La literatura infantil es portento, maravilla y
sustento. Pero, ¿y, cuál es? Muy simple.
Es aquella que los niños hacen suya. Que la adoptan,
asumen y transforman libremente.
Que la incorporan a su mundo de manera entrañable y
afectiva.
Que vivencian, incorporan a sus juegos, la integran a
sus sueños y a su vida real, ideal y cotidiana.
Que la recrean y cambian a su antojo. Que la vuelven a
vivir de diverso modo, trasponiendo de la escritura a la oralidad, traspasando
el libro y haciéndola casa.
Casa familiar, nativa, y trascendental. Pero casa.
Esta es la clave, el concepto, la raíz o la esencia casa. Casa a la vez fantástica y
casa objetiva.
2. Valores
acrisolados
Y siendo así, y por si acaso, literatura infantil no
es aquella a la cual se le pone la etiqueta de ser tal, y que intencionalmente
se destina a los niños para enseñarles o venderles algo.
No es aquella que intenta convencerles o persuadirles
de esto y lo otro con buenas y malas artes, colmándola de ñoñerías e ilustraciones.
E implementándolas de una estrategia de ventas con un
amplio despliegue publicitario, que entroniza dicha obra en el mercado con
técnicas de marketing editorial.
Obras que no tienen méritos para ser considerada ni siquiera literatura, ni mucho menos literatura infantil.
La misma que exige
cualidades y valores más acrisolados, más sutiles y
elaborados que el resto de literatura. Y que son más raros de encontrar en cualquier
contexto cultural.
3. Afinidades
e intereses
Pero retomando lo que decíamos al inicio, ¿qué es lo
que hace que cierta literatura sea adoptada, escogida, querida y hecha suya por
los niños?
Estos la eligen principalmente cuando asume sus
inquietudes, refleja sus problemas, y cubre sus expectativas.
Cuando atiende sus preferencias, responde a sus
ilusiones y esperanzas, o da pábulo a sus grandes preguntas, recrea sus
vivencias y da pábulo a sus anhelos más sentidos.
Los niños incorporan la literatura infantil a su mundo
si es que a través de ella pueden ver representados sus sentimientos, emociones
y experiencias. Y por donde deambula su mente y su espíritu.
Igual a lo que ocurre con los adultos: cuando
seleccionan o eligen una literatura, que lo hacen en función de sus afinidades e intereses más sentidos.
4. El padre
del hombre
Eso sí, de manera ineludible, en todos los casos y
siempre, la literatura infantil debe ser una obra de arte literario, probada,
cabal y soberana. Porque hay de todo en esta Villa del Señor.
Y para ser tal ha de tener una obra escrita para niños
que se ofrece como literatura, en primer lugar, todos los atributos estéticos,
como cualquier otra obra de arte en general.
Y en estética, vinculada a la niñez lo fundamental es la
belleza como deslumbramiento, la verdad como revelación y el bien como esencia.
Y así como se reconoce en la vida: que el hombre es derivación y consecuencia
del niño, el niño es en realidad el padre del hombre.
Así también en el vínculo entre literatura infantil y el resto de
literatura, aquella es la básica y general; como es lógico y natural suponer,
pensar y aceptar.
5. Crear
y creer
Del mismo modo, y así también, debemos reconoce por fin y actuar bajo dicha
óptica y orientación; en el sentido de que el centro de todo en el ámbito de la
literatura infantil es el niño y no las obras literarias.
Que el protagonismo de la acción en el hogar como en la escuela y en la
educación corresponde tenerla al niño. Hecho que también debe ocurrir en el
campo que venimos dilucidando.
Que leemos a partir del niño que somos, ya que no hay mayor afinidad
posible que la existente entre literatura y niñez, o entre infancia y
literatura.
Porque solo podemos leer una obra literaria a partir de nuestros intereses,
emociones y desvelos. Y en la incursión libre y dichosa por el mundo de la
ficción, que es una cualidad raigalmente infantil.
Que cabe sustentar entonces idéntica relación, y defender en el campo del
arte y más consecuentemente en el terreno de la literatura esta preeminencia
del don de crear y de creer.
6. Las cosas
y los hechos
Y entrar a una relación más fresca y lozana con el espíritu de infancia.
Y que es el mismo que tiene la vida y el mundo, y que está prístino y
radiante en la literatura infantil.
Por eso, al escribir una obra dirigida a los niños hay que hacerla instalados
en realidades trascendentes que muchas veces no son palmarias, precisas ni
evidentes.
Donde mientras más incertidumbre y riesgo haya en la
obra, da como resultado que su trama y su entraña se torna mucho más intensa y valiosa.
Y esto frente a otras que intentan desde la superficie
servir e implementar determinadas temáticas, expectativas o necesidades muy
terrenales en los niños.
En ellos que en muchos aspectos son etéreos y
volátiles y que ingresan mucho más fácilmente a lo secreto e inexplicable de
las cosas y los hechos.
7. Creación
del universo
Escribir entonces más tocados por el misterio. Sin
explicación alguna de por qué se lo hace. Ni de cuál es el sentido de la obra.
Imbuidos meramente de encanto, de magia y sortilegio. Lúdicamente,
tocados por lo libre, lo profano y al mismo tiempo por lo sagrado.
Y orientarnos más por el misterio al cual se enfrenta
un escritor de libros para niños.
Y que debe ser tan grande y vasto que él mismo debe
quedar sorprendido y ser el lector extasiado de sus propias imágenes y
configuraciones.
Y de su propia obra más por la intensidad y
magnificencia del arcano que se descorre y desenvuelve que por lo que él logre
entender, o por lo que quiere exponer o por lo que intenta dilucidar.
Donde más bien aparezca, o se vea, o se presienta o
apenas se sienta la mano de Dios en la creación infinita
del universo.
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