jueves, 19 de septiembre de 2019

21 de septiembre. Día de la Paz.


21 DE SEPTIEMBRE
DÍA DE LA PAZ


Perfil de cerros en Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

LA PAZ
Y SOLIDARIDAD
DEL MUNDO ANDINO


Danilo Sánchez Lihón


“quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón”
César Vallejo


1. De buena
vecindad

En mi escuela mis maestros nos inculcaron el sentido de integración y hermandad con los pueblos de América y el mundo. Y esto más por ser el Perú geopolíticamente un país eje y centro en América del Sur. Por eso con toda emoción y vigor en la explanada de tierra de mi plantel escolar entonábamos fervientes y con voces límpidas aquella canción que dice:
Un canto de amistad, de buena vecindad,
unidos nos tendrá eternamente.
Por nuestra libertad, por nuestra lealtad
debemos de vivir gloriosamente.
Un símbolo de paz alumbrará el vivir
de todo el continente americano.
Fuerza de optimismo, fuerza de hermandad
será este canto de buena vecindad.
Argentina, Brasil y Bolivia,
Colombia, Chile y Ecuador,
Uruguay, Paraguay, Venezuela,
Guatemala y El Salvador.
Costa Rica, Haití y Nicaragua,
Cuba, Honduras y Panamá,
Norteamérica, México y Perú,
Santo Domingo y Canadá.
¡Son hermanos soberanos de la libertad!
¡Son hermanos soberanos de la libertad!

2. Asumir
nuestra identidad

Ya en el colegio y en la Educación Secundaria aprendimos que el mundo andino es cultura de solidaridad, y consecuentemente de paz en armonía con el acendrado sentido de comunidad, que aquí entre nosotros alcanzó a desarrollarse.
Y se hizo hasta el punto de ser no solo política de estado sino de hacerse gesta y epopeya diaria en la construcción de andenes sobre los precipicios y de ciudades asombrosas en la cresta y en lo más empinado de las cordilleras.
Y este espíritu comunitario se da asociado y en coherencia con otro rasgo peculiar del mundo andino, cuál es la soledad como entelequia. Pero la verdadera soledad que no tiene el contenido adverso de aislamiento e incapacidad, sino más bien de autonomía, naturaleza fecunda y creativa, y la ocasión y posibilidad de conocer y asumir nuestra identidad y destino personal y colectivo.
Porque la soledad existencialmente es necesaria a fin de saber quiénes somos hacia adentro, como lo es también para situarnos con firmeza frente al panorama exterior vasto e infinito, alentando un sueño y un ideal que me defina y haga un ser verdadero.

3. Auténticos
y plenos

Reconociendo y valorando a la vez que el mundo andino no es apretujado ni congestionado, como es la trama peculiar y el trasfondo de la sociedad contemporánea, sino al contrario: es abierto, vasto e inconmensurable.
Tampoco es de índole y característica que lo emparente con la masificación, fenómeno contrario a la esencia de lo que es la solidaridad, sino en donde cada quien alcanza a modular su propia voz, a sentirse íntimo, peculiar y entrañable.
De allí que todo lo andino es reconocerse recóndito y secreto, pero a la vez palmario e ilimitado, dando lugar a una toma de conciencia trascendente acerca de los distintos aspectos de la realidad.
Como todo en él es integrador, de manos y brazos extendidos, de un sentido claro y sencillo acerca de lo humano y lo divino, tal cual es la naturaleza; y de signo totalizador, tal cual es la creación de la vida.
Condiciona a la vez a la consideración de sentirse únicos, auténticos y plenos, como personas humanas. Alumbrado todo ello desde una conciencia personal que supera lo contingente, lo individual y el predominio del ego, alentando el espíritu de solidaridad.


4. Íntegras
o sabias

¿No es digno entonces de tomarse en cuenta este desafío del hombre andino ante tanto absoluto de los espacios inconmensurables de la piedra impenitente y del abismo que separa y que se impone como soledad, y que gracias a la acción humana es tornado y convertido todo ello con los andenes, los puentes y caminos, trasformados valerosamente en solidaridad?
Porque en las punas hieráticas y en las montañas inhiestas tenemos no solamente la sensación sino la evidencia de cómo el hombre andino afronta y la supera de manera tan directa entonando el canto de lo que es mancomunado, pero sin perturbar sino haciéndola fecunda la soledad.
Y de cómo la insume y la incorpora dentro de lo que es su sentir, su pensar y su vivir, de cómo la asimila en su expresión y su cultura decantada en hermandad.
¡De cómo convierte la soledad en solidaridad!, sin excluirla sino depurando su carácter excluyente, pero sin que deje de ser venturosa y promisoria incluso en el dolor.
Este asunto podría haber sido demoledor para culturas débiles, o menos profundas y consistentes, o menos íntegras o sabias ante la soledad de lo sumido y encumbrado que aquí se lo troca en proeza de afirmación, en realización contumaz y asombrosa, y en himno de hermandad.


