En el mundo andino decir mujer es al mismo tiempo decir madre, y es que desde
que somos muy tiernos, o muy niños y niñas, en las mujercitas se les cultiva
esta relación, haciendo que la niña de mayor edad cuide y se encargue, y hasta
crie, al hermanito pequeño.
Por eso, el concepto de mujer en este ámbito es el de origen de la creación.
Y es el de ser protector de la casa y de la familia. De allí que la mujer en el
ámbito de la cultura andina aporte en darnos un vínculo firme y verdadero con
la tierra y con la vida; con la naturaleza, la especie humana y el cosmos en
general.
Es quien tiene un gran sentido de responsabilidad y organización, es
quien alberga en su ser la esperanza y la fortaleza, el alivio y la compasión.
Siendo el sentido de lo femenino muy presente en el mundo andino, como lo es la
candela y el fogón familiar. Más cuando nos recogemos arrebujados de frío a su
lar, que es cuando sentimos lo que es la madre y lo que es la mujer, y lo que
es el mundo que nos vio nacer y nos cobija.
Que es lo mismo cuando llegamos de lejos con nuestras heridas abiertas,
y con una muestra de llagas en el alma y el corazón. Que es cuando más sentimos
a la mujer y a la madre y a la tierra que nos vio nacer. Lo dice César Vallejo
a su madre antes de volver y pese a que ella ya está muerta:
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.
2. Los seres
vivientes
Concebir a la tierra como madre y cultivar una relación armoniosa con
ella, es una de las grandes concepciones y nociones de la cosmovisión andina
acerca de vida. Allí está y en ello radica la genialidad de un saber y de una
filosofía práctica, no producto de la elucubración sino como síntesis de una intimidad
natural, cordial, sincera y auténtica en la relación del hombre con la
naturaleza, con los demás hombres y con el conjunto de seres vivientes. Y con
todo lo que es el universo.
En cambio, en la concepción occidental y moderna a la mujer se la
considera enfrentada y no aliada. Se las llama sexo opuesto y se las considera rivales
y en competencia con nuestro poder. Así como a la naturaleza y a la tierra, que
son lo distinto de la casa y el hogar. Y entonces se las daña y sobreexplota.
Podemos entonces por eso matar, contaminar y depredar el medio ambiente
vital, y extraer de él despiadadamente todos los recursos disponibles que se nos
pueda antojar extraer para vender y ganar. Y con ello se pueda acumular
riqueza. Igual analogía de rivalidad establecemos con la mujer, en donde la
correlación y el puesto de ella es si no de competidora de servicio y de
explotación. Lo pésimo es concebir que somos aparte, que somos otra realidad,
que ella es desligada y separada de lo que somos varón y mujer de modo esencial.
3. ¿Con qué
lecciones?
Felizmente, en el mundo andino tenemos nosotros otro modo de pensar y de
ser. Otra concepción y manera de actuar, de acuerdo a lo que han ido decantando
nuestras culturas ancestrales.
Y que nos enseñan no a vivir enfrentados, como si fuéramos opuestos y enemigos,
siendo la naturaleza más bien complementaria y nuestro ser intrínseco, y como parte
integrante de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu.
Esa concepción del mundo caló hondo, se insertó en el alma, en los
huesos y en la genética de la especie humana en el mundo andino. ¿Cómo lo enseñaron?
¿Con qué lecciones, en qué escuelas y con qué
maestros?
Lo inculcaron instruyendo en una relación solidaria y fecunda entre
todos los hombres, en comunión con la naturaleza en la dimensión “munay”, que
son los afectos; en la dimensión “yachay”, que es el pensamiento; y en la
dimensión “llancay”, o dedicación al trabajo mediante el esfuerzo físico.
Entonces no se trata de oponernos a la naturaleza sino de vivir en
armonía con ella, solidarios y hermanados con el agua, el sol, y la tierra, incluso
adorándola y reverenciándola.
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