El niño cree que con el lenguaje se hacen las cosas. Y no
solo ellas, sino el universo entero. Él cree que el cerro, el árbol, el río son
palabras que hacen surgir realidades.
Son los vocablos los que crean el mundo; y que, si estos se
niegan y estropean, se agrandan o se achican, se enojan o se alegran, perviven o fenecen, el mundo entero se transforma de
acuerdo a ese talante.
Porque en verdad cada palabra es un receptáculo de energía,
y porque es cierto que es con las palabras que se puede cambiar el mundo y crear mundos nuevos.
Por eso las palabras y las cosas deben estar unidas lo más
posible, a fin de que al mover esta dimensión del ser se mueva la otra.
2. La patria
soñada
Ahora bien, quien se enamora del lenguaje se enamora de la
verdadera energía de un pueblo, se prenda del alma de ese pueblo, de su dulzura
y de su esencia.
Donde cada perla auténtica y genuina lo es de nuestro
lenguaje, que se da en vocablos y decires que están empapados de vida, casi
siempre de ternura, de respeto y de candor.
Las palabras, cada una de ellas resultan así amuletos y
abalorios, deslumbramientos y apariciones. De allí que sea cierto concluir que
nuestra verdadera casa es el lenguaje.
Y hasta la patria soñada no es otra que el idioma con el
cual o nos enredamos o hundimos o con el cual logramos sobresalir hacia
panoramas amplios y extensos de promisión.
3. El cielo
azul
La palabra es un juguete mental, una pelota de ilusión que
se pasa, se tira, se recoge.
¡Que rebota! A veces se nos va de las manos, y nos hace
correr tras ella.
Todo eso, ¡está bien, pero hagámosla nuestra casa!
La palabra es la cometa que uno mira bailar en el aire, y
mientras la miramos pensamos en muchas cosas.
¡Está bien, pero hagámosla casa! ¡Y casa para compartir!
Casa abierta, casa que se comparte, casa en lo alto donde se
posa el sol y la luna arrebolada. Y que la brisa bate con sus ondas de plata.
Donde las palabras sean palomas y vuelen por el cielo azul. Y ánimas vivas que tienen un destino y
se van por los caminos, cada una con una aventura por recorrer.
4. Tienen
poder
Está bien, ¡pero hagámoslas casas y universos, con soles,
lunas y estrellas dentro de una bóveda azul!
Como cuando decimos:
“En verano, con el sol
sale lento el caracol.
Caracol, col, col,
saca tus cachitos
¡y
ponlos al sol!”
De eso se trata en la educación. De construir esa casa. De
conquistarla, de hacernos poseedores, habitantes, constructores de esa casa,
por mínima o pequeña que sea. Porque en la palabra está el ser del hombre.
Sumirnos en ellas es ser libres, es hacernos seres humanos
cabales y definitivos, porque además las palabras tienen
poder.
5. Nuestro
destino
Porque todas las palabras son símbolos, es decir fuerza que
evoca, representa y significa realidades concretas distintas a la sustancia que
las conforma.
Su naturaleza es muy diferente a aquello que las compone o
estructura. Así, el lenguaje hablado u oral son sonidos, pero lo que nosotros
entendemos son sentidos.
Es decir, realidades muy diferentes y variadas, compuesta
por los hechos que son elementos que denotan y connotan.
Como seres que se rodean de símbolos, que se envisten, que
se dejan habitar y que se consustancian con ellos debemos tener una percepción
muy nítida acerca de las palabras.
Tenemos que saber cohabitar con ellas y lograr conducirnos
eficazmente en ese mundo complejo y en ese plano las más de las veces
imaginario.
6. Perviven
o fenecen
Lo que sucede es que creemos nosotros que habitamos un planeta
como es la tierra, que nos apoyamos sobre ella y que es esta geografía la que
nos sostiene, ampara y sustenta.
Y de repente ello sea solo parcialmente cierto. Y que tanto
como en ella nos apoyamos también, o estamos y sujetos y flotando entre
símbolos. Nuestros nombres, por ejemplo, son símbolos. Y nuestros nombres nos
rigen. Y cada realidad que vivimos es una textura, un ecosistema y un mundo de
símbolos.
Pues bien, esa es nuestra realidad, esa es nuestra condición
y así estamos hechos. Lo importante es hacer conciencia de ello y luego ver
cómo nos conducimos en esa red o malla que nos envuelve.
O en ese bosque de símbolos con los cuales hemos de
construir nuestro destino. Porque son elementos fecundos y son mundos
originarios en donde podemos erigir y fundar nuevas opciones.
7. El cielo
y la tierra
La palabra es lo que configura el mundo. Nos eleva y
encumbra o nos hunde o sumerge. La palabra precisa, cabal y cierta cura,
remedia y sana. Redime y salva.
Lo que alcanzamos a decir nos lleva por su rumbo. Lo que
dejamos de expresar nos dejó desolados en una esquina y en medio de lo inerte.
Cristo todo lo hizo y ejecutó con palabras, ni siquiera
escritas, sino dichas al aire, o al viento, pero que han quedado eternizadas.
Quien resucitó a Lázaro no con pócimas, ni yerbas ni
masajes. Tampoco utilizó algún brebaje. Y ni siquiera tuvo que tocarlo. Solo le
dijo una arenga, un exorcismo, un mandato:
– ¡Lázaro, levántate y anda!
reproducidos, publicados y
difundidos
citando autor y fuente
danilosanchezlihon@gmail.com
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
*****
DIRECCIÓN EN FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
393-5196 / 99773-9575
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario