lunes, 21 de junio de 2021

21 de junio. Día de la Música. / Alfonso de Silva. / El músico más músico.


21 DE JUNIO
DÍA DE LA MÚSICA / ALFONSO DE SILVA

EL MÚSICO
MÁS
MÚSICO

Danilo Sánchez Lihón





1. Una obra
exquisita

 

El músico más músico que ha tenido el Perú es Alfonso de Silva, acerca de quien todos los entendidos en este campo coinciden en señalarlo así. Es quien más talento musical tuvo. En realidad, transpiraba música, y él mismo revelaba que por sus poros brotaba música como una inundación que lo invadía, lo turbaba hasta el punto de que le era imposible caminar.

Nació en el Callao el 22 de diciembre del año 1902 y se le ocultó quiénes eran sus verdaderos padres. Como él mismo lo cuenta, la primera vez que pudo decir “¡Madre!” “¡Madre!” fue cuando el ser que le revelaba, que era su madre, ya era un cadáver. Y de su padre expresa: “Colaboró con su indiferencia e incomprensión a la formación de mi espíritu, lejano, y a mi tragedia interior”.

Dejó, como músico y como poeta, una obra, aunque trunca, exquisita en diversas formas y estilos, siendo logros destacados de este compositor sus valses y canciones, como sus 12 lieder, empezando por: ¡Ay! cuán vacíos. Canción sin palabras, Anublóse, Yo seré tu tristeza, Pobre amor, La balada de los tres húsares. Hoy la tierra y los cielos me sonríen, Las gaviotas, Berceuse. También la suit sinfónica Instantes y preludios, y La canción amarilla.

 


Alfonso de Silva interpretando el piano

2. Anhelante

de madre

 

En opinión de importantes cultores y estudiosos de este arte, fue “...el compositor peruano que más genio poseía”, según dice de él Rodolfo Holzman. Y “...fue el músico más músico de todos nuestros músicos”, según el parecer de Carlos Raygada, el crítico con la voz más autorizada en este arte y por muchos años voz rectora en el Perú.

Asombró no solo en el Perú sino en Madrid, París y Alemania, en donde no se explicaban cómo podía conocer tanto quien no había estudiado nada sistemáticamente. Quien añadía al talento innato que poseía para la música, un temperamento arrollador, sentimental y flamígero, que es lo que finalmente lo condujo a la autodestrucción.

Y ello como efecto de una vida azarosa, vivida a corazón desnudo, al descubierto y en vilo, esperando siempre la mano que lo acune, proteja y resuelva los problemas, con el hechizo de la obra por realizar hacia delante. Con una visión de fuegos fatuos en lontananza, que terminaron incendiando y volviendo carbones y cenizas su mente, su alma y su corazón mismo; anhelante de tener madre, aunque sin mencionarla, como ocurría también en el repliegue más íntimo y entrañable del ser de César Vallejo con quien fue amigo y hermano franco y del alma.

 

Plaza Grau, en el Callao


3. Los dos

genios

 

Su vida fue apasionada y febril, la de un bólido y cometa. Un ser ígneo, extraordinariamente hermoso, imbuido de fuego sagrado. Quien tuvo mil oportunidades para tener una vida cómoda y holgada. Y todo lo alejaba y desatendía por dar el curso a su destino finalmente trágico.

Siempre tuvo a su alrededor el halago de la buena posición, el prestigio y el dinero. Huyó de ello, para vivir la más espantosa miseria. Cuando todo lo tenía conseguido, todo lo dejaba y huía hacia el lugar en donde él sería el desamparado. Dinero que tenía dinero que arrojaba. De Alemania fue seguido a París por una mujer bella y fervorosa, Matilde que era princesa. Y él que no tenía nada que ofrecer era implacable con su orfandad a cuestas.

Por ser así, tenemos la suerte, que constituye un verdadero privilegio y un hecho extraordinario, que los dos genios en las artes más señeras en el Perú se hayan conocido y hayan sido entrañables amigos hasta el grado de la devoción, y ellos son: César Vallejo y Alfonso de Silva.

