jueves, 18 de marzo de 2021

18 de marzo. De espigas y claros de luna. Paisaje de invierno, con celajes.


18 DE MARZO
DE ESPIGAS Y CLAROS DE LUNA

PAISAJE
DE INVIERNO,
CON CELAJES

Danilo Sánchez Lihón





Fresca
como los pálidos pétalos húmedos
del lirio del valle
enmudeces a mi lado en la alborada.
Ezra Pound

1. Arreboles
y trinos

 En Santiago de Chuco lo primero que hacemos cuando nos despertamos, en un día de marzo como este, es tender en la cama donde hemos dormido otra vez las frazadas multicolores de lana de carnero dentro de las paredes y bajo la bóveda de vigas derechas tanto como crecieron los árboles que las conforman, amparan y sustentan.

Y, luego de tendidas las frazadas hundir otra vez nuestro rostro en ellas para absorber el olor de los campos, y de los rediles cuando los animales regresan y se recogen tras los muros de piedra, como de los manantiales y de las espigas de trigo cuando las mece el viento.

Para después salir al corredor y al patio, y mirar al frente por donde sale el sol, que primero se perfila como luminosidad en el perfil de los cerros. Y luego en un estallido del sol con su disco esplendente que surge en una apoteosis de arreboles y trinos dorando los campos y haciendo que los gallos se desgañiten cantando en las huertas y corrales.

 


2. El cielo

anubarrado

 

Y allí auscultamos cuál es el cielo de hoy día. Y, como en él se apelotonan las nubes. Y si no está lloviendo, suponer en silencio a qué hora ha de empezar a desencadenarse la tempestad, porque es marzo, el mes más lluvioso e invernal del año en la serranía, cuando se desatan las tormentas y las calles se inundan y en las casas se anegan los albañales.

Y luego de mirar los copos de nubes en lo alto y bajo de la bóveda celeste reconocer el misterio cotidiano donde las gallinas ya picotean entre las piedras cualquier grano caído de aquello que se lleva a moler en el batán o a cernir en el arnero.

Y saber lo que podremos y lo que no podremos hacer este día, según sea el presentimiento que tengamos, de los humores que embargan a esos nimbos plateados que ya bogan o se arremolinan en el cielo anubarrado a esa hora temprana de la mañana. 




3. Flor

de piedra

 

En mi casa, ¿di? –¡a la cual tú has entrado tantas veces!–, hay entre el segundo y tercer piso una escalera que da al hueco del terrado. Y frente a él se sostiene una explanada.

Entre la pared y el techo que se eleva sobre la morada colindante que da a la casa de mi abuela Sofía, está lo que llamamos El Mirador.

Donde del techo cuelgan pedazos de soguillas con que se amarran los carrizos y los magueyes que se tienden entre madero y madero de eucalipto que allí sujetan las vigas.

Que a su vez sirven para sobre ese tejido entrelazar las tejas; sean tejas canales, que van a debajo, y por donde corre el agua cristalina.

O bien sean tejas cobijas que cubren a la teja canal por donde el agua escurre abrillantada, pero que no tienen la flor de piedra que sí tienen la teja que va encima.

 


4. Almas

errantes

 

Y para que yo cogido a la soguilla mire hacia el corredor de tu casa, que es vecina a la mía. Y allí te encuentre en el corredor de enfrente.

Siempre con tu blusa celeste, tu falda que cae desde tu regazo y tu trenza en tu cuello límpido y de alabastro.

Pero también, de aquellas soguillas sueltas, y que penden, suelo yo cogerme para no perder el equilibrio y columbrar los espacios lejanos, mientras te miro.

Y para luego alzar la vista a los copos de nubes que se apelotonan en lo alto y en lo bajo de la bóveda celeste.

Los copos de nubes silenciosas subiendo de las cañadas profundas y elevándose, cubriendo cerros y colinas para navegar en el cielo azulino.

Desde aquí sigo su rumbo impredecible, su suerte y su destino de almas errantes.

 


5. Te diré por qué

lo haces

 

Lugar hasta dónde tú vienes ya tarde con tu falda de niña, y te sientas conmigo a conversar hasta tarde sobre lo útil y lo vano de esta vida. ¡Son noches de luna llena! ¿O es porque nos juntamos que la luna sale a bogar por el cielo apacible?

Desde aquí mirando juntos el cielo y sus mudanzas, desde que la luna aparece hasta que se oculta tras esa pared y esa ventana iluminada.

Desde aquí tú y yo, tu mano posada en mi mano, a veces sentados en la escalera, seguimos su rumbo que ora se entrelazan apacibles y ora se revuelven agitadas y furiosas.

Desde aquí el perfil misterioso de los cerros lejanos, y la sombra que se hunde y se precipita hasta tocar los cimientos del universo.

– Pero dime, ¿de qué lloras?

Y como no contestas ni dices nada yo diré por qué lo haces:

 


6. Por los puentes

y los ríos

 

Lloras por la luz y la sombra que luchan a vencerse una a otra. Donde, a veces, gana la luz y, a veces, se impone la sombra, que lo envuelve todo con su manto de tristeza y de pesar.

Lloras por sentir la tierra humedecida de los campos recién sembrados que la lluvia los fecunda y que un día todo esto se acabe; como el de la tierra estremecida al borde de los caminos y la honda fragancia de las hojas caídas bajo los árboles.

Lloras porque desde aquí se divisa las hondonadas de los ríos y el cielo infinito, abierto con todos sus secretos, estrellas y planetas sobre nuestros pobres ojos indefensos, y encima de nuestras almas estupefactas y asombradas.

Lloras por lo que son los puentes y los ríos. En donde es inmenso lo que hacen, y enorme lo que padecen. Que a veces gozan, como también sufren y se compadecen.

 


7. Para

siempre

 

Lloras por los caminos por los cuales se va y por los cuales se regresa llevando una y otra ilusión, como una y otra congoja.

Que están allí, padeciendo por cada alma que se ha decidido a una u otra cosa a pugnar porque se cumpla uno y otro sueño.

Y, peor aún, por aquellas que nunca se deciden a tomar una decisión, ni seguir un rumbo definitivo. Y aquí se quedan para siempre, bajo el mismo techo y bajo la misma puerta.

Lloras por la flor, por la oruga y el ciempiés; tan mínimos y maravillosos, que nacen, crecen y mueren sin avanzar más allá del sitio, o de la corteza del árbol en el cual nacieron. Y en el cual definitivamente mueren.

Lloras porque hay lejanía y porque hay cercanía, como ahora en que puedo coger tus manos, pero que quizás ya no lo podré hacer mañana.

 

Fotos 1, 3, 5 y 7
Jaime Sánchez Lihón


Foto 2
Daniel Egúsquiza Sánchez


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