24 DE
SEPTIEMBRE
DÍA DE LAS FUERZAS
ARMADAS
UN
EJÉRCITO
DE ABIGARRADAS
BAYETAS
Danilo Sánchez Lihón
El repaso del ejército chileno, matando a los heridos en el campo de batalla.
…soldado del tallo,
filósofo del grano,
mecánico del sueño.
César Vallejo
1. Noticias
de un crimen
Las
razones de la guerra declarada por Chile al Perú el 5 de abril del año 1879, donde
escribiera nuestro ejército páginas gloriosas, el apóstol cubano y alma límpida
de América José Martí trata de dilucidarlas en su Cuaderno N° 13 (Tomo 21 de sus
Obras Completas, edición cubana), expresándose así:
“El primer movimiento al tener noticias de un
crimen es rechazarlo. Y una vez creído es explicarlo, si cabe…”
Es
por eso que dedica la mayor atención a la lectura del libro Historia de la
Guerra del Pacífico, del autor chileno Diego Barrós Arana, en donde se trata de
exponer y justificar los motivos de Chile para declarar la guerra al Perú,
invadir Lima y ocupar el territorio nacional. José Martí entonces comenta:
“Yo entré a leer este libro con una generosa
creencia (prevención) de que, aunque las razones de abnegación y sentimiento
pudiesen estar de parte del Perú, las razones prácticas a lo menos estarían de
parte de Chile. Porque sólo se concibe lo racional, en tanto no se palpa lo
monstruoso...”
Para
concluir, después de discernir al detalle uno y otro asunto, uno y otro motivo
y uno y otro movimiento de la diplomacia y de los gobiernos, en el siguiente
enunciado y anotación categórica:
“Niego a Chile el derecho de declarar la guerra
al Perú”.
2. El fuego
de Dios
Y
establecer en su análisis José Martí, como razón y motivo de Chile para iniciar
esta contienda, continuarla y ensañarse después, como móvil, causa y elemento
motivador, el siguiente:
“(el) odio misterioso e
implacable: el odio del que envidia una superioridad de espíritu y una largueza
de corazón que no posee.
Esas
son las únicas razones, el odio y la envidia, que encuentra evidentes y
tangibles en su reflexión y análisis como factores que movilizaron a todo ese
país, sin atenuantes, a desencadenar una guerra. El odio y la envidia que son
impulsos ciegos, atávicos y bárbaros, y que ciertamente por el comportamiento
de su ejército y su diplomacia, se los ve inocultables y relucen a la luz del
día en toda circunstancia de esta contienda: el odio y la envidia.
Y
continúa el apóstol:
El odio del que no inspiraba simpatías hacia el
que las inspira. El odio del mezquino al generoso”.
Y
lanza, como apotegma, las siguientes frases:
“…pueblos de América merecen ser quemados por el
fuego de Dios si vienen a guerra! y por dineros! y por minas! y por cuestión de
pan y bolsa! Oh! que fuera la ira, látigo que flagelase, o barrera que cercase…
al hermano traidor! Traidor a su dogma de hombre, y a su dogma de pueblo
americano!...”
3. Un registro
curioso
Sí,
el odio y la envidia. El odio es bajeza, y la envidia se traduce en codicia que
la mostraron palmariamente al llevarse en bienes todo lo que pudieron. Y lo que
no podían llevar lo destruían, como fábricas y trapiches, Se quemaron haciendas
y se mató al ganado que no se podían llevar.
Pero
hay otro factor que el prócer cubano no lo podía saber, y cuál es: la extrañeza
de ser ajenos a nuestro continente, de pertenecer quizá a Europa, como se
ufanan en pensarlo, sentirlo y decirlo.
Como
lo hacen ya sin rubor y hasta con oculto orgullo la gran mayoría de ciudadanos
de ese país.
Cuya
filiación más la quieren establecer, o la establecen con el Viejo Mundo. Y se
autoproclaman ser los ingleses de América. E imitan todo de los alemanes. Viejo
mundo del cual extraen todos sus modelos, incluso este, el de la guerra.
Que
allá es una tradición por ser un continente mísero, que siempre han estado en
conflicto para arrancharse lo que sea.
Ellos
quieren hacer las mismas acciones que se hacen en Europa, de allí que hay un registro curioso, y es este:
4. ¡Y eso
somos!
Cuando
llegaron algunos prisioneros de guerra después de la batalla de Arica el
periodista chileno Vicuña Mackenna se molestó de no encontrar a soldados
blancos, altos y garridos entre los derrotados. Esto le perturbó mucho. Fue una
decepción que hirió mucho su orgullo.
