He sabido, mamá, que a mis hermanos los
llamas llorando a preguntarles y a decirles que se
preocupen por mí.
Y, ¡que algo me pasa!
Porque al hablar por teléfono sientes que
mi voz es mi voz, pero que hay algo en ella que se quiebra. Un rasgo que tú
notas.
Pero mamá, yo te digo: que ¡estoy bien!
Mi lógica –te lo estoy demostrando– es
firme, y mi corazón es fuerte. Aunque quizá haya un acento que escape a todo control
y dominio y un tono que nos traicione.
Siendo cierto que para una madre no hay
hijo que enmudezca, ni pena de un hijo que se le escape.
Ni queja de un hijo suyo que le sea
escondida, ni voz que se apague ni que le sea oculta.
Mi madre y sus once hijos
2.
Tú
bien
lo sabes
Aunque yo creyera que estando tú lejos
hasta ahí no alcanzaría a llegar ni mi llanto ni mi congoja ni mi quebranto.
Aunque yo creyera que nadie me oía, mira
pues, eres tú que desde lejos estaba sintonizada conmigo.
Aunque yo creyera ¡que podía llorar a mares
sin que me veas ni lo supieras!
Pero, confía en que tu pequeño sabrá salir
adelante de cualquier desafío y peligro.
Tú bien lo sabes, que el más asustadizo de
tus hijos, y que se ponía a temblar como un junco o una caña en tus desmayos, ha
saltado y dejado atrás tinieblas.
Que ha hollado y vencido de niño muros
inhiestos, parajes adustos y temibles abismos.
Mis padres el día que se casaron
3. ¡A quién
sea!
¡Y eso tú lo sabes, mamá!
Que ha corrido veloz por oscuros atajos.
¿Recuerdas? ¡Tú me has abrazado y besado tanto por avanzar raudo como un
cervatillo, apareciendo por cerros y luego desapareciendo por quebradas y
bajíos!
¿Te acuerdas, mamá?
¡Y para volver a aparecer de nuevo por lo
alto de una colina distante y lejana!
Eso cuando íbamos a cosechar maíz en
Chacomas y había que avisar de esto y de lo otro al alpartidario. O, ¡a quién
sea!
Recuerda que tu pequeño ha golpeado y ha
abierto con sus puños temblorosos puertas endurecidas.
Y que, con sus pasos menudos, pero resueltos
ha pisado y vencido a baldosas terribles y heladas.
Mi madre, recién casada
4. Dormido
o despierto
Recuerda que ha superado intrincados
obstáculos. Entonces, ¡ya no llores ni estés triste, mamá!
Aún más hoy día que es tu cumpleaños, y que
debemos hablarnos, pero sin llorar.
También te consta, porque tú me has tenido
en tu vientre, que mi pulso es recio, que mi pálpito es perfecto y que mi
ilusión es invencible.
Y, muy al fondo, hasta pareciera que soy
feliz. Y hasta que sonrío.
Y ten por seguro que mi alma está
directamente conectada, con un lazo indisoluble, a los oídos de tu corazón.
Porque yo siento que igual converso contigo,
dormido o despierto. Como si tú estuvieras a mi lado siempre, sin importarme
que ahora estés tan lejos.
Mi padre
5. Esa sombra
morada
Y debes estar contenta, mamá. Tú sabes del
tacto, del tino y del acierto de mis manos. Puesto que tú las has cogido y las
has sostenido tanto de niño para que yo no cayera.
¡Que tú las has acariciado tanto y besado
mucho más todavía! Eso tú misma me lo has dicho.
¡Que las has sujetado tanto, orando,
hundidos mis puños apenas nacidos, y doblados mis dedos para tenerlos en las
cuencas de tus ojos!
¡Encima de tus párpados que tienen esa
sombra morada que de repente es por mí que se ha oscurecido tanto!
Igual a cómo los tiene la Virgen de la
Puerta. ¡Huella de tus lágrimas ya jamás se secarán ni en el dorso ni en el
cuenco de mis manos, ni en esta ni en otras vidas!
Cumpleaños número cien de mi madre
6.
Ya
no
llores
Manos que como siempre, mamá, están puras.
Están limpias, como tú las querías, atentas para todo lo bueno. Y que son
valerosas.
Y solidarias con todo lo auténtico y
legítimo. Como tú lo has querido siempre que así ellas fueran, ¡aunque tengamos
que ser siempre pobres!
Diciéndote que tu pequeño sabe enfrentar acechanzas,
encrucijadas y amenazas. Y mi ser, pese al cierzo y la borrasca, pese a la
horrenda niebla que se cierne, está lleno de esperanza.
Tuyo es mi corazón y estas manos que tanto
besaste. Y que las hiciste para defender todo lo noble que tú me enseñaste que
tenía que defender en la vida.
Vida que ahora yo, como tú hacías antes y
siempre, encomiendo al Apóstol Santiago de nuestro pueblo, y a la bendita
Virgen de la Puerta de Otuzco.
Y, te ruego, mamá, ya no llores, ni estés
triste por mi culpa.
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