martes, 3 de agosto de 2021

3 de agosto. Día de la Planificación Familiar. / Mujer, madre y tierra natal.


3 DE AGOSTO
DÍA DE LA PLANIFICACIÓN FAMILIAR

MUJER,
MADRE Y
TIERRA NATAL

Danilo Sánchez Lihón





1. El
fogón

 

En el mundo andino decir mujer es al mismo tiempo decir madre, y es que desde que somos muy tiernos, o muy niños y niñas, en las mujercitas se les cultiva esta relación, haciendo que la niña de mayor edad cuide y se encargue, y hasta crie, al hermanito pequeño.

Por eso, el concepto de mujer en este ámbito es el de origen de la creación. Y es el de ser protector de la casa y de la familia. De allí que la mujer en el ámbito de la cultura andina aporte en darnos un vínculo firme y verdadero con la tierra y con la vida; con la naturaleza, la especie humana y el cosmos en general.

Es quien tiene un gran sentido de responsabilidad y organización, es quien alberga en su ser la esperanza y la fortaleza, el alivio y la compasión. Siendo el sentido de lo femenino muy presente en el mundo andino, como lo es la candela y el fogón familiar. Más cuando nos recogemos arrebujados de frío a su lar, que es cuando sentimos lo que es la madre y lo que es la mujer, y lo que es el mundo que nos vio nacer y nos cobija.

Que es lo mismo cuando llegamos de lejos con nuestras heridas abiertas, y con una muestra de llagas en el alma y el corazón. Que es cuando más sentimos a la mujer y a la madre y a la tierra que nos vio nacer. Lo dice César Vallejo a su madre antes de volver y pese a que ella ya está muerta:

Acomodando estoy mis desengaños y el rosado

de llaga de mis falsos trajines.

 



2. Los seres

vivientes

 

Concebir a la tierra como madre y cultivar una relación armoniosa con ella, es una de las grandes concepciones y nociones de la cosmovisión andina acerca de vida. Allí está y en ello radica la genialidad de un saber y de una filosofía práctica, no producto de la elucubración sino como síntesis de una intimidad natural, cordial, sincera y auténtica en la relación del hombre con la naturaleza, con los demás hombres y con el conjunto de seres vivientes. Y con todo lo que es el universo.

En cambio, en la concepción occidental y moderna a la mujer se la considera enfrentada y no aliada. Se las llama sexo opuesto y se las considera rivales y en competencia con nuestro poder. Así como a la naturaleza y a la tierra, que son lo distinto de la casa y el hogar. Y entonces se las daña y sobreexplota.

Podemos entonces por eso matar, contaminar y depredar el medio ambiente vital, y extraer de él despiadadamente todos los recursos disponibles que se nos pueda antojar extraer para vender y ganar. Y con ello se pueda acumular riqueza. Igual analogía de rivalidad establecemos con la mujer, en donde la correlación y el puesto de ella es si no de competidora de servicio y de explotación. Lo pésimo es concebir que somos aparte, que somos otra realidad, que ella es desligada y separada de lo que somos varón y mujer de modo esencial.

 


3. ¿Con qué

lecciones?

 

Felizmente, en el mundo andino tenemos nosotros otro modo de pensar y de ser. Otra concepción y manera de actuar, de acuerdo a lo que han ido decantando nuestras culturas ancestrales.

Y que nos enseñan no a vivir enfrentados, como si fuéramos opuestos y enemigos, siendo la naturaleza más bien complementaria y nuestro ser intrínseco, y como parte integrante de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu.

Esa concepción del mundo caló hondo, se insertó en el alma, en los huesos y en la genética de la especie humana en el mundo andino. ¿Cómo lo enseñaron? ¿Con qué lecciones, en qué escuelas y con qué maestros?

Lo inculcaron instruyendo en una relación solidaria y fecunda entre todos los hombres, en comunión con la naturaleza en la dimensión “munay”, que son los afectos; en la dimensión “yachay”, que es el pensamiento; y en la dimensión “llancay”, o dedicación al trabajo mediante el esfuerzo físico.

Entonces no se trata de oponernos a la naturaleza sino de vivir en armonía con ella, solidarios y hermanados con el agua, el sol, y la tierra, incluso adorándola y reverenciándola.

 

Fotos 1 y 3
Jaime Sánchez Lihón

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