Ambos jóvenes casi tenían la misma edad, aunque César
Vallejo era tres meces mayor que Antenor Orrego, porque aquel era del 16 de
marzo y Antenor del 22 de mayo del año 1892. Sin embargo, el trato que se
daban, y pese a tener cada uno apenas 23 años, era de suma distinción, respeto
y con los protocolos que solo se ven en la diplomacia y en el ámbito oficial.
Fue Víctor Raúl Haya de la Torre quien los había
presentado y César Vallejo quedó impactado por la sapiencia y la personalidad
de Antenor Orrego, el joven intelectual. Y le pidió una cita formal a fin de
entregarle en consulta los poemas que había escrito. La cita fue cordial.
Antenor recibió los poemas y le fijó día y hora a una semana después, en que le
daría su veredicto.
Antenor Orrego le pide a César Vallejo que rompa todo
lo que hasta ese entonces había escrito. Pero a continuación le advierte que
eso le decía porque dentro de él había vislumbrado una
voz nueva. Y le urge a que deje libre esa voz, y a que asuma una batalla
crucial por encontrar dentro de sí mismo aquella expresión de toda una raza y
de todo un pueblo. Que sea auténtico, y que deje aflorar aquel ser primigenio
que habitaba en él.
2. Así nació
el poeta genial
Y el mismo Antenor Orrego refiere de estos hechos con
las siguientes palabras:
“Lo que le dije exactamente, no lo sé, ni puedo
saberlo nunca. Pero guardo la impresión global que intentaré traducirla, a una
distancia de cuarenta años, en mi lenguaje de hoy:
– César he visto a través de tus versos barrenando,
diré, las paredes literarias de tus palabras escritas, la posibilidad de un
poeta extraordinario, pero, a condición de que te esfuerces por alcanzar la
fuente más auténtica de tu espíritu. Luego, debes expresar lo que allí
encuentres con tu propio y más genuino estilo personal que tienes que crearlo,
porque traes algo que es absolutamente nuevo… Olvídate de estos versos y ponte
a escribir otros durante los meses de vacaciones, concentrándote resueltamente
en ti mismo. Debes tener la seguridad de que posees algo que nadie ha traído
hasta ahora a la expresión poética de América…
El poeta no me dijo nada. Lo intuí recogido sobre sí
mismo y, hondamente conmovido. Me abrazó efusivo y se despidió.”
3. Así nació
el poeta genial
¿No es un pasaje solemne? ¿No es un orto, un vórtice y
un rasgarse los cielos? ¡Y con la sencillez y humildad con que lo afrontan, se
comportan y actúan apenas dos mozalbetes! ¡Y que lo vemos como si ingresáramos
a un recinto sagrado y colmado de esplendidez!
¡Y el trato tan reverente que se dan, pese a ser jóvenes
de la misma edad! Sin embargo, ¡qué majestad! ¡Qué hieratismo y qué momentos
decisivos para la historia nacional y universal!
Ahora bien, César Vallejo, y tal como lo aconsejó
Antenor Orrego, destruyó esos poemas y viajó a Santiago de Chuco. Y, siguiendo
las pautas que le había dado, escribió nuevos, distintos y originales poemas, con
otra parla esencial, con inflexiones y cadencia, tratando de escuchar su voz
profunda.
Así nació el poeta genial de Los heraldos negros. Y poco tiempo después el
vórtice del lenguaje que es Trilce, libro del cual es también Antenor Orrego no
solo su anunciador sino en cierta medida su propio autor.
4. De lo rústico
a lo genial
Y es que Vallejo sabía ser un buen discípulo, un alumno
aplicado y un estudiante que sabía escuchar, sin que tuviera ningún prejuicio
en ser el aprendiz que fue. Por eso, es hechura también de sus maestros y amigos,
y Antenor Orrego fue de él maestro y amigo. Así como lo fue de los obreros, artesanos,
trabajadores de las minas, arrieros, cañeros, hombres del campo; de todos
quienes directa o indirectamente estuvieron cerca de él y lo formaron.
