Poesía la de Lee Kuei-Shien que entra al meollo y a la esencia de lo que es poesía, a las
preguntas fundamentales del ser, sin esperar respuestas, bastando haber entrado
y estar ahí, de pie. Pero ni siquiera tenga que necesariamente formularse
pregunta, sino más bien como tender la mirada, como temblor y sisma interior.
Como empezar a hablar de algo.
Donde se siente el hálito del espíritu, de lo esencial y trascendente
aleteando en ella el espíritu, y el turbión que suena allá abajo, con la vida a
cuestas a veces saliéndose de su cauce.
Poesía que se erige como conciencia moral, historia y política. Escrita
más que con la cabeza con lo hondo del alma, con la sangre borbotando en las
venas y arterias, y el corazón en su función sacratísima de bomba centrífuga y
centrípeta, de inspiración y expiración incesantes.
Poesía que es de identificación con la tierra
de origen, con lo recóndito nuestro, con el lar nativo. Que surge para afianzar
el sentido de pertenencia, de filiación, ligada a lo telúrico, porque no hay
hombre sin tierra y no existe tierra sin hombre.
Poesía que es una militancia activa, una
movilización de conciencias, una declaratoria de guerra: a la infamia, a la
muerte, al mal. Poesía que son puños en alto, consignas y asaltos al cielo. Que
no derrama una sola gota de sangre, sino al contrario, hace que la sangre se
exalte en la copa de oro del corazón del hombre.
Danilo Sánchez Lihón
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