bajo el flamear de las banderas y estandartes que se agitan, se hincha e inflama de emoción queriendo estallar.

Y acaba de presenciar algo que lo ha emocionado. Es un señor portando una bandera y que pugna por subir a uno de los vagones:

– ¿Este tren va al frente de guerra?

– Sí señor, pero usted no puede ir. Usted es ciego.

– Pero, puedo luchar. No puedo ver, pero sí puedo defender.

Y no han podido bajarlo. Al final ha sido tal su decisión que todos conmovidos lo han apoyado y llevado consigo a las trincheras.

– ¡Julio César! –Se dice el niño, asimismo–. ¡Decídete!

Y ha marchado.

 


3. Está

contento

 

Hoy 13 de enero como siempre Julio César se levanta muy temprano. De cinco a siete corre por la zona de Breña y Jesús María voceando: “¡El Comercio, con las últimas noticias de la guerra!” “¡El Nacional, con notas de actualidad!” “¡El Peruano, diario oficial, con primicias sobre la defensa de Lima!”

Además de ser lustrabotas, muy de madrugada, vende periódicos.

De siete a nueve de hoy ha estado con su caja de lustrar zapatos en la Plaza de la Recoleta, en donde solo empleados de avanzada edad se apuran antes de ingresar a sus oficinas.

El ambiente es tenso. Nadie quiere hablar. Hay un silencio sepulcral en los corazones. Todos tienen a algún ser querido en el frente de guerra que abarca San Juan, Chorrillos y Miraflores. El choque es inminente y a cualquier hora.

A partir de las 9 de la mañana ha vendido golosinas hasta las 12 del día en que ha retornado a su casa. Ayuda a su madre.

Hoy ella cocina, por eso está contento. No hay comida más rica que la que adereza su madre. Pero, con frecuencia ella realiza algún trabajo en la casa de alguna señora.

En ese caso él prepara los alimentos y cuida de sus hermanos: Lucía de 9 años, Carlos de 7 y Beatriz de cinco. Su padre murió hace un año en el Hospital de San Bartolomé.

 


4. Y, ¿por qué,

mamá?

 

Julio César Escobar no está tranquilo, permanece inquieto desde el momento en que ayer vio despedirse al contingente del Batallón de Reservistas N.º 4 rumbo a las líneas de defensa de San Juan y Miraflores.

Ayer se anunciaba que los invasores ya había tomaron posición de asalto frente a las trincheras peruanas. Hubo muchos más que ayer se enrolaron para defender la ciudad de Lima, la capital del Perú.

Hoy día las noticias son mucho más preocupantes.

– Mamá. –Le dice–, Tú, ¿cómo defiendes al Perú?

– Hay diversas maneras de defender nuestra patria. –Responde ella que mantiene las mandíbulas apretadas y los ojos duros como aceros. Y, poniendo las ollas con fuerza, como si luchara con alguien, prosigue–. ¡Y hay que defenderla con el alma!

– Y, ¿por qué, mamá?

– ¿Por qué? ¡Porque, cómo vamos a permitir que vengan a asaltarnos! ¡Cómo vamos a permitir que entren a nuestras casas a cometer abusos! ¡Qué ley es esa! ¿De quién es esta tierra? ¿Acaso es de ellos? ¿Por qué la invaden? ¿Por qué matan? ¿Es tanta la codicia? ¿Es tan infame ese deseo de rapiña?

– ¿Y qué harás, mamá?

– ¡Yo misma saldré a defenderla, de alguna manera!

 


5. La gracia

de vivir

 

Julio César tiene grandes ojos negros y vivaces. Es tierno. Adora a su madre, a sus hermanas y a su pequeño hermanito. Y a su casa, aunque pobre y con mil penalidades

Por ellas y por él trabaja y hasta daría la vida.

Sus clientes lo quieren por esa dedicación, por el encanto, la alegría y la gracia que posee para vivir. Como ahora que le dicen, poniendo su zapato en la madera en forma de pie, que tiene clavada sobre su caja:

– Julio. ¡Lustrada al espejo!

– ¿Espejo de vidrio? ¿Espejo de agua? ¿O Espejo del alma?

– ¿Qué cuesta la última tarifa de Espejo del Alma?

– Nada. ¡Porque el alma no se vende y ahora se lo ofrenda a la patria! –Y sonríe.

Entonces se inclina, echa su aliento al zapato y le saca frenético un brillo fulgurante. Cuando se agacha se avista su nuca delgada y sufrida. Y su pelo lacio y tupido.

– Mamá. ¿Y la gente que pierde a sus seres queridos?

– No se pierde a un ser querido que defiende su patria, porque se gana cuando la vida defiende a la vida. ¿Acaso hemos perdido a tu padre? ¿Ves cómo él nos guía? ¡Y nos acompaña siempre! ¡Y nos protege!

 


6. Asalto

al amanecer

 

En ese mismo instante, a su modo y en el alma, Julio César se ha alistado como soldado en las filas del ejército peruano. Le ha dicho a su madre:

– ¡Si no regreso, mamá, no te preocupes!

Su madre lo ha mirado con sus ojos por primera vez llorosos. Y ha tenido la fascinación de reconocer en su hijo a su esposo. Y lo ha visto convertido en todo un hombre.

Julio ahora sigue primero la vía del tren hacia Chorrillos. Luego el sendero que toman algunos voluntarios, quienes buscan por su propia cuenta un lugar en la batalla.

Detrás de varios reductos merodea temeroso. Hasta cobijarse en la sombra que esparce la Iglesia de San José, y el pino gigantesco. Y allí busca refugio momentáneo a la tensión y el nerviosismo momentos antes del inicio de la batalla decisiva.

Al amanecer del día 13 de enero de 1881 se inicia el asalto a las líneas de defensa peruanas, que se extienden desde el contrafuerte de los cerros hasta el Morro Solar, en el mar. Es en ese momento que llega hasta la iglesia de San José un pelotón de soldados peruanos salvando un cañón ligero que reinstalan presurosos.

– ¡Dulces para todos!, de parte de la madre patria. –Les sorprende con su voz, diciéndoles a continuación– Es gratis para todos los que luchan por el Perú. –Y esboza un gesto que los hace sonreír, que es un milagro en medio de la solemnidad de la hora suprema.

 


7. ¡Sí!

¡Presente!

 

– ¿Qué haces aquí? –Inquiere en pleno fragor el teniente Villalobos. –Este es un lugar peligroso para ti. ¿Dónde están tus papás?

– Mi mamá peleará, sin lugar a dudas, si nosotros no sabemos defender al Perú.

– Y, ¿tu papá?

– Desde el cielo nos está viendo cómo nos portamos este día.

– ¿Tienes hermanos?

– Tres, que esperan que seamos valientes.

– Acaso, ¿tú también eres soldado? –se burló uno.

– ¡Sí! ¡Por supuesto! ¡Yo mismo soy! ¡Y me llamo soldado Julio César Escobar García! ¡Presente!

Otra vez les hace reír la mueca de rigidez que pone con el saludo, llevándose la mano hacia un imaginario quepí.                           

– Listo el cañón para disparar, mi teniente. –Dice un soldado.

– Cómo pudiéramos ver por sobre el muro. Dice Villalobos.

– ¡Yo mismo soy! –Responde Julio César, dejando su caja de caramelos a un lado y subiendo ágilmente por el árbol de pino.

 

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