El músico
más músico que ha tenido el Perú es Alfonso de Silva, acerca de quien todos los
entendidos en este campo coinciden en señalarlo así. Es quien más talento
musical tuvo. En realidad, transpiraba música, y él mismo revelaba que por sus
poros brotaba música como una inundación que lo invadía, lo turbaba hasta el
punto de que le era imposible caminar.
Nació en
el Callao el 22 de diciembre del año 1902 y se le ocultó quiénes eran sus
verdaderos padres. Como él mismo lo cuenta, la primera vez que pudo decir
“¡Madre!” “¡Madre!” fue cuando el ser que le revelaba, que era su madre, ya era
un cadáver. Y de su padre expresa: “Colaboró
con su indiferencia e incomprensión a la formación de mi espíritu, lejano, y a
mi tragedia interior”.
Dejó,
como músico y como poeta, una obra, aunque trunca, exquisita en diversas formas
y estilos, siendo logros destacados de este compositor sus valses y canciones,
como sus 12 lieder, empezando por: ¡Ay!
cuán vacíos. Canción sin palabras, Anublóse, Yo seré tu tristeza, Pobre amor,
La balada de los tres húsares. Hoy la tierra y los cielos me sonríen, Las
gaviotas, Berceuse. También la suit sinfónica Instantes y preludios, y La canción amarilla.
2. Anhelante
de madre
En opinión
de importantes cultores y estudiosos de este arte, fue “...el compositor peruano que más genio poseía”, según dice de él
Rodolfo Holzman. Y “...fue el músico más
músico de todos nuestros músicos”, según el parecer de Carlos Raygada, el
crítico con la voz más autorizada en este arte y por muchos años voz rectora en
el Perú.
Asombró
no solo en el Perú sino en Madrid, París y Alemania, en donde no se explicaban
cómo podía conocer tanto quien no había estudiado nada sistemáticamente. Quien
añadía al talento innato que poseía para la música, un temperamento arrollador,
sentimental y flamígero, que es lo que finalmente lo condujo a la
autodestrucción.
Y ello
como efecto de una vida azarosa, vivida a corazón desnudo, al descubierto y en
vilo, esperando siempre la mano que lo acune, proteja y resuelva los problemas,
con el hechizo de la obra por realizar hacia delante. Con una visión de fuegos
fatuos en lontananza, que terminaron incendiando y volviendo carbones y cenizas
su mente, su alma y su corazón mismo; anhelante de tener madre, aunque sin
mencionarla, como ocurría también en el repliegue más íntimo y entrañable del
ser de César Vallejo con quien fue amigo y hermano franco y del alma.
Plaza Grau, en el Callao
3. Los
dos
genios
Su vida
fue apasionada y febril, la de un bólido y cometa. Un ser ígneo, extraordinariamente
hermoso, imbuido de fuego sagrado. Quien tuvo mil oportunidades para tener una
vida cómoda y holgada. Y todo lo alejaba y desatendía por dar el curso a su
destino finalmente trágico.
Siempre
tuvo a su alrededor el halago de la buena posición, el prestigio y el dinero.
Huyó de ello, para vivir la más espantosa miseria. Cuando todo lo tenía
conseguido, todo lo dejaba y huía hacia el lugar en donde él sería el
desamparado. Dinero que tenía dinero que arrojaba. De Alemania fue seguido a París
por una mujer bella y fervorosa, Matilde que era princesa. Y él que no tenía
nada que ofrecer era implacable con su orfandad a cuestas.
Por ser
así, tenemos la suerte, que constituye un verdadero privilegio y un hecho
extraordinario, que los dos genios en las artes más señeras en el Perú se hayan
conocido y hayan sido entrañables amigos hasta el grado de la devoción, y ellos
son: César Vallejo y Alfonso de Silva.
4. El que
ama
o tiene
una herida
He aquí
la muestra de ello, en el comentario que hacemos a continuación del poema que
César Vallejo le dedica cuando se entera que su amigo Alfonso de Silva ha
muerto, no hay poema más conmovedor dedicado a la amistad que este en la
historia de la literatura universal.
