El recuerdo más sentido que
yo tengo de mi hermana Rosita cuando era niña es su abriguito verde ya raído y
su canastita con la cual caminaba haciéndole mandados a mamá con quien eran
como comadres, amigas secretas y confidentes.
Con esa canastita mi mamá le
enviaba a fiar algo en una tienda, ir a conseguir tal o cual cosa de algún
sitio, sea un pocillo de chungares, alguna cebollita, o un limón dulce o algún
ingrediente. Y es que desde que tuvo entendimiento ha sido el paño de lágrimas
de mi madre, en todo.
Con ella se confesaban
secretos. Y es que, pese a ser delgada y menuda es fuerte, de una capacidad de
sufrimiento muy grande. Es quien ahora me ampara y viaja desde Estados Unidos
donde reside, para el Capulí y está a mi lado cuidando que nada malo me suceda.
Hoy día 3 de julio es su
cumpleaños. En otra parte he contado cómo nació, y hoy cuento cómo ella fue
decisiva para que nos viniéramos toda la familia de Santiago de Chuco a
Trujillo y después a Lima. Y luego algunos viajaron a los Estados Unidos de
Norteamérica donde residen. Pero, ¿cómo fue que salimos de nuestro pueblo?
Sucedió así:
Luis, Rosa Andrea, Jaime con Rondín, Mirta y Juvenal
2. O no sé
por qué
– ¡Qué! -Le dijo mi madre a
Rosita–. ¿Estas son las papas que mi mamá te ha dado? ¡Pero si están podridas!
¿De dónde las has cogido? ¿Del terrado?
– De donde ella me ha
señalado. De una caja que allí tenía, en el corredor.
– ¿No te dijo que subieras al
terrado? ¿No te ha dicho que escogieras de los montones de papas que ella allí
tiene? ¡Haber, cuéntame cómo ha sido!
– Entré, saludé, y le dije:
Abuelita, no tenemos qué comer y mi mamá me ha mandado para ver si le das un
poco de papas. Y me dijo: ¡Ve, coge de esa caja! Y de allí cogí las que había.
– ¿Así? Entonces vas a ir y
le vas a devolver, diciéndole que están agusanadas. Que las papas que te ha
dado están podridas. Dile que mi padre le dejó muchas haciendas y propiedades.
Y que yo fui su hija más querida. Que nunca ella me ha dado nada de su propia
voluntad, pese a que es mi madre y tengo tantos niños pequeños. Que sin embargo
sus terrados están llenos de papas, de maíz, de trigo. Costales y costales de
lentejas, de arvejas, de ocas y ollucos. Latas y latas de manteca, de jamones y
de pellejos de chancho. Y que ella gasta en las fiestas que hace para sus
invitados.
3. Su
sangre
Dile que nunca le he pedido
nada salvo ahora que no tenemos qué comer. ¿Por qué entonces te va a dar a ti
esas papas y ese maíz podrido?
Dile que siquiera una pizca
de lo que gasta en los carnavales, en los bailes que hace para tantos vagos y
en sus fiestas sociales. Que algo te dé
a ti, no a mí que soy su hija, sino a ti que eres su nieta y que eres tierna y
pequeña. Y que llevas su sangre y hasta su nombre
(Y mi madre ahí llora
desesperada, con una honda y desgarradora amargura. Y cuando deja de llorar se
enoja peor. Y tiembla de indignación).
– O, acaso, ¿no se conmueve
de unos niños tan indefensos? ¿Acaso, no llevan todos, su sangre? Pero estas
papas vas y lo dejas ahí. Si no te recibe lo dejas de todos modos, ahí en las
gradas o en el suelo, con canasta y todo. A ver, ¡que ella las coma! ¡Qué hora
te mandé a pedirle nada! ¡Para recibir esta ofensa! ¡Y como si no fuéramos
gente!
Y por el llanto desgarrado de
mi madre, o quizá porque a su pequeña edad también estaba harta de tanta
pobreza por un lado y de tanto dispendio de mi abuela por otro, que Rosita mi
hermana fue e hizo tal y como mi madre lo indicó, quizá también cansada de
tanta escasez, pobreza e indiferencia.
4. No tocó
la puerta
Fue, y expresó todo lo que mi
madre se había desahogado diciéndole en ese momento de dolor.
– ¿Eso ha dicho que me digas
tu mamá?
– Sí.
– ¿Y tú vas a dejar ahí esa
canasta para que yo coma esas papas?
– Sí, abuela.
– ¡Cógelo y llévalo!
– Mi mamá me ha mandado
devolverlas.
– ¡Ahora vas a ver tú
también! ¿Tu madre va a venir a mí a decirme esto que me has dicho?
