La candela que se eleva y expande
1.
Ahora se presiona un botón y se enciende la
luz de una habitación, la hornilla de una cocina o todo un complejo industrial.
¿Qué hubiera sido de mi vida –me pregunto yo–
si no hubiera tenido la experiencia de encender la candela de un fogón?
Era a partir de armar una mínima choza de
hojas secas y astillas desgajadas.
Y con un solo fósforo, sin dudar, ni
temblarnos la mano, desde una llama mínima.
Y acercando leños cada vez más gruesos, poder
no solo mantenerla viva sino hacerla crecer hasta que se prendan en los leños
collares de rubíes de infinitas chispas.
Experiencia muy importante para sopesar todo lo
que la naturaleza tiene y es. Para saber de sus dones y prodigios. Para
respetarla y adorarla.
2.
Y con el abanico y el soplador de fierro darle
todo el pulso y el aliento de nuestras bocas.
Hasta ver alzarse una hoguera estallante donde
se hierve la leche, se fríen las ñuñas, como igual los chorizos y salchichas
para servirnos en el desayuno.
Candela que también sirve para calentarnos el
cuerpo y darnos ánimo a fin de emprender una nueva jornada.
Sintiéndonos por ella alegres y entonados, convocados
y fortalecidos. Al ver que con el fuego todo cambia, que la casa se abriga e
ilumina, que cambia lo crudo por lo cocido.
Porque mirando el fuego nos damos cuenta cómo
todo cambia, arde y se transforma.
Y cómo el fuego crea nueva vida, cómo apareja
la vida anterior y la transforma
El fogón de los cielos encendidos
3.
¿No hemos de hacer lo mismo para cambiar este
sistema de oprobio? Eso aprendemos también mirando el fuego.
Plan en el cual hay que apreciar toda la
fortaleza que nos viene desde antes.
así, al encender el fuego ver que no nos
tiemble el pulso ni falte el aliento en nuestras bocas!
O si ha quedado un rescoldo aún vivo del día
anterior, como hacía mi madre al decirme:
– Busca entre las cenizas un carbón encendido
y a partir de ahí enciende el fuego.
Por eso, ¿qué sería de mi vida, me digo, si la
modernidad me hubiera cortado de un tajo las manos y los brazos y solo me
hubiera dejado un muñón para presionar un botón?
O peor: ¡quitado el pulso para sostener la
llama o el aliento para soplar en la leña! ¡Y el brillo de la mirada que surge
cuando el fuego se eleva y se expande!
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