 




Campos Elíseos en París


4. El que ama

o tiene una herida

 

He aquí la muestra de ello, en el comentario que hacemos a continuación del poema que César Vallejo le dedica cuando se entera que su amigo Alfonso de Silva ha muerto, no hay poema más conmovedor dedicado a la amistad que este en la historia de la literatura universal.

Pero antes, refiramos que Alfonso de Silva muere en Lima el 7 de mayo de 1937. Y César Vallejo fallece apenas once meses después, en abril de 1938.

Las palabras que revelan el sentimiento de César Vallejo por la muerte del amigo brotan y le invaden cuando se entera de su muerte acaecida en Lima, adonde había regresado desde París.

El poema registra como fecha de composición el 9 de octubre de 1937 y, como se deduce de su lectura, lo escribe sentado en una mesa del café “Boit de nuit” donde su amigo músico solía tocar tangos. Embargado del sentimiento que lo colma ha ido hasta allí, como todo el que ama o tiene una herida en el alma regresa al lugar en donde ocurrieran algunos hechos con el ser querido que evocamos.

 


César Vallejo


5. Miramos

y nos miran

 

En donde reconoce que el amigo lo mira, y lo dice cuando el poema se inicia con los siguientes versos:

Alfonso: estás mirándome, lo veo,

desde el plano implacable donde moran

lineales los siempres, lineales los jamases.

Siendo lo primero que encontramos al empezar el poema, la mirada. Y sentimos que esa mirada límpida desde la eternidad; mirada que es sincera y auténtica, en la cual no cabe y no podría caber jamás ni mentira ni doblez alguno.

Es la mirada que traspone mundos. Es mirada íntima, cierta, única. Es mirada que une mundos.

Y es que Alfonso, para César Vallejo en el poema, no ha muerto, está mirándolo desde el plano implacable donde mora el amor fraterno, en este caso de unión más allá de todo.

Es el sentimiento y la emoción que no alcanza a destruir ni siquiera la muerte. Porque existimos en la medida en que nos amamos, en que miramos y nos miran, porque si ello no se produce sencillamente no existimos.

 

César Vallejo, Alina Lestonnat y Alfonso de Silva, en París


6. ¿Cuál es

aquel plano?

 

Pero, además, en la expresión de inicio del poema se definen dos espacios que se man­tienen paralelos a lo largo del poema, el de lo infinito y el de la cotidiano; y que solo los cabe juntar el arte.

Y se modula un tono, el de la confiden­cia, del secreto y lo entrañable; en donde prima el amor que supera toda contingencia, incluyendo la muerte.

Porque este vínculo de la mirada se establece finalmente entre un muerto y un vivo, traspasando esa barrera que separa de manera irreconciliable estos dos mundos.

Allí está tendido el puente a lo ilimitado, pero también extraordinariamente, a lo concreto, intransferible e íntimo.

Porque, ¿qué es o dónde queda aquel plano implacable donde moran lineales los siempres y los jamases?

 

Alina Lestonnat, con quien vivió en Paría


7. Ante

el amor humano

 

Sin duda, el infinito. Es el ám­bito de lo inacabable y de lo eterno.

Desde ahí Alfonso está mirando al amigo, pleno de identificación y de cariño; de solidaridad y de franco afecto. Ahí se realiza el acto pleno de amor fraternal.

Y, ¡cómo sobrecoge esa facultad taumatúrgica de Cé­sar Vallejo para hacer de los adverbios “siempre* y “jamás”, cosas, trastos, abalorios!

¡Por supuesto, y claro, seres piafantes, inatajables y ariscos como si fueran locos pasmados!

Haciendo de ellos cuerpos que velan, que se rinden, que se han hecho estáticos; el “siempre” y el “jamás” tan temibles, ante la gravedad del acontecimiento que los pasman, aquí se han convertido en mascotas comunes y corrientes.

¡Siempres y jamases se han hecho cosas, sustantivos concretos, artefactos tropezables, juguetes puestos delante de nuestros pies, fieles, lineales a nuestro arbitrio y servi­cio!

Ante el amor humano siempres y jamases resultan ser ahora cuentas de vidrios y hasta cacharros. Y con ello tenemos papable la gloria y maravilla que hace y tiene el arte, cual es de atraer lo excelso y ponerlo a nuestros pies

 

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