Y mi abuela ha tomado la
calle, así como está vestida, con el moño enmarañado. Ni siquiera ha cogido su
pañolón, sino que ha salido tal como estaba, con su ropa de entrecasa.
Y camina con pasos enérgicos
y duros, peor que las piedras que pisa. Hace en un santiamén las cinco cuadras
y media de distancia que hay hasta nuestra casa; cegada por la ira, la
ofuscación y la cólera.
5. Así son
las costumbres
No ha tocado la puerta de
nuestra casa, sino que la ha empujado ingresando por el callejón y no por la
tienda.
Entra como una tromba
encontrando a su hija, motivo de su ira, aun llorando en el corredor a un
costado del patio.
Mi madre está en cinta, con
su barriga abultada de mi hermana Luz Elvira aún por nacer, pero ya faltando
solo unos cuantos días para el parto.
Pero aun así la coge por los
cabellos y la arrastra por el suelo. Y le da duro con una raja de leña que por
allí había cogido, diciéndole.
– Ninguna hija va a atreverse
a decir eso que tú has dicho a su madre, a mí que te ha concebido y te ha
traído a este mundo.
Y mi madre se deja pegar sin
nadie que lo defienda, más poniendo sus manos y brazos encima de su vientre,
para proteger a la criatura que lleva adentro.
Y la pega de alma, porque así
son las costumbres. Y ese es el derecho que tiene una madre para con sus hijos,
así sean adultos, y hasta viejos.
6. Paño
de lágrimas
Pero ese fue también el
motivo para que a la siguiente semana todos nosotros dejáramos nuestro pueblo y
nos viniéramos a Trujillo, subidos en un camión llamado Río Pallanga, donde
hicimos un toldo porque llovía torrencialmente. Era un día sábado del mes de
marzo que es de crudo invierno.
Trajimos petates y colchones.
Y no dejamos nada, ni siquiera el batán. Y hasta Argos, el perro, vino con
nosotros. Cargamos carrizos y magueyes para alzar cualquier cabaña rústica en
cualquier arenal.
La casa quedó vacía,
destartalada y en ruinas, sin las voces de niños que tanto la alegraron. Así
nos despedimos de un pueblo legendario donde nacieron nuestros padres, abuelos,
bisabuelos, tatarabuelos, hasta perderse los eslabones de nuestros ancestros en
una cadena interminable.
Llegamos a un arenal en el
balneario de Buenos Aires, cercano a la ciudad de Trujillo donde vendían a
plazos lotes vacíos; y allí levantamos una cabaña. Allí mamá enfermó de
tristeza por todo lo vivido.
Era a los finales del primer
trimestre del año 1966 en que toda mi familia, como si se arrancase de cuajo y
de la tierra un árbol grande y coposo desde la raíz, desarraigándonos para
siempre del pueblo donde nacimos.
7. Y
lucho
El 6 de abril de ese año, a
los pocos días de nuestro éxodo, nació mi hermana Luz Elvira, ya en Trujillo;
siendo la única que no nació en Santiago de Chuco, y la última de los once
hermanos que somos de padre y madre.
Una semana después, el 14 de
abril, murió mi abuela Rosa, madre de mi mamá, y quien fuera la que la
castigara tan rudamente siendo ya mayor y estando en cinta.
Ella murió en un accidente de
tránsito en la carretera viniendo de las aguas termales de Cachicadán al
desbarrancarse el auto en que venía. Está enterrada en la entrada del panteón
de Santiago de Chuco, a cuyo nicho cada vez que voy me acerco y le hablo con mi
corazón sollozante.
Por eso, cuando alaban las
virtudes de mi hermana Rosita, quien es sacrificada, hacendosa y comprensiva,
yo solo asiento y a lo más cuento que desde que nació se convirtió en el paño
de lágrimas de mi madre. Todo lo demás lo callo. Y nunca cuento lo que hoy he
contado, con tanto dolor en el alma.
Recuerdo más bien las
alegrías en nuestra casa de infancia, que fueron muchas, salvo la pobreza. Por
eso digo que la pobreza no es buena y lucho porque no la haya. Porque fue el
motivo para que dejáramos nuestra tierra tan querida.
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FELICITACIONES PAISA VALLEJIANO POR EL TESTIMONIO DE VIDA HECHA LITERATURA O NOVELA SOBRE TU FAMILIA. QUE SIGAS CON TU BELLA PRODUCCION INTELECTUAL ANDINA Y EL AMOR A TU HERMANA EN LAS CIUDADES DE LIMA Y DE ESTADOS UNIDOS. GRACIAS POR COMPARTIR TUS OBRAS. FELIX GUTIERREZ QUEZADA. LAREDO. TRUJILLO.
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