16 DE
SEPTIEMBRE
PLAN LECTOR. HOJAS AL VIENTO
EL ESPANTAPÁJAROS
QUE
HABITA EN EL PARAÍSO
DE
LOS PÁJAROS
Dibujo: Valeria Gutiérrez Sánchez
Danilo
Sánchez Lihón
1. ¿Quién
soy?
– Eres realmente feo, tal y como
yo quería que fueras, para que así ningún animal que vuela se acerque ni coma
de mis sembríos.
–
Pero, amo, me siento triste con este aspecto. Siendo así yo mismo me doy pena. Mejórame
un poco, papá.
–
No, no, no. Yo
quiero un espantapájaros horrendo, que ahuyente a las aves y a la gente que
ronda por estos lugares.
– Papá, no te pido que me hagas
hermoso, pero por lo menos hazme común y corriente.
– Ya estás hecho. Y si pudiera
hacerte más feo no dudes que lo haría.
– ¿Qué haré entonces?
– Ahuyentar a las aves. ¡Espantarlas
a que se vayan! Que ni los cuervos más atrevidos, ni las alimañas más
insolentes del bosque puedan acercarse ni coger de mis cultivos.
2. Las aves
huyen
– Papacito, todo es bello a mi
alrededor, todo florece y es precioso. ¿Por qué yo he de ser deforme y malo?
– Porque ese es tu destino. Para
eso has sido hecho. Como el mío es ser rico y poderoso.
– Entonces, ¿cuál será mi
suerte, papá?
– Hacer que cunda el miedo con
el movimiento de tus brazos. Que pájaros de toda laya se vayan a otro lado. Que
se larguen a comer de otras haciendas.
Y, así, se despidió el amo. Y
estaba en lo cierto. Al ver al espantapájaros las aves huyeron hacia otros
parajes.
Sin embargo, el espantapájaros
batía sus brazos diciéndoles:
– ¡No se vayan, amigos, no se
vayan! ¡Yo no soy malo! ¡Yo no soy malo!
3. Solo
y triste
Al verlo comportarse de ese
modo, más huían las aves pensando que los amenazaba con los gestos de sus
inmensos brazos.
El espantapájaros se sentía solo y triste. Ni siquiera
podía dar un paso porque sus pies estaban enterrados entre las piedras.
Un día pasó el amo montado en su lustroso caballo blanco,
y se rio de buena gana:
– Ja, ja, ja, ja, ja. Verdaderamente eres feo, y hasta
horrendo. –Le dijo, mirándole de arriba para abajo.
– Pero amo... yo me siento triste.
– No, no, no. Yo sí estoy contento contigo, y
satisfecho de tu trabajo. Porque mira, siendo tú así ¡ya nadie se acerca a mis
campos!
– No me siento bien con este aspecto y siendo de este
modo, papá.
– Así como eres estás bien; de lo contrario... ¡te
mataría!
4. Llegó
un día
Esto estremeció al espantapájaros, que no respondió
nada. Prefirió callar. Ni siquiera quiso que su amo viera las lágrimas que se
empozaron en sus ojos, que rodaron calladamente por sus mejillas y se
deslizaron por sus andrajos. Aquel que lo había hecho lo mataría, ¿por no
querer ser malo?
Un arroyo, que rumoreaba a las flores sus encantos, lo
consoló con su suave arrullo.
Pero llegó un día en que un gavilán pasó por lo alto
del cielo llevando entre sus garras a un pichoncito.
Era la cría de una indefensa paloma. Había destrozado
su nido en las ramas de un árbol, y lo llevaba a lo alto de una peña para
devorarlo.
– ¡Hey!, ¡suelta al pajarillo! –Gritó el
espantapájaros con voz tronante y agitando sus brazos.
El gavilán se asustó. Y soltó a la avecilla.
5. A
partir
de entonces
Esta, cayó y cayó dando tumbos.
El espantapájaros se estiró cuanto pudo y en sus dedos
de viejo trapo amparó a la pobrecilla.
Y rápidamente la escondió dentro de su pecho.
El gavilán furioso empezó a atacarle, destrozándole la
camisa en busca de su presa. Esparció la paja y los trapos de que estaba hecho.
A picotazos le destrozó la barriga, y después la espalda.
La cólera del agresor le producía dolores horribles. Pero
cada vez que arremetía con más furia el espantapájaros escondía más al
pichoncito.
El gavilán ya cansado se fue.
A partir de entonces, el espantapájaros se dedicó a
cuidar a la avecilla. Y no pasaron muchos días en que ya revoloteaba a su lado.
6. Sed
fuertes
Y así fue creciendo.
Pronto el pichón ya saltaba por la hierba, feliz y
lozano.
Y cada vez volaba más y más lejos, pero siempre volvía
a guarecerse en el pecho del espantapájaros que lo acogía con cariño.
Y cada vez que volvía con él venían otras avecillas. Después de retozar aquí y allá se iban.
Cuando emprendían el regreso, el espantapájaros les
decía:
– Coged y llevad cuanto les plazca. Aquí los frutos se
pudren sin ser cogidos de los árboles ni de las espigas. Aliméntense cuanto
puedan y sean fuertes y sanos. ¡Llevad, llevad!
Las aves pronto volvieron a poblar estos paisajes,
retozando con sus vuelos por toda la campiña.
7. ¿Qué
ocurre?
Un día, pasó el patrón y vio con espanto lo que
ocurría ante sus ojos:
Bandadas de gorriones, jilgueros y torcazas
sobrevolaban en sus sementeras.
Deteniendo bruscamente su caballo ante el
espantapájaros le increpó con voz de fuego y rabia tremenda:
– ¡Oye! ¡Tal por cuál! Dime, ¡qué espectáculo es este!
¿Por qué han invadido mis campos otra vez las aves?
– Amo, es que...
– ¿Qué ocurre con tu trabajo? ¿Para qué yo te he
puesto en este sitio? ¿Ah?
Dos fuetazos cruzaron por el rostro del espantapájaros
que nublaron su visión por un rato.
8. En ese
instante
– Mañana volveré y cuidado que encuentre a uno solo de
estos bichos y alimañas. Si eso ocurriera, ¡entonces ya verás lo que te pasa!
El Espantapájaros no contestó. No dijo nada a su amo.
Ni tampoco quiso causar inquietud diciendo algo a los
pájaros.
Y como lo advirtió, el dueño volvió al otro día. Y vio
que nada había cambiado respecto al día anterior. Que todo estaba igual.
Furioso cogió una vara larga y empezó a golpear al
espantapájaros en la cara, en el pecho y en la espalda.
Fue en ese instante que salió volando el pichoncito
que se cobijaba entre sus brazos, en el fondo del corazón del espantapájaros.
– ¡Ah! ¡Traidor! ¡Malagradecido!
– Pero ¡amo! ¡Papá!
9. Detrás
de él
– Yo te hice. Yo te creé. ¡Y te puse en este lugar
para que cumplieras bien tu trabajo! ¡Y mira cuál es el pago y la recompensa
que me das!
– Es que…
– Te mandé que ahuyentaras a las aves, ¡y no que las
criaras! Si no sirves para nada, entonces acabaré contigo.
Y se fue galopando furioso hasta desaparecer.
Al rato regresó con varios peones de su hacienda a
quienes ordenó que desclavaran las patas de madera del espantapájaros,
enterradas entre las piedras.
Puesto ya fuera y tendido en el campo verde cuan largo
era, ordenó que lo cargaran y fueran detrás de él, que iba adelante montado en
su lustroso caballo blanco.
10. Rumbo
al cielo
Lo llevaron primero por un camino serpenteante. Pero
luego empezaron a subir hacia una alta montaña. El espantapájaros aún
respiraba. Y se removía de dolor.
El amo iba rojo, bufando y congestionado por la ira.
Llegaron hasta la cima del monte. Descansaron, dejando
el cuerpo malherido al borde del precipicio. El amo entonces ordenó:
– ¡Arrójenlo! ¡Láncenlo! ¡Tírenlo abajo!
Y teniendo que obedecer, lo impulsaron al abismo.
Mientras caía, todas las aves que se habían reunido a
cierta altura salieron presurosas y lo sostuvieron estremecidas con sus picos y
sus alas.
Y entre todas juntas lo llevaron rumbo al cielo, en
donde habita como el único espantapájaros quien hasta ahora ha entrado al
paraíso de los pájaros.
Los
textos anteriores pueden ser
reproducidos,
publicados y difundidos
citando
autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo
Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San
Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí:
capulivallejoysutierra@gmail.com
*****
DIRECCIÓN EN
FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
*****
Teléfonos:
393-5196
/ 99773-9575
Si no
desea seguir recibiendo estos envíos
le
rogamos, por favor, hacérnoslo saber.

No hay comentarios:
Publicar un comentario