Pero
antes, refiramos que Alfonso de Silva muere en Lima el 7 de mayo de 1937. Y
César Vallejo fallece apenas once meses después, en abril de 1938.
Las
palabras que revelan el sentimiento de César Vallejo por la muerte del amigo
brotan y le invaden cuando se entera de su muerte acaecida en Lima, adonde
había regresado desde París.
El poema
registra como fecha de composición el 9 de octubre de 1937 y, como se deduce de
su lectura, lo escribe sentado en una mesa del café “Boit de nuit” donde su amigo músico solía tocar tangos. Embargado
del sentimiento que lo colma ha ido hasta allí, como todo el que ama o tiene
una herida en el alma regresa al lugar en donde ocurrieran algunos hechos con
el ser querido que evocamos.
5.
Miramos
y nos
miran
En donde
reconoce que el amigo lo mira, y lo dice cuando el poema se inicia con los
siguientes versos:
Alfonso:
estás mirándome, lo veo,
desde el
plano implacable donde moran
lineales
los siempres, lineales los jamases.
Siendo lo
primero que encontramos al empezar el poema, la mirada. Y sentimos que esa
mirada límpida desde la eternidad; mirada que es sincera y auténtica, en la
cual no cabe y no podría caber jamás ni mentira ni doblez alguno.
Es la
mirada que traspone mundos. Es mirada íntima, cierta, única. Es mirada que une
mundos.
Y es que
Alfonso, para César Vallejo en el poema, no ha muerto, está mirándolo desde el
plano implacable donde mora el amor fraterno, en este caso de unión más allá de
todo.
Es el
sentimiento y la emoción que no alcanza a destruir ni siquiera la muerte.
Porque existimos en la medida en que nos amamos, en que miramos y nos miran,
porque si ello no se produce sencillamente no existimos.
César Vallejo, Alina Lestonnat y Alfonso de Silva, en París
6. ¿Cuál
es
aquel
plano?
Pero,
además, en la expresión de inicio del poema se definen dos espacios que se
mantienen paralelos a lo largo del poema, el de lo infinito y el de la
cotidiano; y que solo los cabe juntar el arte.
Y se
modula un tono, el de la confidencia, del secreto y lo entrañable; en donde
prima el amor que supera toda contingencia, incluyendo la muerte.
Porque
este vínculo de la mirada se establece finalmente entre un muerto y un vivo,
traspasando esa barrera que separa de manera irreconciliable estos dos mundos.
Allí está
tendido el puente a lo ilimitado, pero también extraordinariamente, a lo
concreto, intransferible e íntimo.
Porque,
¿qué es o dónde queda aquel plano implacable donde moran lineales los siempres
y los jamases?
Alina Lestonnat, con quien vivió en Paría
7. Ante
el amor
humano
Sin duda,
el infinito. Es el ámbito de lo inacabable y de lo eterno.
Desde ahí
Alfonso está mirando al amigo, pleno de identificación y de cariño; de
solidaridad y de franco afecto. Ahí se realiza el acto pleno de amor fraternal.
Y, ¡cómo
sobrecoge esa facultad taumatúrgica de César Vallejo para hacer de los
adverbios “siempre* y “jamás”, cosas, trastos, abalorios!
¡Por
supuesto, y claro, seres piafantes, inatajables y ariscos como si fueran locos
pasmados!
Haciendo
de ellos cuerpos que velan, que se rinden, que se han hecho estáticos; el
“siempre” y el “jamás” tan temibles, ante la gravedad del acontecimiento que
los pasman, aquí se han convertido en mascotas comunes y corrientes.
¡Siempres
y jamases se han hecho cosas, sustantivos concretos, artefactos tropezables,
juguetes puestos delante de nuestros pies, fieles, lineales a nuestro arbitrio
y servicio!
Ante el
amor humano siempres y jamases resultan ser ahora cuentas de vidrios y hasta
cacharros. Y con ello tenemos papable la gloria y maravilla que hace y tiene el
arte, cual es de atraer lo excelso y ponerlo a nuestros pies
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