Describir la casa de infancia convertida en despojos es
la mayor tristeza que se puede albergar en la mente y en el corazón.
O, a la inversa, tenerla viva como fue cuando éramos
niños, para muchos es la única alegría que se nos ha quedado encendida en el
alma.
Recrearla en la literatura es el recurso de que nos
valemos muchos, para sentir que la tenemos, o que no vivimos en vano.
O que la vida se nos escurrió por entre los dedos sin
que la recogiéramos con sus mayores dones y sin pena ni gloria.
Y, al contrario, así encontramos que ninguna otra
vida, ni período ni espacio de la tierra se compara.
Ni iguala a lo que nos aconteció en esa morada mágica
que es la infancia, en nuestra casa materna y en nuestro pueblo natal.
2. Los
pasos
Aunque recordar cada detalle que ocurrió en sus
aposentos, sea deambular como un alma en pena por cuartos, patios y corredores.
Aunque sea ya estar penando en sus recintos.
Es haberse vuelto sombra que ha asustado a alguien
creyendo ver a un muerto.
Como ocurre en el libro de Miguel Vargas Ruiz, titulado
“El pincel y la pluma”, a propósito del cual diremos que su autor hace tiempo pena
en esa casa.
En ella es un fantasma que merodea compungido, y más
de un niño habrá ya visto pasar a una sombra imprevista y perderse por algún corredor,
cuarto o zaguán, o subir las escaleras y asomarse por alguna pared añeja. No,
no es un muerto, es Miguel en espíritu deambulando inconsolable por esos sitios,
aunque eso sí, igual que alma transida.
Con el rostro demudado y entristecido, con el alma en
un hilo, recoge las cosas que ha dejado, pero sobre todo las huellas de sus
pasos que conmueven por ser tan pequeños en sus bordes en relación a los pasos
de adulto que los siguen.
3. El
pueblo
El otro referente importante es el pueblo de Santiago
de Chuco que aquí se presenta y que Miguel carga con él en su espalda.
Pueblo que lo tiene tatuado en su sensibilidad a todas
horas. Desde que amanece hasta que anochece y la mente se duerme, sin que
dejemos de deambular por sus calles, plazas y cantos.
Y que, ya estando en las afueras del pueblo
incursionamos escalando la cumbre de un cerro o descendemos a bañarnos, o simplemente
a mojar nuestros pies en las aguas de sus ríos.
Pueblo que carga y acaricia diurno y palpa y acuna a
tientas cuando duerme, como se lo advierte en uno y otro libro que viene
publicando,
Y es que los andinos, así como a nuestra casa llevamos
al hombro nuestro pueblo a cuestas. O lo cargamos en nuestro aliento. Y bien
metido y adentro en las entrañas.
4. Enorme
emoción
Así, la plaza y el mercado, y las gradas por donde se
sube y se baja. La ringlera de puertas que tiene una calle, el estuco
descascarado de sus paredes y el ángulo de sus esquinas. Y las piedras desnudas
que muestran, los bordes de las veredas y, sobre todo la genuflexión de sus
aleros cómo nos duelen el alma en cada paso que damos ya en el recuerdo en esta
vida o en cualquier otra.
Pero Miguel aquí no solo es el autor del libro sino
uno de los personajes dentro del libro que va delineando una historia, yo que
va viendo cómo su pueblo se dibuja en los cuadros del pintor. A quien lo sigue
por los senderos en la comarca en donde ambos viven y les pertenecen. ¡Y el
proceso de cómo se consuma un paisaje; o toda una obra y hasta el destino de
una artista y su entorno vital!
Así aparecen evocados los sitios más típicos y
representativos del pueblo. Y aparecen referidos y descritos los acontecimientos
de la vida costumbrista, social y cívica. Y sobre todo descritos sus panoramas,
su topografía y su naturaleza y, claro, que todo ello con enorme
emoción, sentimiento e identificación.
5. El árbol
familiar
Pero la obra es también en gran parte la biografía del
autor del libro, donde se cuentan pasajes curiosos; alegres unos e infortunados
otros. Momentos en los cuales si bien está involucrado el pintor Eladio Ruiz cuya
biografía se escribe, no es en esos casos el personaje principal, y sí más bien
lo es el propio autor de la obra.
Así como se ven en acción otros familiares o
personajes del pueblo; o se narran sucesos de intensa emoción, e incluso de
impactante dramatismo, como la penosa muerte del hermano menor del autor del
libro, llamado José Carlos, y que sume a su madre en un mar de llanto, de
desgarramiento y de continua aflicción.
Así como aparece copioso y profuso el árbol familiar
de la familia Ruiz, donde todo se narra como si fuera un álbum de familia, o la
crónica de un linaje y una heredad. Así como también otro personaje es la
Escuela Prevocacional 277 en donde estudiara el autor su Educación Primaria en
Santiago de Chuco, y en donde a su vez fuera maestro de aula el personaje que
es el protagonista de la obra, el pintor Eladio Ruiz Cerna.
6. Y
ascendemos
Asimismo, otro rasgo importante que no quisiéramos
dejar de mencionar, porque le da gracia y encanto a este testimonio, y que de
manera especial lo quiero anotar y poner de relieve, es que esta es una obra
escrita desde la mirada de un niño respecto a un artista del dibujo y del
color. Constituyendo un privilegio para el autor haber compartido horas y días
íntimos viviendo en una misma casa con un artista de la pintura y poseedor de
un temperamento único, decidido y contumaz.
Realmente todo ello conforma una experiencia extraordinaria
que felizmente se la ha sabido recoger y plasmar en un libro imprescindible. Y
es que el dibujo y el color siempre constituyeron una atracción singular para
un niño, pero no teníamos una obra como esta que testimoniara dicha relación:
La de ver cómo se perfila y se va modelando un cuadro.
De allí que, así como la casa, otro eje en esta obra es el taller del artista,
en donde el niño ve el mundo reproducido, pero en una dimensión estética que
solo un gran creador puede alcanzar a perfilar. Y en donde partiendo desde algo
físico y tangible, plástico y concreto, llegamos a lo espiritual y ascendemos a
lo sublime
7. Nos
enseña
a ser mejores
Y como decíamos al principio, este es un libro sincero,
devoto y cariñoso. Es una ofrenda amable, gentil y hasta piadosa. Con mucho de
sabiduría de vida y generosidad en el alma. De alguien con la suficiente
nobleza para reconocer como padre a un tío que es hermano de su madre, puesto
que padre no lo tuvo, o no lo encuentra a lo largo de sus pasos.
Es el libro de una persona agradecida que sabe querer
y sabe admirar. Y arroparse bajo la sombra y el seno de alguien. Y para ser así
hace falta tener vastedad, espíritu abierto y tener esplendidez en el alma que
solo cabe en quien tiene el don de la inocencia. Con el suficiente candor para
arrojarse siendo adulto a los brazos de alguien que sin duda siendo otro adulto
tiene mucho de niño, como es el pintor al cual se alude tan encarecidamente en
esta obra.
Quien es capaz de soltarse de manera tan franca, tan comprometida
y sentimental, indudablemente es un ser imbuido de una extraña majestad,
posiblemente abierta por el don de la gratitud, de una persona que sabe querer
y amar sin cortapisas ni tapujos, hecho que nos engrandece a todos y nos enseña
a ser mejores.
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