Enojado le reclama Javier a su padre
luego de tropezarse en una piedra, con las mandíbulas apretadas y saltando las lajas
del camino a pasos bruscos. Desde que lo matricularon está enfadado, y peor hoy
que es el primer día de asistencia a su centro escolar, pese a que la mañana es
diáfana y la brisa sopla trayendo su honda fragancia a tierno alcanfor.
Pero su padre no sabe a ciencia cierta,
o no se siente capaz de explicarle exactamente por qué razón ha decidido hacer
este tremendo esfuerzo. Y lo acompaña a su primer día de clases para seguir
estudios en la escuela fiscal del caserío. A él, a quien tanta falta hará en la
casa y en el campo por lo hábil que es en hacer de todo.
– ¡Por qué tengo que ir, papá!
– Porque aprenderás a leer y ya no
tendremos la vergüenza de mirar letreros y avisos sin saber qué dicen.
2. Juntando
las piedras
– ¿Para leer avisos y letreros tengo
que dejar de hacer todo lo que hacemos en el campo?
– Y para ya no tener que caminar hasta
la casa de la maestra y estarla molestando para que nos lea cualquier carta,
nota o indicación que nos llega.
– ¡Pero, a mí nadie me va a escribir!
– También aprenderás a contar. Y ya no sumar
ni restar con los dedos. O juntando las piedras del suelo. O habas, maíces o
pallares, sino con los números, haciendo operaciones en los papeles.
El niño ya no responde.
Piensa para sus adentros: ¡Tantos años
que vivimos y lo hemos pasado bien sin conocer letras ni números en los
papeles!
¡Eso lo necesitan los que viven en las
ciudades, pero nosotros siempre viviremos en el campo!
3. Su querida
vicuña
Pero a Javier le pesa el bulto que
carga consigo entre sus brazos.
¡Es su vicuña, con la que prácticamente
ha nacido y se ha criado!
Y que de un momento a otro la ha
encontrado tumbada en el suelo de la entrada de su casa, temblando como si le
hubiera dado la terciana.
El padre sabe que tanto más que el
fastidio de ir ese día a la escuela a su primer día de clases, lo que también
acongoja a su hijo es la pena de ver postrada así a su querida mascota.
– Estudiando en la escuela, aprenderás
a saber qué le pasa a tu vicuña.
– ¿Y dónde va a estar escrito lo que a ella
le pasa?
– ¡En los libros!
– ¿Allí está todo escrito?
– Sí. Y también aprenderás a cómo mejorar
los cultivos, a cómo hacer los nidos de las gallinas, cómo curar las heridas de
todo animal que sufre.
4. Ya no
lo escucha
– ¡Todo lo que dices ya sé cómo se
hace!
– No solo eso. Me han dicho que se
aprende mucho en la escuela.
Hablan de cuando en cuando, sorteando los
penachos de las pencas que sobresalen y el agua empozada de la lluvia en el
camino.
– Aprenderás a leer y eso es fundamental
en la vida.
Pero al padre le ha parecido que su
hijo ya no lo escucha nada de lo último que está diciendo.
Y es porque la vicuña que carga en la
espalda y ahora lleva en sus brazos hace buen rato que ha cerrado sus ojos y ya
no los abre.
Javier tiene el corazón oprimido de
angustia de sentir que Quilla pudiera morir.
– Aprenderás a no tener miedo cuando
viajes. Sabrás hablar sin ocultar tu cara de vergüenza. Contigo, sabiendo leer,
serán buenos y amables cuantos te traten.
5. Siempre
en silencio
Desde que dijo esto hasta cuando
llegaron al pueblo padre e hijo no han vuelto a cruzar palabra, cada uno está
abstraído en sus propios pensamientos.
– Primero vamos a la Posta Veterinaria.
Ojalá puedan salvar a Quilla, tu vicuña.
– Ya ni se mueve. –Dice el niño con voz
quebrada.
Y allá van.
Los recibe un hombre amable, atento que,
al ver al animalito tendido sobre una mesa, parece adivinar al instante lo que
tiene, pese a que aún ni lo ha examinado.
Siempre en silencio, trae unos aparatos con los cuales mira los dos ojos del animal abriéndolos con sus dedos. Luego mira el interior de su boca, abriéndola con una paleta que luego tira al basurero.
6. Con semblante
apacible
Le toma la temperatura y el pulso
poniendo su mano en el cuello. Y luego, extrayendo una jeringa le aplica una
inyección.
– Vienes en la tarde, a ver cómo anda
tu consentida. –Le dice el médico veterinario.
El niño en la tarde no encuentra a su
vicuña en la tarima del rincón donde la ha dejado acostada y casi muerta sobre
una lona.
Y se asusta.
Mira desesperado y no la halla por
ningún lado de la habitación. Pregunta por el doctor y entra a su consultorio,
quien lo mira curioso y con semblante apacible.
– ¿Dónde está mi vicuña, doctor?
Y le indica que mire por la ventana.
La vicuña retoza en el patio interior feliz y lozana, triscando la yerba que allí crece.
7. En sus ojos
brillantes
Javier se queda asombrado y corre a
abrazarla.
En sus ojos brillantes ve la alegría
que ella siente de volverlo a ver y le mueve las orejas.
Javier la acuna entre sus brazos,
juntando su cabeza con la cabeza tibia del animalito.
– Me has asustado Quilla pensando que
te podías morir.
– Ya puedes llevarla. –Le dice el
médico.
– ¿Ya está sana?
– Si la sueltas correrá por el campo,
tanto que no podrás alcanzarla.
– Gracias, doctor, muchas gracias.
– No hay de qué. Es mi deber sanarlas.
– Disculpe doctor, ¿cómo aprendió a revivir
a los animales?
– Yendo a la escuela.
– Por eso ahora Javier temprano corre
feliz el camino a la escuela.
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