Una casa donde no se habla de libros, donde no hay
varios rincones de lectura, donde no se recrean pasajes hermosos de la
literatura ni se rememora y extasía con la evocación del arte y la historia de
todos los tiempos, ¿de qué vale ni sirve? ¿Cuál es su sentido verdadero y primigenio?
Será trivial y consecuentemente descartable y prescindible. No tendrá esa casa
presencias defensoras de la vida legítima y auténtica. Y, siendo así, no estará
justificada ni ungida.
Por eso, en una casa hay que leer siempre, al
principio y permanentemente juntos, toda la familia reunida. Leer así es oír
nuestras voces asociadas al cariño y al afecto, a la confidencia y al arcano que
cada uno de los seres tienen y guardan consigo.
Y que es bueno que en algún momento se acerquen y
aproximen para no arrepentirnos al momento del morir, de no saber quiénes
somos, quiénes son los demás, de dónde venimos y hacia dónde nos enrumbamos. Es
decir: de no haber sabido vivir, que es eso de lo que trata la verdadera
lectura: de saber vivir.
2. Pleno
y convencido
Porque de lo contrario, ni siquiera sabremos dónde y
cómo aparecen y se posan los ángeles en lo alto de nuestro tejado, en los
aleros y las ventanas, y coronando nuestras sienes.
Porque cada evocación que surge de un libro es un ángel,
un hada y un mago. Porque leer es convocar a los manes, a los espíritus
protectores y a los tótems y apus.
Leer juntos es la clave en el amor a los libros.
Porque en este, como en otros campos no hay amor solitario. O no hay amor feliz
en esos estados.
Lo que sí puede haber, y lo hay indudablemente, es
amor en soledad. Y en muchos casos es hermoso que así sea, porque es pleno y
convencido, pero que se funda sobre la base de lo compartido o lo ilusionado
intensa y solidariamente, por lo menos por dos o entre dos, o entre más.
3. Amigos
de a verdad
No hay amor solitario dado que no hay amor que no
tenga como referente otro ser o persona concreta, tangible y real.
Y nada mejor que el amor surgido entre los seres que
comparten una circunstancia determinada y un compromiso por transformar la
realidad haciéndola un mundo bueno y mejor.
Donde no habrá mejor actitud que saber escuchar. Que,
a ti, a él, o a ella se la sepa escuchar como también que sepa escuchar. La
lectura en resumen es saber escuchar cuando se la practica a viva voz y en
grupo.
Que se pueda escuchar lo que los seres queridos nos
cuenten, mucho más si es en la dimensión significativa y trascendente que toda
lectura conlleva.
Y siendo así, ¡cómo no ha de surgir esta verdad de
ella si es parte integrante del amor! ¿Y más en el niño que clama, padece,
llora y suplica porque sus seres queridos le dediquen atención y cariño?
4. Humilde
y piadosa
¡Y alcanzar así a comprender el significado de cada
aspecto de la realidad, donde compartir juntos, esa es la clave!
Si al niño se le preguntase y se le diesen tiempo para
responder, buscando una expresión sincera, contestaría sin duda que con quien
quisiera ser más esencialmente amigo es con sus padres, padre y madre, o con
ambos juntos que es lo más natural.
¡Y qué mejor que serlo en la dimensión de los textos
orales y escritos? ¿Qué mejor que compartir ese tiempo sobre la base de textos
que nos presentan la vida de la manera más palpitante, henchida y pletórica,
llena de magia, prodigio y maravilla como es la que ebulle en la literatura?!
Pero quisieran ser amigos de a verdad, “amigo-amigo”,
no “amigo-autoridad”, ni “sabihondo” ni “amigo-sabelotodo”, ni siquiera “amigo
protector”, sino amigo en quien confiar sus miedos y cariños más profundos, que
es distinto, y dimensión que solo se da a través de la lectura que siempre es sincera,
humilde y piadosa.
5. Leer
es amar
Leer todos juntos es una actitud que nos consagra cara
a la eternidad, como si lleváramos hasta las desoladas orillas de la finitud un
escudo cifrado.
Emblema que es una muestra de comunión suprema; porque
es acoplar las mentes en un crisol de esperanza, convencimiento y arraigada fe.
Leer juntos en casa es hacernos confidentes; lo cual
es, quizá, la mejor entrega que podríamos hacernos unos a otros como moradores
eventuales en esta vida y en este mundo.
Porque leer es hacer explícita nuestra intimidad; y
compartir algo del misterio que nos habita y entreteje a unos con otros seres.
Es detener el tiempo que de otra manera nunca se
detiene para que nos cuente todo lo que sabe y todo lo que aspira a que
nosotros alcancemos a ser.
En el fondo es poner nuestro lo que somos a prueba, y
mucho mejor si es compartiéndolo con los seres que más nos comprenden y más nos
quieren
6. Amor
ágape
Y leer en voz alta es impregnar al texto de nuestra
voz. Y no hay nada que nos defina y nos identifique tanto como nuestra voz.
Es hacer cálida, viva y humana la lectura, la misma
que muchas veces y con frecuencia es impersonal y distante.
Es armonizar, es tender puentes, es enlazarnos en una
cadena de oro. Es predisponernos para el diálogo y para el compartir nuestras
experiencias.
Y abrirnos al debate alturado de ideas y sobre contenidos
y temas siempre valiosos.
Es tender un vínculo sacrosanto de familia que al lazo
de la sangre aúna un bucle de ilusión y de espíritu indisoluble.
Es hacer inolvidable el amor
ágape de familia, aquel que se contagia con la paz de la sabiduría de todos
los tiempos.
7. Aleros
y ventanas
Leer juntos ha de ser una consigna, porque se ha
vinculado mucho leer a apartamiento, a individualismo y a soledad con la prédica
de la lectura silenciosa, de extrañamiento, evasión y misantropía.
Por eso, frente a la lectura solitaria, particular e
inconfesada, reivindicar la lectura colectiva y de comunión con los demás,
entre los seres que se quieren.
Es decir, asumir, aferrarse y apostar por el leer
comprometidos y juntos, quienes nos amamos.
Y también los que aparentemente no nos identificamos todavía
unos con otros.
Y a fin de que esa luz alumbre, se avive y fulgure;
porque leer es amar y para siempre.
Y así es ver posados a los ángeles en las cumbreras, aleros y ventanas de nuestras casas y en nuestros destinos.
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