jueves, 29 de abril de 2021

29 de abril. Día de la Danza. / Sus latidos en mis latidos.


29 DE ABRIL
DÍA DE LA DANZA

SUS LATIDOS
EN
MIS LATIDOS

Danilo Sánchez Lihón




1. Peligrosos
remolinos

 

– Ahora, ¡La pampa y la puna!

Dice con énfasis mi padre. Y noto en su voz una inusitada agitación, rara dentro de su talante tranquilo y severo. ¡Tan inusitado es en él que deje trasparentar una emoción!

Nuevamente los instrumentos arremeten con fuerza, pero esta vez con una cadencia y profundidad que oprime el pecho. Desde la batería yo comprendo que todos somos arrollados por las aguas de un río turbulento y recóndito, por un destino solemne e inextricable.

Otra vez las hermanas avanzan al centro, bailando con un compás de mujeres que afrontan su designio; enlazándose y separándose sin perder el ritmo acompasado de sus pisadas.

Ya envolviendo la faja en sus cinturas, ya colgándola levemente en el extremo de sus hombros, ya juntando con ella sus caderas y dando ágiles vueltas, como si sortearan peligrosos remolinos.

 



2. Claros

manantiales

 

Son dos flores, o dos espigas, o dos lunas, o dos estrellas de colores primorosos pendiendo sobre los abismos.

– ¡Maravilloso! –musita esta vez don Julio Geldres, distendiendo su gesto adusto y retraído de siempre, y a quien hasta ahora nunca lo había oído decir "esta boca es mía".

– ¡Viva el Perú, carajo! –Se exalta con toda justeza el hacendado–. ¡Es grandioso nuestro pueblo! ¡Es único!

Y es a mí a quien voltea a decirme convencido.

A mi padre se le han puesto los ojos como unos claros manantiales. Cuando para la música, al recibir su copa, la levanta verticalmente.

Y vacía el licor directo a su garganta haciendo un ruido áspero, pleno de satisfacción y de alegría.

 


3. Loco

y hechizado

 

Nunca lo había visto hacer eso. Pasa el puño por los labios mientras ordena:

India bella.

Trinan las mandolinas. Se hacen elevaciones y descensos en los diapasones de las guitarras. Los dedos vibran en las cuerdas de los violines, ¡y yo enardecido atrueno en el redoblante y en los platillos!

Me he puesto de pie para golpear mejor el pedal del bombo, y tamborilear hasta con los dedos de mis manos en el redoblante. Golpeo la madera de los aros de la tarola con las baquetas y en los tambores de cuero hasta con los codos.

Y con el envés de las baquetas hago volar los platillos, extrayendo sonidos de clarines y en otros momentos vagidos susurrantes. Definitivamente me siento loco de dicha y hechizado.

 


4. Mirar tan hondo

a la vida

 

La faja que ahora ellas levantan en el aire es de mil colores. Y las hermanas la cogen en lo alto, con las dos manos.

Se empinan alzándola más arriba de sus cabezas. Ora dan saltos en fuga, ora son lentos y maternales; a ratos con la cabeza erguida.

A ratos profundamente inclinadas hacia el suelo como si adoraran, perfilándose sus senos incipientes y sus vientres.

¿De qué oquedades aflora esa gracia y ese genio bravío? ¿Cómo es posible que surja repentina tanta belleza absolutamente perfecta?

He podido mirar en este momento tan hondo a la vida, sentir su pulso y su talle. Y estos rostros de almendra, como frutos supremos de nuestros valles, de nuestras campiñas y de nuestras peñas, ¿cómo es que han brotado?

¡Y al fondo, detrás, al infinito, el cielo que vuelve a crearse en una conflagración de ventarrones, truenos y arcos iris!

 


5. Dejándonos

vivos

 

– ¿Este chico es su hijo, don Pascual? ¡Qué bien marca el compás y hace maravillas con la batería! ¡Es de oro puro, oiga usted!

Eso dice el hacendado con un talante cordial y transparente, mirándome orgulloso.

Es en ese instante que siento como un fulminante esos ojos negros y lentos de la hija menor, que atraviesan mi pobre corazón totalmente inerme.

Desprevenido e ignorante yo de que pudiera haber relámpagos más intensos y enceguecedores que los que caen en las tempestades de febrero y de marzo. Ingenuo y pobre de mí de no saber que hay cuchillos que tasajean el alma más hondos e hirientes y que matan dejándonos vivos, aunque cayendo dulcemente a un abismo.

– ¡El cóndor pasa! ¡El cóndor pasa!

Clama literalmente, esta vez obsesionado, mi padre.

 


6. Un silencio

imponente

 

Todos los instrumentos juntos se elevan como un viento huracanado, y ellas entonces sólo son alas y pañuelos en el firmamento, más allá de las paredes estremecidas de la sala de mi casa y más allá de la noche y del cielo infinito.

He podido morir en ese vendaval, porque se pierde la tierra bajo mis pies. Todo se vuelve eternidad y el instante se convierte en una torcaza envuelta en miles de colores.

Y que baila rozando sus alas con mis alas, sus latidos fundiéndose con mis latidos, su destino con mi destino, en el espacio sideral y bajo un relámpago crucial que no acaba.

Cuando termina la música estamos exhaustos.

Un silencio imponente nos embarga, pasmado más aún por el estallido de los instrumentos que han cesado tajantes.

 


7. Bajo

la bóveda sideral

 

Solo los rostros de las dos hermanas permanecen fulgurantes y diáfanos.

Y los ojos de la menor detenidos para siempre dentro de mis ojos, como si hubiera un misterio que me perteneciera desde el principio y el final del tiempo y del universo.

Los maestros tienen aún la mirada arrobada y húmeda de emoción cuando alzando nuevamente las copas el hacendado dice gravemente:

– ¡Brindemos!... ¡Por el Perú!

– ¡Por el Perú eterno! –Dicen todos a una voz.

Terminados los saludos de despedida, el padre y sus hijas, que se echan unos pañolones a sus hombros, salen al frío y a la oscuridad de la calle empedrada bajo la bóveda sideral maravillosamente tachonada de estrellas y luceros.

 

Todas las fotos
Jaime Sánchez Lihón

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