– ¡Boga! ¡Boga! ¡Boyero!
¡Y no dejen escapar a ninguno de esos toritos!
Y avanzamos en la noche sin luces ni candiles, pues ninguna flama arde
con esta lluvia y con este viento.
– ¡Ohé! ¡Boyeros del Ucayali!
Solamente orientándonos con nuestras voces que se dejan oír entre trueno
y trueno
Apagadas por breves instantes, cuando el boyero capitán da la orden, que
es el instante preciso para no dejar pasar los troncos de la palizada en la
noche sideral.
Pero tampoco es lanzarnos segundos antes, de tal modo que no podamos
sostenernos en la corriente que pugna por arrastrarnos.
– ¿Ya?
– ¡Aquí!
– ¡Aquí llega! ¡Aquí está!
– ¡Ya lo cogí, al primero!
– ¡Hurra!
– ¡Aquí va! ¡Es este!
2. Noche
oscura
El primer madero cogido ha sido enlazado por el viejo Shanti. ¿Quién
más? Y, ¿cómo lo sabía? ¡Ahí está pues! ¡Viejo bufeo! ¡Viejo baqueano! ¡Boyero
bien experimentado es!
Quien inmediatamente le ha echado un lazo y ha dejado que el tronco
avance unos metros echando espuma que por ser muy blanca apenas se ve;
corcoveando en el agua de sentirse privado de su libertad de hace meses por el
río y cientos y miles de años hacia el aire.
Y moviendo la paleta debajo del agua lo hace avanzar y lo arrima por
dónde él quiere, divisando las luces parpadeantes de algunas casitas que se
apagan y se encienden pendientes en la orilla.
– ¡Déjenme pasar! ¡Voy al aserradero!
Allí llega y lo fija, exactamente en el lugar que es una cabecera de
playa, a partir de la cual se alinearán otros troncos inmensos como este.
Es de noche y la luz del candil apenas titubea en la esfera lóbrega. Pero
uno de los maderos ya ha sido arrimado y puesto en la orilla asignada.
– ¡Ahí viene otro!
Pareciera que se viera, pero más se palpa o se oye en la noche oscura.
3. Quedándose
dormidos
– ¡Este está embravecido!
– ¡Denle paso! ¡Denle paso!
– Lo tengo bien sujeto. Es el 81.
– ¿Cuánto mide?
– ¡Doce metros!
– ¡Asu!
– De ese su sitio es más abajo!
– Y ha echado ramas el bandido.
– Trae un bosque encima con sus nidos de pájaros, de isulas y de
víboras.
Ahí viene otro. Felizmente a este tronco, que no hay de dónde enlazarlo,
le ha tocado un buen boyero. ¡Es el Rosho!
– He tenido que arrojarme al agua, bucear en la oscuridad y enlazarlo, teniendo
que voltearle un poco, para anudarle la cuerda. Y con la cual jalarlo.
– ¡Bravo! ¡Bravo!
Hay trajín en el atracadero, donde hay una fila interminable de troncos
que se remueven impacientes, donde unos crujen y se dan vuelta, impacientes.
Que se acomodan, que quieren hundirse de nuevo y buscar una escapatoria para
seguir bogando. Y que al final terminan quedándose
dormidos.
4. Nadie
parpadea
– ¡Boga! ¡Boga! ¡Boyero!
– ¡Yo también aquí traigo el mío!
Dice el Shego contento de dominar a otro recio tronco que apenas levanta
sus narices del agua.
– ¡Avancen! ¡Otros vienen hacia esta banda!
– ¡Por ahí! ¡Por donde no se crucen!
– ¡Alalau! ¡Este sí qué es inmenso!
– ¡Qué grande es este torito!
– ¡Lacéenlo! ¡Lacéenlo! ¡No lo dejen pasar!
– ¡Lancen la cuerda!
– ¡No lo dejen pasar!
– ¡Mira que por ahí se desliza otro!
– ¡Cuidado con este que se ha torcido!
Nadie parpadea. Ni siquiera cuando tiene ya
a su tronco prisionero y amarrado.
5. Se canta
y se baila
– ¿Ha escapado alguno?
– ¡Ninguno!
– A todos los hemos atrapado.
– ¡A todos!
– Entonces, ¡bravo!
– Faltan solo dos que vienen de a pie y lejos. Nadie, ni de día lo ha
podido ver. Para ellos hemos asignado a Beni y a Baro.
– ¡Está bien! Buenos cholos son.
Es la noche de don Shanti, y ningún tronco de árbol se ha pasado un
metro. Todos han sido recogidos y yacen enfilados en el aserradero.
Eso somos los boyeros del Ucayali. Se han recuperado los ciento
dieciséis troncos. Hay alegría, se canta.
Hay confianza, hay amor propio entre los concurrentes. Y se baila.
Y por momentos se exclama:
– ¡Ohé! ¡Ohé! ¡Boyeros del Ucayali!
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