Jamás me imaginé yo que alguna vez la canción “Yo la quería patita”
pudiera llegarme tanto al alma, y que se introdujera lacerante como ocurrió aquella
noche, tal si fuese un cuchillo, o más bien un puñal magullado y pungente. Y
fue en París. Donde pareciera como que todo en la canción significara hechos
distintos: su letra, su música, sus acordes y compases.
Y su mensaje, extraño e inaudito. Pero, ¿cómo ocurrió para que fuera de tal
modo que causara tal revuelo y tal impacto en mi pobre ánima? ¡Porque así fue!
Y es que Fréderic Vásquez en ese café restaurante de París la cantaba
como buscando lo más querido, como si se le fuese en ello la vida, como una
espina clavada en el alma. Y que hizo que yo apurara la copa de vino que tenía
servida, y que velaba hacía rato sobre el mantel de la mesa en aquella noche
inolvidable. Que hizo que me levantara saliendo a la puerta del elegante local a
mirar el cielo sin estrellas. En realidad, escucharla así cambió mi vida con
respecto a la canción ¡y a la música criolla en general!
Porque esa noche disimuladamente, y, de cualquier manera, me levanté y
atajé mis lágrimas; debiendo confesar, de parte mía, y avergonzado, que yo le
tenía prejuicio a esta canción, quizá por ser yo andino de nacimiento y de
vocación. Y a la canción “Yo la quería patita”, la consideraba frívola, ligera
y hasta ramplona, en suma, de los bajos fondos. La había catalogado como una
canción pícara y de un criollismo barato, de la viveza y el desparpajo. Y,
¡hasta del mal vivir! Además, porque estaba escrita en jerga, lenguaje que
hasta ahora yo detesto orgánicamente. Pero, ¡qué equivocados que estamos casi
siempre los hombres cuando despreciamos algo! La historia sucedió así:
2. Celebrando
el reencuentro
El año 1975 yo cursaba estudios en Madrid y, por tener una semana de
vacaciones en el mes de mayo de ese año, en un arrebato decidí volar a París en
donde tenía buenos y entrañables amigos con quienes habíamos compartido las
aulas en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, como también de otras
universidades con los cuales habíamos hecho apasionada bohemia en los bares y calles
de Lima.
En el aeropuerto de Orly me esperaban algunos de ellos conversando
animadamente, quienes me confesaron que no se habían visto pese a estar
viviendo todos ellos en la Ciudad Luz. Y que esta era recién una ocasión para
compartir. Entre otros allí estaban Raúl Bueno, Elqui Burgos, José Carlos
Rodríguez.
Cuando salimos del terminal aéreo, ya muy entrada la tarde, llovía
copiosamente en París. Al cruzar cada esquina mi fascinación era oír tamborilear
las gotas de lluvia en los techos y ver correr el agua en las canaletas que
recogen los chorros que se precipitan en las tuberías, que en París evitan que
el agua se empoce y anegue; siendo tierno sentir a la lluvia caer en la ropa y
mojar nuestras manos, rostro y cabellos, como si nos hubiese estado esperando una
vieja conocida.
Aquel primer día deambulamos por calles y parques y nos llegó la noche,
yo cargando mi maletín de mano. Los amigos todo querían mostrármelo: los
lugares históricos, los sitios en donde ocurriera tal o cual cosa, las plazas,
los edificios emblemáticos, los museos, las casas de los escritores y artistas franceses,
y de otros famosos que allí habían vivido. Ya era muy entrada la noche cuando llegamos
a un restaurante atestado de gente, eso sí elegantemente arreglado. Y nos
sentamos a fin de tomar una copa de vino celebrando nuestro reencuentro.
3. Un tanto
azorado
Entretenidos por la conversación como estábamos no nos habíamos dado
cuenta de algo que sí advirtió José Carlos Rodríguez, cuál es que en la
animación musical que había en el establecimiento se estaban interpretando,
entre las canciones del repertorio internacional, algunas de América Latina, como
tangos y rancheras. José Carlos tuvo una intuición, y dijo:
– Voy a ver quién está tocando. De repente es de Latinoamérica.
No le hicimos mayor caso, pero al rato vino con el cantante mismo; y nos
lo presentó diciendo:
– Amigos: un momento su atención. Quiero presentarles a nuestro
compatriota: Fréderic Vásquez, quien me dice que es mitad peruano y mitad alemán.
¿No es cierto? –Le pregunta, volteándose a él.
– Bueno. –Se disculpó el joven, garrapateando el castellano–. Soy mitad
peruano y mitad alemán. Porque mi padre era, o es, del Perú. Pero, en realidad,
no lo conocí; y no sé si está vivo. Ni conozco el Perú.
Es un muchacho de unos veinticinco años, no muy alto, simpático, de
rostro un tanto moreno; atento y azorado. Es quien
toca el piano y a veces canta en este café restaurante.
– Pero, ¿dónde naciste? –Le interroga Elqui.
4. Y se ríe,
emocionado
– Nací en Alemania. en un pueblo llamado Rothemburg, cerca de los Alpes.
Nos cuenta que hasta allí llegó su padre peruano, no sabe cómo. Se
enamoraron con su madre, que era de ese lugar. Nos refiere que él se apellida
Vásquez, por su padre. Le decimos que es un apellido muy común en el Perú. Nos
cuenta que sueña algún día conocer nuestro país. Que es lo que le prometió a su
madre, quien ya murió. Que ella siguió amando a su padre hasta sus últimos días,
siéndole fiel y esperando que algún día él volviera.
– Nosotros todos somos peruanos. –Le decimos.
Se lo ve conmovido, emocionado. Nos tiende a cada uno la mano a todos.
Se lo ve emocionado.
– Y, ¿de qué parte del Perú era tu padre? ¿Sabes? –Le pregunta José
Carlos quien es el más despabilado.
– ¡Ah! –Dice él–. De un pueblito pequeño, que seguramente ustedes no lo conocen.
Era de Huancayo, que creo es de la parte montañosa.
– ¡Claro que conocemos Huancayo! ¡Es una ciudad grande! ¡La tienes que conocer!
– ¡Ya ven! ¡Espero visitar esa ciudad, algún día! Así que existe todavía,
¿no? ¡Yo pensé que quizá no existía! ¡Ojalá encuentre a mi padre alguna vez! –Y se sonríe, ruborizado.
5. Y arrancó
la letra
– ¡Qué bueno! Te vamos a anotar ahora nuestras direcciones. Para que
cuando vayas nos ubiques en Lima.
– ¡Gracias! ¡Gracias! Por ese gran gusto les voy a cantar unas canciones
peruanas que de repente ustedes no las conozcan, pero que a mí me las enseñó mi
madre.
– ¿Así? ¡A ver! ¡Vamos a escuchar!
– Las aprendí de ella, que más o menos sabía español. Por eso quizá no
las cante como son. De todos modos, me disculpan. Se las voy a ofrecer.
Y se fue a su estrado, que quedaba a la vuelta, y que no se veía desde
el sitio donde nuestra mesa estaba situada; pero desde donde sí se escuchaba
nítida y perfectamente lo que él interpretaba.
Desde nuestra mesa estuvimos atentos a que empezara. Pronto sonaron los
acordes en el piano de algo inconfundiblemente nuestro, pero con un aire a la
vez distinto y sorprendente. Y arrancó a entonar la letra, que dice así:
No se haga de rogar patita y sírvase otro tragoque aquí entre copa y copa le quiero hacer saberporque es que estoy tan triste tan solo y amargadoque hasta la remaceta hoy me quiero poner...
