– Víctor. ¿cómo nació tu afición por la
literatura?
– En mi comunidad, libro que encontraba era libro que leía, devoraba todo.
Texto que cayera en mis manos lo asimilaba. Mi hermano que ya estudiaba en Lima
me envió “La madre”, de Máximo Gorki, que me fascinó tanto que lo leí varias
veces sea encerrado en m i cuarto o vagando por los caminos, y me dio un rumbo muy
claro para lo que yo quería hacer y escribir.
– Y ¿lo primero que escribiste?
– Fue una obra de teatro escolar, que era una recreación del cuento Paco
Yunque, de César Vallejo. Se presenta a un maestro leyendo a sus niños aquel relato,
pero ahí en su clase están todos los personajes del cuento: Humberto Grieve,
Paco Yunque, Paco Fariña, todos. Al final de la lectura Paco Yunque rompe a
llorar inconsolable, sollozando de sentimiento, pero todos lo consuelan y lo
alientan, diciéndole: ¡No llores Paco Yunque! Es una obra muy simple, pero a la
vez muy enternecedora. Es como imaginar todo lo ocurrido en el Perú, que
alguien nos lo cuente, vernos involucrados en ello, llorar y que alguien nos
consuele. Ganó el Concurso de Teatro Escolar que organizaba el Teatro
Universitario de San Marcos y que dirigía el profesor Guillermo Ugarte
Chamorro.
2.
– Y ¿cuál crees que es la razón para que el teatro
campesino que tú propusiste, creaste y le diste camino, haya tenido tanto
impacto e influencia?
– En él se juntaban muchos factores. Por ejemplo, en aquel tiempo el teatro
era un discurso hacia adentro, un alegato más bien psicológico. El teatro
campesino en cambio es un discurso hacia afuera, hacia el problema social. Todo
sale de adentro hacia afuera. Borramos la idea de escenario, de local y de
tabladillo. Al final lo presentamos en la calle, en el suelo, en el llano; a
veces en una hondonada, con los campesinos alrededor, sentados en los cerros, repitiendo
nosotros varias funciones al día.
– Unos entraban y otros salían.
– ¿No? Quienes veían la primera función no se querían mover y veían la
segunda y la tercera puesta en escena, causando aglomeraciones. Fue época de
muchas salidas a provincias. Mi obra “La yunta”, por ejemplo, se estrenó en las
alturas del centro del Perú, en Ahuac. Y nos dimos el lujo de citar mediante
boletines de prensa, que publicaron los periódicos de Lima, a su estreno en esas
alturas de Huancayo. Como es lógico una dificultad para llegar, pero Jorge
Acuña a la hora en que salíamos a actuar entró gritando: “Aquí estoy, ah” “Aquí
estoy, ah” “¡Que conste que he venido desde Lima, ah!”. Tuvo que trepar la
cordillera de los andes para asistir al estreno de la obra.
3.
– Marcó mucho, ¿no es cierto?
– Había tantos grupos de teatro campesino que se creó una Federación
Nacional de Teatro Popular, y que era en realidad de teatro campesino. En el
Festival de Teatro del año 1981, que se realizó en Cerro de Pasco, de treinta
grupos, 18 eran de teatro campesino, tanto que un comentarista del exterior
dijo: “¿Tanto poncho y tanto chullo en el teatro peruano?”
– Ahora, ¿a qué te dedicas aquí, Víctor?
– A escribir y leer, aunque ahora seriamente limitado por este problema de
los ojos, sin que pueda hacerlo como antes. Sin embargo, he escrito mucho.
Tengo obras por publicar. Tengo ahora una visión panorámica de muchos hechos y
cosas.
– Y la familia ¿bien?
