de
la corriente
Y he aquí que al retornar
de Huanta e ingresar nuevamente a la ciudad de Huamanga, otra vez ¡sentimos, vemos
y palpamos la maravilla de sus recios campanarios que se elevan al cielo!
Desde donde se expanden
nítidos en el paisaje transparente el arrebato de sus campanas, sus tañidos y repiques
con sus badajos de bronce, convocándonos a concurrir a uno y otro de los oficios
religiosos.
Con su Plaza de Armas de
recios portales, con sus segundos pisos de airosos corredores y barandales. Con
casonas erigidas de piedra, ladrillo y cal y argamasa de grava de manantial. Rematadas
en el frontis con laja rojiza, con ventanales ya oblongos por los años y los
siglos.
De inmensos techos de teja
vetusta, que se prolongan a lo largo de la cuadra. Flanqueados sus patios de
arquerías que cobijan una sombra gualda en el cielo seco, despejado y límpido
de la ciudad alba y bermeja.
2. Cruz
de hojaldre
Este es un encanto de
ciudad, donde el empedrado de sus patios es de cantos rodados, donde aún
rebrillan las iridiscencias de las aguas de los ríos que han pasado sobre sus
superficies tersas, conservando en su fondo todavía el rumor de la corriente y
sus cascadas que bajan desde las cumbres inhiestas de nieves eternas al mar
insondable.
Eso es Huamanga, de casonas
enfiladas con portales de añeja caoba y marco de piedra sillar. Que, aunque de
viejos y polvorientos travesaños lucen señoriales, claveteados con pulidos
mascarones, en recias molduras de hierro.
Gastada la madera en el
sitio y alrededor de la aldaba, por la vida que ha pasado atravesando sus umbrales
y cuyas huellas han quedado marcadas en sus estrías, con el cielo azulino en lo
alto. Y a lo lejos algún remate de cumbrera de alguna cruz de hojaldre.
3.
Azul
y
grana
Hoy temprano, después del
paseo de ayer a Huanta, he salido a la calle, atraído por la luz del sol, por
la gente que transita, por los vendedores que ofrecen baratijas y algún manjar aldeano.
Caminando yo con paso
animoso, subyugado al contemplar las viejas mansiones, admirando su temple y el
misterio tembloroso que ellas guardan.
Esta por ejemplo cercana a
la Plaza de Armas, en la calle 9 de diciembre en donde el brillo solar palpita
suavemente en sus muros enjalbegados, y en el remate en espadañas, dándole un
carácter místico con el horizonte de fondo de la calle, azul y grana.
Ingreso por el corredor,
admirando los balaustres de sus ventanales con celosías, con un esguince en el
muro que solo un arquitecto sumido en el hechizo ha podido darle.
4.
Ya
estoy
dentro
Sigo la línea ondulante del
estuco de la pared. Allego apenas mis dedos, o imito con mi mano la línea
encantadora de los revoques disparejos, como palpando y adorando el portento de
arquitectura, artesanía y música que aquí se ha plasmado.
Sigo el pasadizo del zaguán
y aquí está ciertamente el traspatio íntimo y recoleto de estas construcciones
coloniales y en donde transcurrió la vida más vibrante. Y esto es así, sin
duda, relacionada al alma de la gente. Patios interiores en muchos casos de
mayor encanto y prodigio que el patio principal y delantero. Y esto ocurre así,
¿por qué? ¿Cómo? ¿Desde cuándo?
Sea porque hacia él dan las
habitaciones íntimas de los dueños, o bien sea porque alguna moza que atendía
en el servicio de la casa resultó ser la favorita del patrón o el amo de la
casa. Y que hizo que estos recintos se llenaran de azulejos, pedrería y hasta
de alguna pileta, tal y como tiene ésta.
Hay una reja que apenas
empujo se abre sin que rezonguen sus goznes, junturas y bisagras. Y ya estoy
dentro.
5.
Al borde
de
los corredores
Pero, ¡qué desvelo puesto
para exornar este patio íntimo dedicado a las domésticas!, quienes realizaban
en las tardes apacibles sus tareas de zurcidos, bordados y pasamanería. Y por
la noche sin duda recibían la visita subrepticia del amo de la residencia. O,
¿por qué tanto primor, lujo y hasta deleite?
Porque si no, ¿a qué se
debe haber puesto aquí tanto mimo, gracia y atavío en los adornos? ¡A buen
entendedor pocas palabras! Está pintado este patio pequeño y escondido de tres
colores: el ocre, el añil azulado y el ópalo. Y puesto todo con gusto sutil, sea
en las cenefas y en las guardas de los remates. ¡Verdaderamente primoroso! ¿Por
qué? ¡Denuncia a las claras a un señor enamorado de la sirvienta que sin duda
era hermosa!
Solo a un flanco se levanta
la arquería de piedra que lleva en el piso ladrillos hexagonales. En la parte
descubierta el patio está embaldosado con pedruscos menudos, que combinan con
los balaustres de las celosías. Todo un esmero, complacencia y artificio en los
arcos, las bóvedas y las columnas de piedra. La prestancia de los aleros y los
azulejos venecianos en el borde de los sardineles.
5.
El polvo
y
la luz
Aquí el hondo silencio
estalla, propicio para el amor y sus desgarramientos. Al frente hay rodelas
talladas de madera en las ventanas silentes. Y un leve balcón de antepecho,
apoyado en cuatro ménsulas parejas, airosas y desveladas que aún conservan el
color verde perla con que alguna vez estuvieran pintadas. Pero, ¿quién salía a
mirar por esta ventana hacia el traspatio?
Indudablemente, hay aquí
encerrada una historia de amor probablemente entre el señor y alguna aldeana y
tierna doncella, que aquí trabajaba y también vivía. O si no, ¿por qué tanta
filigrana en los detalles y acabados? ¿Por qué tanto color sutil como debieron
ser los arreboles del rostro y la mirada de quien prodigaba desde aquí tanta
dicha y felicidad?
He aquí un tragaluz con
alabastro o piedra de Huamanga, mandada pulir con libertad sensual, con amor
tosco e inocente. Y no con la implacable formalidad y exacta geometría hecha
para un salón, dejando una superficie con abultamientos, ¡y en donde pugnan por
residir ahora el polvo, la sombra y la luz!
7.
El misterio
de
aquel amor
¿Qué representa todo esto?
¡Un vientre y los senos de una mujer! Y, como una joya he aquí un precioso arco
campanel rebajado de piedra, escondido al final de la galería lateral. Pero,
siendo una preciosura, ¿por qué está aquí y no adelante?
¡Ah, es más que evidente!
Son huellas y vestigios de un amor furtivo e inconfesable. Pero, ¿esta
inscripción en el azulejo? ¿Qué dice? Claramente se lee: Cristóbal de la
Molina.
Y debajo un nombre de
mujer, rayado con furor, casi roto con un objeto punzante, quizá por el desengaño
y la desilusión de esperar vanamente lo que no se nos ha prometido y se nos debe.
Está claro. ¡Estas son consecuencias de las deudas de amor!
Este patio encierra, ya no
cabe duda, una honda historia de una intensa pasión. Que quizá lo entienden
estos perros que alzan los ojos tendidos a mis pies, mirándome como lebreles
míticos bajo la luz del sol. Pienso que son perros vivos pero pasmados, por el
misterio de aquel amor que pena entre estas rejas, ornatos y piedras caladas. Y en este aire encantado.
reproducidos, publicados y difundidos
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