Alfonso Ugarte tenía 32 años cuando se desató el
conflicto que enfrentó al Perú y Bolivia con Chile en el año 1879. Había nacido
en Tarapacá el 2 de agosto del año 1847, siendo un empresario y hombre de
negocios eficaz, dedicado a la comercialización del salitre, y como tal un
personaje acaudalado que anhelaba que el transcurrir de los días fueran
tranquilos, laboriosos y útiles.
Estaba a punto de emprender un viaje de vacaciones a
Europa cuando redoblaron los tambores y resonaron los clarines de guerra. Y se develó
el rostro sangriento de los días por venir, cuando el 4 de abril del año 1879,
Chile declaró la guerra a Bolivia y al Perú.
Ante estos sucesos Alfonso Ugarte canceló su viaje y
se quedó a afrontar la situación por la cual iba a atravesar su patria. No
buscó un pretexto ni subterfugio para eximirse del compromiso y del más duro de
los trabajos, cuál fue el fragor y la turbulencia de la contienda. No eludió
después su propio holocausto, el 7 de junio de 1880 en la defensa del Morro de
Arica, portando la bandera y alentando a sus soldados.
2. Discernir
lo bueno
Pasó así de ser un hombre próspero a ser un aprendiz
en la milicia. De ser una persona atildada y elegante se convirtió en un peón y
un artesano de vituallas. De su refinamiento de hombre de mundo, pasó
abruptamente a asumir su preparación como soldado.
Y pronto se convirtió en un guerrero insigne y en un
héroe proverbial y legendario, quien tiene un pedestal de honor en nuestra
emoción y pensamiento de hombres libres.
Al abrazar la causa a la cual se adhiere lo hizo no solo
como peruano, sino como un representante de la especie humana, esclarecida e íntegra;
consciente de que defiende principios sacrosantos.
No era su motivación el botín ni las prebendas que iba
a arranchar sino respaldar verdades sacrosantas e ineludibles e irrenunciables
para todo ciudadano. Y hasta para todo ser viviente que depone todo a fin de
asumir un deber básico, cuál es: resguardar la vida, la tierra de sus
ancestros, y a sus seres queridos.
3. Porque
cabe anhelar
Y en esa misión afrontan la guerra, distinto a quienes
la emprendieron como negocio, enriquecimiento ilícito y rapiña.
Él se subleva y deja su condición de hijo o padre de
familia por una razón moral simple, por una ética imperativa e inaplazable, por
una motivación venerable cuál es: defender fundamentos humanos inviolables.
Y todo fue así porque tenía fuego sagrado en el alma,
de eso estaba hecho.
Porque cabe anhelar que todos los seres de nuestra
especie seamos personas que disciernen entre lo bueno y lo malo. Y deciden por
lo primero. Y que elijamos ser entre hienas o pastores aquellos que defienden a
su comunidad.
Rebelarse contra lo que es bestial, injusto y abusivo,
es noble y alturado; actitud que cabría esperarla incluso de las especies
primarias. Y de los propios y ocasionales adversarios o enemigos.
4. Donó
su vida
Ante tal circunstancia no resuelta, es que Alfonso
Ugarte no dijo: me voy, mi viaje estaba planificado desde antes. No dice: desde
allá es posible que ayude mejor.
Y no es que solo avitualló un ejército con su peculio,
sino que donó su vida a su terruño. No es que puso toda su riqueza a favor de
su país, sino que donó su espíritu, su paz, sus negocios, sus amistades y su
último latido.
Puso a disposición del movimiento de resistencia sus
contactos, sus relaciones sociales y de empresa. E involucró a sus trabajadores
y a sus clientes. Y a su propia familia. ¡Y es que tenía excelso y fuego sagrado
en el alma!
Sus amigos pasaron a ser oficiales del Batallón
Iquique N.º 1 que organizó en base a obreros y artesanos de esa ciudad. Y que
él mantuvo con su propio peculio todo el tiempo, hasta la hecatombe de El Morro
de Arica.
5. Cariños
hondos
Había sido elegido alcalde del puerto de Iquique el
año 1876. Allí dirige una empresa que tenía agencias y sucursales en otras
ciudades de América y Europa. Pero no se valió de este pretexto para buscar un
subterfugio, diciendo: soy ciudadano del mundo; alegando no reconocer ideas
limitadas de Patria.
No. No asumió el cinismo de decir: soy de acá y soy de
allá. Él defendía cariños hondos como amores entrañables y consumados. Para
salvaguardar ese tesoro del alma financió un batallón bajo su propia cuenta y
riesgo.
Y no es que dijera “hasta aquí llegó mi cuota”. Aunque
con solo asumir ese compromiso ya su acción resulta extraordinaria, gigantesca
y ejemplar.
No. Él estuvo en el centro de todas las batallas. Y
entregó su vida luchando. Y es que tenía excelso fuego sagrado en el alma.
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