En la tesis de César Vallejo para
obtener el grado de Bachiller de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de La Libertad, titulada “El romanticismo en la poesía castellana”,
sustentada el 22 de septiembre del año 1915 en el General de la Universidad de
La Libertad, auditorio hoy conocido como El Paraninfo de la Universidad
Nacional de Trujillo, no hay una sola referencia a Gustavo Adolfo Bécquer. ¿Por
qué?
Siendo este autor tan afín en espíritu
y temperamento a César Vallejo. La tesis se centra principalmente en Manuel
Quintana, José Espronceda y José Zorrilla. Fue así porque Bécquer no era un
poeta del canon literario. Su poesía estaba fuera de toda la tradición
académica.
Porque los tres que hemos
mencionado concretaron una obra sistemática, consistente y profesional que hicieron
de la literatura un compromiso leal y ferviente. Hay entonces en la selección
un inclinarse por aquellos que han elegido la poesía como una profesión de fe,
madura, convicta y confesa; como una militancia de una fidelidad total.
2.
Sin embargo, la devoción de
César Vallejo por Gustavo Adolfo Bécquer era inmensa. Y tanto que Juan Espejo
Azturrizaga refiere la siguiente anécdota, ocurrida por aquellos años:
De
pronto se generó una discusión entre Antenor y José Eulogio. El tema: dos
poetas, dos tendencias: Bécquer y Rubén Darío. La discusión por momentos se
hizo agria. José Eulogio expresaba que Bécquer era emoción pura que le hablaba
al corazón, mientras que Rubén era intelectualismo que sólo estaba en su
cerebro; en fin, los argumentos como en mesa de ping-pong salían vivaces de uno
y otro. Por fin José Eulogio con voz entrecortada y casi llorosa empezó a leer:
“Volverán las oscuras golondrinas / en tu balcón sus nidos a colgar / y otra
vez con el ala a sus cristales / jugando llamarán” ... y continuó, mientras
todos llorábamos. Todos, sí. Felipe Alva que no había bebido y que guardaba una
muy discreta serenidad divulgó al día siguiente por calles y plazas lo ocurrido.
Vallejo recordó este episodio en muchas oportunidades, pues él, que siempre fue
fácil a las lágrimas, parece que fue el que inició el lagrimeo.
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