– Toda mi familia está íntegra, indemne e indestructible. Y esto ocurre
cuando los motivos por los cuales se sufre cárcel son de conciencia. En un
preso común la familia acaba el día en que el sujeto entra a la cárcel. Lo sé
porque converso con gente de otros pabellones. En un preso político como yo, la
familia permanece fiel e intachable. Por ejemplo, estando en Yanamayo, que es puna
desalmada, con un frío gélido, y para llegar a ese penal hay que hacer un viaje
de varios días, hasta ahí sin embargo iba a verme mi familia, cuando la visita
duraba únicamente treinta minutos. Y era después de un lapso 15 días.
4.
– ¿Sufriste escaseces y privaciones en tu
infancia?
– Yo me rebelo no por haber sufrido privaciones sino por ver sufrir a los
demás. Yo soy de extracción campesina, pero de comunidad y de condición media.
Mi padre tenía tierra y toros para arar los campos, lo cual otorga una posición.
El único resentimiento que guardo es que nos castigaba a sus hijos como un
gamonal flagela a sus peones. Hasta un día en que mi madre, que era dulce y
pequeña, se le cuadró y él retrocedió. Pero cuando voy a trabajar a Huamanga, a
dirigir el teatro de la universidad, salíamos todos los fines de semana a la
parte rural y ahí veía cuadros desgarradores de miseria humana extrema. En una
de esas tantas ocasiones encontramos en plena puna una covacha donde vivía un
campesino con sus cuatro hijas, enfermas todas de tuberculosis. La madre había
muerto escupiendo sangre y todos ellos también tosían y salpicaba sangre. Estaban
tan afectados, tanto que parecían cadáveres. Sin embargo, porque así es nuestro
campesino, nos ofrecieron su comida. Nadie del grupo aceptó, por su puesto. Al
contrario, se salieron. Pero, yo sí. ¿Qué era esa comida? Agua con unas cebadas
flotando, con una pizca de sal. Era su alimento de todo el día. Prácticamente, ¡nada!
Ni una papa, ni un maíz, ni alverja. Yo cogí el plato que me sirvieron y lo
devoré, como un juramento, como una promesa, como una inmolación. Era como
morir, ir directo al hospital o al panteón. Fue esa mi elección. Pero ahí juré estar
con ellos, ponerme de su lado, asumiendo y compartiendo su destino. Lo
contrario hubiera sido limitarme a mirarlos y tenerles compasión. Ahí asumí
hacerme carne y aliento de su destino, junto a ellos pase lo que pase. Y aquí
estoy.
Apunte hecho por Víctor Humareda
REFLEXIÓN
A.
En el momento de despedirnos Víctor quiere acompañarme hasta la puerta
final del pabellón, y así lo hace. Me presenta a todo compañero que encuentra a
su paso.
Y me conmueve la deferencia y el respeto con que me tratan, especialmente
de él, su cariño y su distinción. Porque, yo me digo: ¿quién soy para una
persona como él, que lleva veinte años preso?
Ya afuera, siento para mí este día como decisivo y memorable. Y se me hace
muy nítido que la literatura no solo son textos, sino las imágenes fascinantes
y legendarias de la vida de los autores.
Para apreciarlo basta sintonizar con algunos pasajes del acontecer vital de
César Vallejo, José María Arguedas, Ciro Alegría, José Carlos Mariátegui, vidas
de titanes y gladiadores de fábula.
Respecto a la trayectoria de Víctor Zavala Cataño encuentro que solo es comparable
a la vida de Guamán Poma, aquel indio lacuaz, irredento y pugnaz, quien nació
el año en que los españoles ingresaban al Perú, perdió toda su hacienda por escribir
con su sangre una denuncia, arriesgando su posición por su afán justiciero, que
le deparó ser perseguido, encarcelado y finalmente olvidado.
Encuentro en él la misma pasión, la misma pertinacia y el mismo delirio, en
cuanto a su adhesión a los desposeídos, a su proeza creativa, al sacrificio de
su vida y a su aureola mítica.
B.
Solo falta una página por agregar en esta vida legendaria. Y es: que salga
libre por acción de quienes, desde el arte, las humanidades y el civismo,
podemos solidarizarnos con la gestión, el reclamo y el compromiso que pongamos
en ello.