Pero, ¿cómo es que Antenor pudo leer diáfanamente su
genialidad en aquellos versos que ordenó destruir? ¡Porque él fue el primero quien
advirtió aquel rasgo que ahora es fácil reconocer!
¡Pero hacerlo cuando recién intentaba escribir a
tientas y apostando por él a ciegas! ¿Y cómo es que César Vallejo lo siguiera a
pies juntillas, y lo obedeciera sin discutir ni un palmo? Y es que eran jóvenes
extraordinarios, no solo en talentos sino en virtudes. Tiempo después Antenor
se lamentaba de que aquellos primeros poemas él le hubiera dicho que los
destruya y no se hubieran conservado para tener el cotejo de la evolución de un
proceso que va de lo rústico a lo genial y portentoso.
5. En aquel tiempo
y lugar
Lo hermoso de todo esto es tanto o más que la
capacidad de Antenor Orrego para ver la luz en lo intrincado, la actitud
humilde, expectante y dúctil de César Vallejo; tan es así que le pide luego el
prólogo de Trilce reconociéndole que es a él a quien se deben dichos poemas.
La cultura peruana ¿acaso no debe enorgullecerse de un
trance así? ¿Qué Trilce sea una creación deslumbrante e inusitada, pero
producto de un magisterio sublime al interior de nuestro suelo, mar y cielo?
Experiencia que está constituida no solo por la proeza
trascendental del vuelo astral de la poesía, sino que en ella hay una dosis muy
estimable de educación, de magisterio y de pedagogía vital.
Registrando que no es una proeza casual ni espontánea ni
meramente intuitiva sino fruto del pensamiento, de la visión y del colectivo
humano que rodeara a César Vallejo en aquel tiempo y
lugar. Y que de alguna manera fuera dicha hazaña y dicho destino, avizorado
antes de que aquella obra estuviera plasmada. Y esto por un maestro superlativo
como lo fue Antenor Orrego.
6. El ser
de todos
Los libros iniciales que publicó César Vallejo no solo
son producto entonces de la genialidad de su actor, sino de aquel que vio por
debajo, por detrás y al fondo de sus líneas escritas previamente el torrente,
la catarata o la isla prodigiosa; y comprendió lo que no era visible a simple
vista.
De aquel que vio lo que todavía no estaba allí pero
que era potencial y posible hacer lo que tiembla y palpita escondido entre
piedras y abrojos, y que puede hacerse evidente y tangible; intuyendo todo solo
por algunos rasgos que solo él pudo vislumbrar.
Y es que la capacidad de ser absoluto no solo está en
la conjunción asombrosa de los factores que lo producen y se concentran en un ser,
sino en el colectivo humano dentro del cual surge, y que rodea a una persona y
una obra, que finalmente sintetiza el ser de todos.
7. Hasta el confín
de los tiempos
En el caso de César Vallejo y Antenor Orrego observamos
palmariamente y en vivo aquel magisterio para enseñar y para aprender. Y que se
plasma directamente en los dos libros deslumbrantes e iniciales de la obra
vallejiana, como también en el conjunto de su obra mayor.
Vemos así cómo se forja un destino por la sabia acción
de quien intuye, avista y señala un derrotero, y de quien comprende, acata y
crea. He aquí graficado con toda nitidez lo que es saber construir un destino
superior y supremo.
Pero hay aquí, además de una relación enaltecedora de
lo que es la función magisterial, la expresión de otra dimensión y plano
verdaderamente valioso y que poco se lo valora en la vida de los grandes
hombres, cuál es el de la amistad.
César Vallejo estimó grandemente toda amistad, la
cuidó y la valoró en grado sumo. Y no supo herirla jamás. Al contrario, la
convirtió siempre en himno de hermandad, como la que prevalecerá hasta el
confín de los tiempos, entre él y aquel hermano del alma que fue Antenor Orrego
Espinoza, con quien juntos forjaron lo que ahora nos enaltece tanto a todos los
hombres sobre la faz de la tierra.
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