Y le incomoda no reconocer entre los sangrantes contusos a gladiadores romanos hechos y derechos, aunque vencidos. ¡Y, sobre todo, apuestos, como él los hubiera deseado y querido! Es decir: ¡blancos!
Y le incomoda no reconocer entre los sangrantes contusos a gladiadores romanos hechos y derechos, aunque vencidos. ¡Y, sobre todo, apuestos, como él los hubiera deseado y querido! Es decir: ¡blancos!
Y escribió la siguiente frase
improvisada pero lacerante y plena de un hondo y supremo sentido. Significación
y concepto el mismo que indudablemente no le pertenece en absoluto a quien la
profirió, al decir que los despojos de nuestro ejército eran:
Una
gavilla desordenada de abigarradas bayetas.
El
sentido que no le pertenece es el de la identidad que representan y que él
jamás alcanzará a entender.
Porque,
¡qué homenaje dentro de la iniquidad, la infamia y la vileza encierra esta
frase! Porque eso éramos ¡y eso somos! para honra y gloria nuestra:
¡abigarradas bayetas! A nosotros a quienes no enorgullecen las botas, ni los
cascos ni las pistolas.
5. Era
y será siempre
Porque
bayeta, niño, es el tejido indio, la trama amorosa de los telares artesanales y
rústicos, y de lo cual se hace las prendas de vestir en el campo, los pantalones
y las camisas, bajo los techos que nos cobijan bajo los cielos anubarrados o
radiantes, o bajo las descargas de rayos y truenos lluvias inclementes. Y los
trajes de las mujeres.
Por
eso, la bayeta tiene todo el sabor de lo aldeano, hogareño y de lo noble, de lo
rural y prístino, de lo franco y amoroso. Por eso la vestimenta de quienes
defendían nuestra tierra amada era de suave perla, de un blanco mate como el de
los duraznos en flor.
De
bayeta era nuestro uniforme blanco, del color de las espigas, de los campos
cultivados, de los trigales y del pan. Del color de los seres buenos. No es un
uniforme en realidad de gendarmes, de tropas o de reclutas. Es más bien un
saludo al pan, al trigo y a la harina.
Es
más bien el vestido de los danzantes de marinera, o de los cargadores de las
andas de una procesión, o el de una cuadrilla de aldeanos que van a cumplir una
faena comunal.
6. la razón
profunda
Y
ciertamente, no eran soldados. Vicuña Mackenna utilizó la palabra gavilla que
ciertamente evoca al trigo, a la mies y al pan. Quizá sí gavilla como aquella
que se alza en la parva juntando los tallos del trigo con sus espigas para
extraer los frutos que van a las ollas y se sirven a las mesas.
Ese
ejército no eran soldados, eran peones y trabajadores de las comarcas, aldeas y
los villorrios; eran obreros, artesanos, estudiantes y maestros. Era y será
siempre nuestro ejército: hombres humanos y no perros de presa.
Aquél,
que para su orgullo quería un ejército de blancos derrotados, fue un desengaño
encontrar que eran indios.
Por
eso, ellos jamás comprenderán con quiénes luchaban. Lo hacían con un país
sublime y misterioso. Un país al cual solo se lo puede amar. ¡Y comprender
amándolo!
Y acierta
totalmente el apóstol cubano cuando esboza como la razón profunda de esta
guerra la envidia.
7. pleno
de
generosidad
Quien
al analizar las razones y motivos de esta guerra se inclinó por defender y
solidarizarse con el Perú de esta agresión.
Denunciando
en su momento que el motivo era el odio y la envidia a un país y a una cultura
excelsa, aunque empobrecida por la rapiña foránea.
Siento
y sé que es así. Cuando viajamos a Santiago de Chuco, en el marco del movimiento
cultural Capulí, Vallejo y su Tierra, ocurre que los ciudadanos de aquel país
que asisten al certamen, se conturban de lo que ven.
No
se explican el milagro de un pueblo cariñoso, sin resentimientos y pleno de generosidad. Y entonces guardan silencio.
Anonadados
de comprobar un pueblo sufrido pero generoso, lastimado pero cariñoso. Una
población sencilla y a la vez excelsa, empobrecida pero fraterna.
Y
que no ha perdido ni su inocencia ni su humanidad. Y se espantan que así sea
pese a la iniquidad con que se lo ha tratado y que se ha cernido y se cierne
sobre ellos.
Un
pueblo que esconde en el fondo de su ser un tesoro inextinguible.
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