– Ahora, ¡La pampa y la
puna!
Dice con énfasis mi padre. Y
noto en su voz una inusitada agitación, rara dentro de su talante tranquilo y
severo. ¡Tan inusitado es en él que deje trasparentar una emoción!
Nuevamente los instrumentos
arremeten con fuerza, pero esta vez con una cadencia y profundidad que oprime
el pecho. Desde la batería yo comprendo que todos somos arrollados por las
aguas de un río turbulento y recóndito, por un destino solemne e inextricable.
Otra vez las hermanas
avanzan al centro, bailando con un compás de mujeres que afrontan su designio;
enlazándose y separándose sin perder el ritmo acompasado de sus pisadas.
Ya envolviendo la faja en
sus cinturas, ya colgándola levemente en el extremo de sus hombros, ya juntando
con ella sus caderas y dando ágiles vueltas, como si sortearan peligrosos remolinos.
2. Claros
manantiales
Son dos flores, o dos
espigas, o dos lunas, o dos estrellas de colores primorosos pendiendo sobre los
abismos.
– ¡Maravilloso! –musita esta
vez don Julio Geldres, distendiendo su gesto adusto y retraído de siempre, y a
quien hasta ahora nunca lo había oído decir "esta boca es mía".
– ¡Viva el Perú, carajo! –Se
exalta con toda justeza el hacendado–. ¡Es grandioso nuestro pueblo! ¡Es único!
Y es a mí a quien voltea a
decirme convencido.
A mi padre se le han puesto
los ojos como unos claros manantiales. Cuando para
la música, al recibir su copa, la levanta verticalmente.
Y vacía el licor directo a
su garganta haciendo un ruido áspero, pleno de satisfacción y de alegría.
3. Loco
y hechizado
Nunca lo había visto hacer
eso. Pasa el puño por los labios mientras ordena:
– India bella.
Trinan las mandolinas. Se
hacen elevaciones y descensos en los diapasones de las guitarras. Los dedos
vibran en las cuerdas de los violines, ¡y yo enardecido atrueno en el
redoblante y en los platillos!
Me he puesto de pie para
golpear mejor el pedal del bombo, y tamborilear hasta con los dedos de mis
manos en el redoblante. Golpeo la madera de los aros de la tarola con las
baquetas y en los tambores de cuero hasta con los codos.
Y con el envés de las
baquetas hago volar los platillos, extrayendo sonidos de clarines y en otros
momentos vagidos susurrantes. Definitivamente me siento loco de dicha y
hechizado.
4. Mirar tan hondo
a la vida
La faja que ahora ellas
levantan en el aire es de mil colores. Y las hermanas la cogen en lo alto, con
las dos manos.
Se empinan alzándola más
arriba de sus cabezas. Ora dan saltos en fuga, ora son lentos y maternales; a
ratos con la cabeza erguida.
A ratos profundamente
inclinadas hacia el suelo como si adoraran, perfilándose sus senos incipientes
y sus vientres.
¿De qué oquedades aflora esa
gracia y ese genio bravío? ¿Cómo es posible que surja repentina tanta belleza
absolutamente perfecta?
He podido mirar en este
momento tan hondo a la vida, sentir su pulso y su talle. Y estos rostros de
almendra, como frutos supremos de nuestros valles, de nuestras campiñas y de
nuestras peñas, ¿cómo es que han brotado?
¡Y al fondo, detrás, al
infinito, el cielo que vuelve a crearse en una conflagración de ventarrones,
truenos y arcos iris!
5. Dejándonos
vivos
– ¿Este chico es su hijo,
don Pascual? ¡Qué bien marca el compás y hace maravillas con la batería! ¡Es de
oro puro, oiga usted!
Eso dice el hacendado con un
talante cordial y transparente, mirándome orgulloso.
Es en ese instante que
siento como un fulminante esos ojos negros y lentos de la hija menor, que
atraviesan mi pobre corazón totalmente inerme.
Desprevenido e ignorante yo
de que pudiera haber relámpagos más intensos y enceguecedores que los que caen
en las tempestades de febrero y de marzo. Ingenuo y pobre de mí de no saber que
hay cuchillos que tasajean el alma más hondos e hirientes y que matan dejándonos vivos, aunque cayendo dulcemente a un
abismo.
– ¡El cóndor pasa! ¡El
cóndor pasa!
Clama literalmente, esta vez
obsesionado, mi padre.
6. Un silencio
imponente
Todos los instrumentos
juntos se elevan como un viento huracanado, y ellas entonces sólo son alas y pañuelos
en el firmamento, más allá de las paredes estremecidas de la sala de mi casa y
más allá de la noche y del cielo infinito.
He podido morir en ese
vendaval, porque se pierde la tierra bajo mis pies. Todo se vuelve eternidad y
el instante se convierte en una torcaza envuelta en miles de colores.
Y que baila rozando sus alas
con mis alas, sus latidos fundiéndose con mis latidos, su destino con mi
destino, en el espacio sideral y bajo un relámpago crucial que no acaba.
Cuando termina la música
estamos exhaustos.
Un silencio imponente nos
embarga, pasmado más aún por el estallido de los instrumentos que han cesado
tajantes.
7. Bajo
la bóveda sideral
Solo los rostros de las dos
hermanas permanecen fulgurantes y diáfanos.
Y los ojos de la menor
detenidos para siempre dentro de mis ojos, como si hubiera un misterio que me
perteneciera desde el principio y el final del tiempo y del universo.
Los maestros tienen aún la
mirada arrobada y húmeda de emoción cuando alzando nuevamente las copas el
hacendado dice gravemente:
– ¡Brindemos!... ¡Por el
Perú!
– ¡Por el Perú eterno!
–Dicen todos a una voz.
Terminados los saludos de
despedida, el padre y sus hijas, que se echan unos pañolones a sus hombros,
salen al frío y a la oscuridad de la calle empedrada bajo la bóveda sideral
maravillosamente tachonada de estrellas y luceros.
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
danilosanchezlihon@gmail.com
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es
DIRECCIÓN EN FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
393-5196 / 99773-9575
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario