Un racimo de flores violetas asoma por el muro de piedras frente a los nevados de la cordillera. El tizne en lo alto de la espadaña de la pared te hace pensar que desde aquí alumbró un farol para iluminar el nacimiento de un niño, o de una niña, en esta casa.
Un ventanal en lo alto del muro te hace pensar que
por aquí se dejaron oír las voces de una serenata en una noche estrellada como
en otra sin estrellas.
El balaustre que se sostiene de caer en el corredor
del segundo piso es desde donde se ha mirado con honda ilusión y con
indoblegable esperanza el porvenir, como desde aquí vislumbro hoy el horizonte
que espejea.
Las tejas que resisten en caerse, el torito de
Pucará, la iglesia de barro y la cruz en la cumbrera no las desestimemos porque
son caramillos de plata que relumbran bajo el cielo azulino.
Cualquiera de estos vestigios u otros ha hecho que te detengas peregrino y te extasíes contemplando el infinito en esta tarde. No dejes que la incuria del tiempo desmorone estos peldaños a lo sublime y eterno.
2. Nardos
y azucenas
Es este cariño a todo entonces lo que nos anima:
cariño al pozo, al patio, a la grada, a la escalera. Al borde de la fuente
donde caen y flotan toda la tarde pétalos de flores de todos los colores y matices.
Y en cuyo brocal beben agua las palomas, gorriones
y jilgueros, como allí mismo suspiran las voces de nuestros antepasados ya
difuntos que vienen aquí a sosegar callados la nostalgia de lo que fueron.
Amor a las cercas donde han brotado los cactus y
dentro quedan los huertos florecidos y los corrales alucinados donde siempre
florece esa flor de los buenos augurios, la siempreviva.
A los caminos curvos y altozanos, desde donde se
miran los horizontes de bordes transparentes cargadas de nubes carmesíes.
Cuando rompe en sus aristas el crepúsculo, después
de visitar el cementerio donde se mecen los nardos y azucenas que crecen y sobresalen
de entre las tumbas.
¡Que las cruces, los túmulos y espadañas vigilen
esta santa tierra y morada que jamás la consideremos abandonada!
3. Su belleza
oculta
A pueblos como este hemos de amarlos con amor
indesmayable y eternamente.
A un pueblo así hemos de regresar de donde fuera,
estemos donde estemos dormidos o despiertos.
Volveremos, nos sorprenda la muerte o la vida,
porque es altura, cumbre y símbolo.
Volveremos, porque aquí se posan y vislumbran el
sol y la luna con plena certidumbre, evidencia y convencimiento.
Por su geografía cósmica. Por su vastedad dentro de
lo minúsculo, como por el dolor de su gente que es un imperativo moral cambiar
y redimir.
Por sus dramas seculares, por su belleza oculta y
profunda.
Ante un pueblo así está impedida la pequeñez, la
mezquindad o el desaliento. Y mucho peor el desamor.
4. El sol
y la luna
Por eso, traiciona y envilece quien aquí destruye
algo o todo. Y eso para construir una tienda o un edificio que imita a los
suburbios de las ciudades donde la gente se hacina.
Traiciona y envilece quien no tiene ojos ni corazón
par lo nuestro y auténtico, y sí lo tiene para cualquier otro elemento que viene
de fuera, porque es cómodo, sofisticado y bonito según sus cánones. Y hace que
abunde el dinero.
Traiciona y envilece quien cree y se llena la boca
hablando de lo que lo que ha visto en un viaje de turismo o de negocios, y lo
presenta como lo más grandioso y la maravilla de las maravillas, sin tomar en
cuenta de lo que aquí tiene, de lo propio por pobre y escaso que sea. Traiciona
y envilece quien aquí reemplaza una piedra por una losa de cemento.
Quien olvida una fiesta auténtica. Traiciona la
vida quien reemplaza un techo de teja por otro de calamina. Esta sentencia
rima, lo cual indica que los dioses están contentos de que así se escriba, se
consigne y se diga de este modo. Porque en pueblos así dormiremos tranquilos
por miles de años, porque aquí se posan y vislumbran los ángeles, el sol y la
luna.
5. Que es
cuando
Devoción por los muros de adobe, los techos de
teja, los ventanales de antepecho. Los pasadizos y zaguanes con aleros como
alas de palomas. Y las piedras, hechas de sol y de luna.
Devoción entonces por las macetas colmadas de
geranios insomnes, que no duermen en la espera de que los hermanos y los hijos
y los padres vuelvan.
Devoción por los campos con retazos de verdes
diferentes, por el maguey donde viene y se posa un picaflor mientras retumban
los truenos. Y al pie de sus muros, aunque deshechos nos sentimos protegidos.
Devoción por las paredes de las habitaciones que
guardan el registro en su penumbra de las voces y promesas de volver que aquí
se dijeron por quienes se han ido y tardan en volver.
Devoción por el anochecer, cuando el cielo se
tachona de luceros y de matices lilas en el poniente, que es cuando yo te evoco
y más te quiero, niña mía del alma.
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