Definí mi vocación por la
poesía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos a finales de la década
del 60, al fragor de los sueños y las consecuentes batallas que en aquel tiempo
allí erigimos.
Aún puedo reconocerme en el
Patio de los Naranjos en la Casona de San Marcos en el Patio Universitario. Yo
un muchacho de apenas 16 años, casi un niño, siendo que aún tenía en mis
mejillas el bozo a membrillo tierno y el color sonrosado de los aires de mi
tierra nativa, como el silencio y el asombro por lo hondo que es mi pueblo
Santiago de Chuco donde nací, me crie y donde vivo realmente puesto que de
estar bajo sus aleros no me aparto nunca.
Ya que confesaré compungido
que yo llevo a cabo y paralelamente dos vidas principales. Una es esta de
afuera que me depara maravillas, y la comparto con muchos seres queridos. Y
otra es la de adentro de mi alma y mis sueños, en donde estoy más cuando
duermo, constituida por el reino de mi infancia y por cada recodo, camino, muro
y terrado de mi pueblo de origen.
Y aquí me detengo en hablar
de esto que para mí es avasallante, y porque esta vez se trata de referir lo
que tenga que decir de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la
poesía.
2.
Vuelta
de la esquina
Al respecto diré que
ingresé a San Marcos en una época de conmociones, de promesas y proclamas
incendiarias, época de sueños insoslayables, pero también de escaseces y
penurias que se las vivía hasta como si fuera una gloria, de las cuales también
podíamos ufanarnos.
La literatura y la poesía,
en el aliento de aquella coyuntura tenían por supuesto que consagrar su cuerpo
y su alma a la forja de la revolución mundial, a transformar la historia, a
incendiar las praderas y encender las grandes hogueras que purifiquen el “hoy”
en aras del mañana.
Fueron jornadas de
manifiestos y pronunciamientos en donde creíamos que los cambios estaban a la
vuelta de la esquina, y en donde la poesía entonces en nuestra imaginación era
un arma contundente a fin de cambiar las viejas estructuras sociales
anquilosadas, y un corcel de fuego en la batalla para construir la patria
irredenta que nunca habíamos tenido; ambiente en el cual el poeta no podía
sentirse menos que un profeta, un mesías y un libertador.
Parque Universitario y frontis de la universidad
3. La poesía
nos salva
Me siento un sobreviviente
de aquella época y de la manera cómo la vivimos. Y al volver a pensarlo me resulta
sorprendente reconocerme vivo.
Aunque a veces crea que, en
general, abrazar la poesía con pasión y siendo un adolescente es casi seguro
que ella mate; pues implacablemente nos despeña, nos arroja al suelo, y nos
sumerge en sus líquenes o en sus aguas fantasmales.
Así como reconocemos ya en
la edad madura o adulta que la poesía en todo trance difícil nos salva.
En aquel contexto que
refería, sin embargo, cada quien se consideraba el elegido de los dioses y
nadie nos preparó piadosamente para el desengaño.
Aunque algunos sí fuimos
elegidos al menos por alguna muchacha hechizada por aquellas figuras
demacradas, obsesionadas e ingenuamente sobrenaturales, imagen que era pegadiza
y perseguía a los poetas de aquel entonces.
4. ¿Quién
no?
Vivíamos intensamente esa
época haciendo que la universidad abarcara también los bares y las playas, las
plazas sonámbulas de los barrios y los terminales de los ómnibus, los caminos
polvorientos y los mercados pueblerinos, porque nuestras aulas eran todos esos
lugares en donde pasábamos las horas deambulando y discutiendo sobre lo útil y
lo vano de esta vida.
En aquellos días febriles,
¿quién no se sintió atraído por la sensualidad de publicar un libro, siquiera
una plaqueta? ¿Quién no se ufanó ante un auditorio lleno de amigos famélicos,
blandiendo alguna idea osada y, por supuesto, descabellada sobre el arte y la
literatura?
Así: ¿Quién no trazó
insomne su poética, pese a no estar seguro siquiera de haber escrito un par de
poemas completos? De allí que coincida en relación a esta época, y en el mejor
de los casos, con aquel aserto que se ha dicho respecto a mi poesía, cuál es
que ella supo desentrañar el misterio del amor inocente.
5.
Cada
quién
Con Víctor Bueno, hijo del
poeta Leoncio Bueno, Eduardo Urdanivia, Antonio González Montes y Manuel
González Pumachayco organizamos, a través del Centro de Estudiantes de
Literatura, recitales que concitaron el interés y la asistencia de estudiantes
también obsesionados por perfilar la gran obra literaria y que venían
procedentes incluso de otras universidades.
Aquel ciclo de recitales se
presentaba cada viernes en el Pabellón de Letras de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, y en él leyeron sus primeras creaciones muchos poetas que
recién dieron a conocer su obra en aquellos fastos. Algunos de ellos
constituyen ahora voces mayores de la poesía peruana y otros muy jóvenes, sus
nombres y sus libros han adquirido dimensiones de leyenda porque murieron.
Es el caso de Juan Ojeda y
María Márquez, quienes por primera vez se dieron a conocer en esos eventos no
exentos de gloria, y ambos se suicidaron, o sus muertes no fueron totalmente
esclarecidas, aunque en ambos casos sus vidas tuvieran trazos estremecedores y rasgos
trágicos.
Foto en San Marcos. Ricardo Ráez
6.
Deambulando
todavía
Después vinieron años
confusos, en donde cada quien fue atrapado por sus propios fantasmas o
demonios, o bien ganados o arrojados por el trajín del trabajo social y hasta
político.
Apenas yo alcancé a sobrevivir.
A duras penas me sujeté a una roca cuando mis dedos sangraban y mis manos se
sostenían entumecidas. Las olas golpeaban abajo en el acantilado y otros caían
cerca de mí. Fue un azar salvarme como fue un azar para ellos entrar en las
aguas arremolinadas y turbias. Y en la espesa noche.
Pero haré dos
precisiones más: cual es que mi primer libro de poesía, cuyo título es Las actas, del cual se han publicado una
veintena o más de poemas, lo escribí y presenté en San Marcos. Recuerdo en el
auditorio y en primera fila a algunos profesores míos como Antonio Cornejo
Polar, Tomás Escajadillo y Dora Bazán.
Con él daba
curso a la ambición de escribir el gran canto nacional del Perú, como nos
propusimos hacerlo con Juan Ojeda, ya desaparecido y yo deambulando todavía
como un sobreviviente malherido.
7. Noche
mágica
Y presenté en
la Casona de San Marcos también mi libro Scorpius que había sido
finalista en el Premio de Poesía del concurso internacional Casa de las
Américas de Cuba.
Editado en el
sello editorial Arte Reda dirigido por Víctor Escalante y con dibujos
interiores alusivos a los poemas allí incluidos hechos por el pintor amazónico
Yando.
El libro Scorpius
compuesto de tres secciones, cuales son: Escorzonera, Scorpius y Letanía, fue
presentado el 22 de mayo del año 1972 por el poeta Juan Gonzalo Rose.
Y no se
presentó en ningún salón de La Casona sino en la pileta, al centro del Patio de
Letras o Patio de los Naranjos y ante un público numeroso.
Hubo una gran
concurrencia y es que esos eran días en que la poesía era burbujeante en los
cafés y trasuntaba hacia las calles. Recuerdo entre el público a varios
profesores míos de la universidad. Había luna llena y la noche era mágica.
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