En el río Sena
6. Acordes
y compases
El joven canta la canción con voz grave, casi ronca y desgarrada. Con modulaciones profundas. De un modo que yo jamás me hubiera imaginado que pudiera interpretarse esta canción. Lo canta de manera nostálgica, lacerante y de queja, como si fuera un reproche y un lamento. A la vez en tono desenfadado. Pero, a la vez, es gracioso oír cómo pronuncia los vocablos que son jerga o replana en el Perú. Y continúa:
No se haga de rogar carreta y párese otro pomono crea usted compadre que ya me licoriéSi estoy con los crisoles rojimios es del llantoporque he llorao carreta por culpa de esa mujer.
Hasta ahí la canción resultó un golpe rudo, inconcebible y feroz. Porque
este muchacho que en su fisonomía es rubio, pero de inconfundibles rasgos
andinos, lo ha cantado con tanto sentimiento, quizá buscando a su padre que no
conoce y es para él un misterio, que estremece oírlo. ¡Porque la canción en el
fondo trata de la búsqueda de un ser querido! Tanto que nos ha anonadado, que
nos ha dejado asombrados y lelos. Cuando otra vez arranca, exclamando, lo
sentimos ya como una denuncia, una afrenta y un latigazo:
Yo la quería patita, era la gila más buenamoza del callejóny usted compadre que me conoce yo soy derecho,ella no supo corresponder a mi corazón...
¡Ay! ¡Sentir cómo se hunden esos puñales! ¡Y estando situados, o
varados, en la orilla o en la altamar donde estamos, ahogándonos o salvados!
Donde nunca pensé que una canción que yo había despreciado tanto pudiera hacerme
rodar calle abajo y golpearme esta vez con tanto sufrimiento en lo central del
ser hombre. Era el amor desamparado, desasido y desolado.
Y dicho desde una esquina, o de una atalaya conde se espera vanamente
que alguien aparezca en el horizonte vacío que miramos, esta vez en París; yendo
desde el ovillo hasta la hilacha de un país lejano. Y allí, lo que había sido
para mí frivolidad se convirtió en un himno, en un clarín y en una flecha ardiente, flamígera y para siempre
centelleante, y que aún me inflama cuando la evoco.
Mario Cavagnaro
7. En pleno
silencio
El autor de “Yo la quería patita” es Mario Cavagnaro, quien nació en
Arequipa el 16 de febrero del año 1926, y murió el 29 de septiembre de 1998. Compuso
canciones de éxito, entre ellas “El rosario de mi madre”, “La historia de mi
vida”, “El regreso”. Y en géneros de música internacional sobresalen de su
autoría: “Osito de felpa”, boleto interpretado en el teatro, en la televisión y
en el cine; “La primera piedra”, “Emborráchame de amor”, grabado este último
por Héctor Laboe.
Su tema “El mundo gira por amor” obtuvo el primer lugar compartido en el
Festival de la OTI del año 1973, realizado en Brasilia. Y bueno: “Yo la quería
patita”, que ahora es una de mis canciones preferidas para los momentos
sumamente intensos, en la cual reconozco un profundo aire de nostalgia
incorregible entre nosotros, siendo una de las composiciones que desde aquella
vez más me conmueven y estremecen y conmocionan.
Desde aquella noche en que, cuando salimos a caminar ya muy de madrugada,
el cielo era claro en el cenit, y anubarrado en el horizonte entre las luces
sonámbulas de aquella ciudad en donde tanto ha debido haberse sufrido, entre
perfiles de casas desdibujadas por la luz y la sombra. Caminando silenciosos
por las calles con la vida aún dormida detrás de los vetustos edificios y con
algunos ventanales ya encendidos. Y otros tantos viandantes rezagados en aquella
madrugada fría, donde ninguno hablamos, emitiendo bocanadas de aliento hecho
neblina, caminando arrebujados y en completo silencio. Yo repitiendo en mi alma los compases de “Yo la quería
patita”.
Arequipa, cuna de Mario Cavagnaro,
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
DIRECCIÓN EN FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
393-5196 / 99773-9575
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario