Hernán Velarde Vargas nació en el Cusco. Fue maestro y fue periodista. Esta parte de una larga conversación que sostuvimos versa sobre un pasaje de su labor como maestro en el Cusco. Esta entrevista o conversación la tuve con Hernán en su casa situada en José Díaz 246, en el cercado de Lima, pocas semanas antes de su muerte, ocurrida el 12 de enero del año 2005. Él fue maestro tanto en las aulas universitarias como en escuelas primarias del ámbito rural y urbano de su pueblo natal, el Cusco.
1.
Hasta
el
delirio
Como maestros hay que traspasar el alma y
mirar lejos.
Yo fui maestro de arte en todas las
escuelas fiscales del Cuzco, en todos los colegios de mujeres.
Enseñaba a la vez Geografía Plana y Dibujo.
Era un profesor muy popular, pero a la vez muy respetuoso. Y creo que
respetado.
Aunque tuve que dejar el magisterio porque
sucedió lo siguiente:
En Cancharina yo era profesor y pedí para
diciembre que todos los alumnos hicieran un dibujo, era una lámina grande.
Entre los trabajos que se presentaron hubo
uno que no sólo era bueno y extraordinario, sino que rebasaba lo excepcional.
Era tan bueno el dibujo y la pintura de
este alumno gordito que yo entusiasmado hasta el delirio le puse de frente la
nota de 21 en el Acta.
Los demás profesores decían: ¡pero yo no
veo nada en este dibujo!
Hernán Velarde
2.
Con nota
de
21
El Dr. Lechuga, que era el director,
después de revisar los registros me llamó y me dijo:
"Profesor Velarde, somos demasiado
amigos para que yo le haga observaciones. Y mucho menos reconvenciones”.
– “De qué se trata, director”, le dije yo.
– “Es acerca del hecho de que en el Acta de
Exámenes aparezca un alumno con nota de 21, que usted ha envuelto además con un
círculo rojo. Es en el nombre del alumno Alberto Quintanilla”.
– “Sí. Eso he hecho, director”.
– “Eso no está de ninguna manera
permitido".
– "Doctor, –le dije– se lo merece".
– "Pero el Ministerio no otorga para
la excelencia más nota que la de 20. De tal manera que Hernancito –me rogó– no
me hagas estas cosas. Rehace el acta".
3.
De hambre
en
la calle
Yo me fui. No rehíce el Acta.
Me citaron a una Junta de Maestros. Me
hablaron en todos los modos y tonos.
Siempre con un espíritu de camaradería, de
cariño y de respeto.
Me rogaban que no fuera loco:
– "Hernán –por favor, me conminaron–
sabemos que vives solo de este sueldo, que esta es tu subsistencia y no vas a
permitir que los maestros votemos porque te saquen del colegio".
– "¡Yo no arreglo el Acta!"
–Dije. Me paré y me fui.
Y así me quedé otra vez de hambre en la
calle.
Porque necesariamente me tuvieron que
botar.
Fue una audacia terrible.
Es que yo sabía que no podía transar. Mi
espíritu no me lo permitía. No me parecía justo.
4.
Pasar
por
la vereda
Resulta que once años después volví al
Cuzco, en mis vueltas que daba cuando estaba en diario Expreso.
Y me encuentro con el conjunto de maestros
de Cancharina, donde yo enseñé.
Venían caminando por la vereda.
Era sábado y estaban saliendo de alguna
reunión.
Yo recién había llegado. Todos al verme se
bajaron de la vereda.
Yo todavía me bajé más y dije:
– "Doctor Lechuga, su lugar es pasar
por la vereda. Y también de ustedes maestros que están acompañando al
director".
– "Aquí el único maestro eres tú,
Hernán", –me respondió el Dr. Lechuga.
– “Por favor”, –aduje yo.
– "¡Su lugar es ese!", –enfatizó.
5.
Ver
más
allá
Yo entonces respondí:
– "No me avergüence señor director,
¡incluso he salido expulsado de su colegio!".
– "No, Hernán. Tú ves más allá de lo
que vemos nosotros, y a través del alumno, que es lo excepcional”.
– “Por favor, doctor”.
– “Yo soy un pobre obediente –siguió
diciendo–, prácticamente un borrego del Ministerio de Educación Pública. No
tengo la capacidad que tienes tú”.
– “No diga eso, doctor”.
– “Porque mira, ese muchacho por el cual te
expulsamos ahora es un orgullo para el Cuzco. Acaba de ganar una beca
excepcional para Francia y ahora mismo está representando al Perú en la Bienal
de Sao Paulo en el Brasil”.
6.
Digno
de
ser maestro
– “Pero a usted le corresponde la vereda,
doctor”.
– “¿Cómo lo sabías tú cuando ese niño era
nadie? Así que, por favor, a ti te toca pasar por la vereda".
Y tuve que pasar por allí. Todos los
profesores no me dejaron pasar por la calle.
Hay honores que uno nunca siquiera lo puede
sospechar. Y que son los más auténticos con que la vida te puede premiar, que
resarcen todas las humillaciones, pero que son callados, escondidos y
solitarios como ese en una calle desértica del Cuzco.
Es que educar es tener plena conciencia de
lo que estás haciendo. Es formar a una persona para el porvenir.
También es asunto de mucho amor y de mucha
entrega, por eso no perdono al maestro que se refugia bajo el lema de:
"Trabajo poco porque gano poco".
7.
Maestro
toda
mi vida
Si crees que ganas poco –le digo desde
aquí– cámbiate de empleo u oficio, pero ponerle precio a la educación no es
digno de ser maestro.
Para ser maestro
hay que serlo de a verdad, y de alma. Hay que consagrarse totalmente al niño,
sino no eres maestro. No lo eres si no reconoces a Dios en el niño. Él es el
Dios y a él lo veneramos. Es su representación y su reflejo.
Para el maestro
no hay valor más grande que el niño. Mucho más que el ministerio, o las notas,
o el registro, o las actas, o que cualquier otro asunto. El niño es lo que más
importa. Y su destino, el mismo que tenemos que hacer que sea glorioso.
Por querer hacer
respetar eso es que a mí me expulsaron de la escuela. Pero siento el orgullo de
ser maestro toda mi vida, hasta cuando duermo. Y lo
seré después y más allá de cuando muera.
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