Para que quede en la historia que el pueblo organizado pudo romperle sus
cadenas, en honor al teatro que hizo o hace, a la obra grandiosa que alcanzó a
realizar, no solo por la calidad inmensa que tiene como documento estético,
sino por su autenticidad, su repercusión y su moral profunda.
Hagamos que las generaciones nuevas y las del futuro, con las páginas que
él ha escrito en su obra y en su vida, se llenen de orgullo y fortaleza.
Y que sepan que es designio de los escritores no poder callar. Que escriben,
declaran, proclaman. Y en eso su vida entra en peligro y corren riesgos y
padecen cárcel.
Pero qué hermoso es ver la coherencia entre lo que se escribe y se paga con la vida; considerando que los escritores son francotiradores del verbo, de la palabra y de las ideas; no de balas, ni de bombas ni de instalazas. No es su ejercicio ni dominio las mortíferas armas de guerra, sino aquellas que crean vida y abren nuevos horizontes como él los ha abierto.
C.
Como movimientos culturales, como intelectualidad alerta, como generación
histórica sensible y consciente, breguemos porque Víctor Zavala Cataño salga a
curarse, a concluir y consolidar la gran obra de teatro campesino, legado y
patrimonio del Perú eterno, en lo cual está agregando a la calidad estilística de
su obra el ejemplo de ser consecuente, al solidarizarse con lo más dolido y sufrido
del Perú.
Porque hay algo más que ser célebres y es ser hombres honestos. Hay algo
más que los éxitos y son los principios. Y hay algo más que la calidad literaria
y es ser coherentes con una realidad dramática como es la del Perú. Y fortalecer
todo esto es pedagógico, educativo y formativo de conciencia social.
Quedará en las páginas indelebles del Perú que el autor del teatro
campesino sea liberado. Y, a la inversa, quedará como un baldón y un bochorno que
él fenezca y no hicimos nada por defenderlo. Porque de lo que sí estoy seguro es
que él quedará como una página proverbial, como el paradigma de un escritor
encarcelado por sus ideas. Y que todo esto lo sufrió por ser fiel al pueblo, a
aquel Perú pendiente por redimir, el de los pobres y desposeídos, siendo su
coherencia un valor nacional que la sociedad del futuro lo sabrá reconocer.
D.
Él ya hizo su parte, ahora corresponde que nosotros hagamos la nuestra, reclamar
que él salga libre a curar sus enfermedades, porque esa es una razón mínima de
Derechos Humanos, que nos corresponde poner en vigencia por ser inherentes a la
especie humana.
Que salga libre y culmine su proyecto creativo y que el teatro campesino
tenga su corolario, como la mejor épica teatral del Perú de la segunda mitad
del siglo XX; que se sustenta además en las legítimas aspiraciones de ser un
país más justo.
Seamos y hagámonos grandes en esta página de la historia, en razón del
glorioso teatro campesino que él delineara y dejara como una realización para
el Perú y América, ya que dicha expresión se forjó aquí, irradió aquí y gracias
a un hombre proveniente de una comunidad campesina del Perú profundo, la de
Huamantanga.
En razón de todo ello, solicitemos el indulto para Víctor Zavala Cataño, pidámoslo
en razón del centenario de José María Arguedas.
Hagamos todo ello, para que la historia sea compasiva no con él sino con
nosotros. Para que en la Tierra y en el Perú, como él lo expresa: “un nuevo día
amanezca”.
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
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le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
GRANDE ejemplo dejado por VÍCTOR QUEE PUEBLO NOS SUPO DAR PARA GLORIA DE UN NUEVO PERÚ. GRACIAS DANILO.FELIZ DIA TAMBIÉN DEL MAESTRO CAÍDO EN LA LUCHA POR EL CAMBIO HACIA EL SOCIALISMO.SALUDOS
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