Niña del mundo andino. Foto Jaime Sánchez Lihón

5. Relación
con lo cósmico

Sin embargo, aquí ante la vastedad, lo absoluto y vertical, pasando de lo inhóspito a lo propicio y de lo abrupto a lo tierno, se corrige; sean los rigores del medio circundante y todo lo despiadado y cruel que pudiera tener la soledad, con el clarín de la solidaridad.
Y, en este como en otros aspectos haciéndonos fuertes, austeros y fraternos. Y asumiendo la vida como una manifestación de la heroicidad. Y tanto es así en el hombre andino que este se convierte en un ser que trabaja con estas categorías y elementos; como con otros, para transformarlos y convertirlos en esencias y valores, y con ellos para modificar la historia.
En el caso de la soledad para hacerla solidaridad, como en el caso de una geografía accidentada haciéndola andenes, y con ello graderías en todo lo que es terreno empinado.  Como también en relación con lo cósmico e inconmensurable, con la luna, el sol y las estrellas, que finalmente se lo ha incorporado a su concepción cotidiana del mundo y de la vida.
Todos estos retos y desafíos, que son absolutos existenciales, el hombre andino los ha asimilado y los ha puesto al servicio de su manera de sentir y pensar naturales. Y los resume en una actitud de solidaridad.

6. El lado
opuesto

Dentro de esta perspectiva un factor y presencia que conmueve mucho en este ámbito es el candor y la inocencia como resultado de esta confrontación y asimilación entre el mundo anímico y el espacio exterior, hecho distinto y en contraste con la mala intención, la argucia y la codicia.
Así como, igualmente, la manifestación de la ternura como práctica en el trato comunitario, en contraste con aquello que tanto daño hace desde el lado opuesto, cuál es el abuso, la desigualdad, la indiferencia.
Basta mencionar estos aspectos para concluir que entonces, y acaso, ¿no es grandioso? ¿No es excelso? Y especialmente habiendo puesto como práctica inherente a los hombres y a los pueblos la solidaridad ante todo lo que es intrincado y fragoroso.
Frente a las montañas escabrosas, y a lo que es la apariencia física de nuestro medio ambiente vital abrupto y desértico, inaccesible y accidentado, cerril e impenetrable, solo cabe como respuesta la solidaridad.
Porque, la pregunta que surge es: ¿cómo ante una realidad tan físicamente hosca y hostil, intrincada y tortuosa, puede dar lugar a voces tan entrañablemente tiernas, finas y crédulas como son las que aquí surgieron en el teatro, la música y la poesía?

7. Mujer
niña y madre

Dentro de esa fragosidad, muy pocas culturas tienen el privilegio de mostrar una ternura tan honda y acrisolada, como es la cultura andina. Ternura representada en la mujer niña y madre. Matriz en la acepción no biológica de procrear sino de amparar, adoptar y proteger.
Maternidad que acuna y resguarda la vida y la sostiene entre tanto abismo, fosa telúrica y huecos negros cósmicos que nos acosan. Porque el precipicio de los andes no sólo está hacia abajo sino, y, sobre todo, hacia arriba y hacia adentro. Y como tal es más hondo, desolador e inacabable.
Por eso, “un canto de amistad de buena vecindad” que reza como lema la canción que entonábamos pletóricos en el patio escolar mirando los geranios de las macetas en flor colgadas de los pilares del corredor y puestas en las gradas de la escalera, como las malvas de pétalos blancos en lo alto de los muros y que sobresalen de entre las tejas, símbolo de lo que nos cabe alentar hacia el porvenir.
Para rematar en la estrofa que dice que somos por ello “hermanos soberanos de la libertad”, y que es aquello que el mundo andino lo ha cultivado siempre para finalmente representar el sentido de paz y solidaridad, plenos en el universo.


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