sábado, 28 de septiembre de 2019

28 de septiembre. Se crea la Escuela de Bellas Artes de Lima.


28 DE SEPTIEMBRE
SE CREA LA ESCUELA DE BELLAS ARTES
DE LIMA, 1918



Imagen externa de la Escuela de Bellas Artes de Lima


PINTOR DE
LIRIOS, NUBES
Y TEJADOS


Danilo Sánchez Lihón


En mostazas amarillas
copia su tono el poniente.
Felipe Arias Larreta


1. Entre
los más valientes

– ¡Quién dibujó esto!
Gritó el pintor José Sabogal, temible por su carácter violento, arrogante y soberbio, a más de sus decisiones que eran estallidos radicales y tajantes, quien no consentía mediocridades de ningún tipo, creador máximo de la corriente indigenista en la pintura peruana y director legendario de la Escuela Superior de Bellas Artes del Perú.
– ¡Quién dibujó esto! ¬–Volvió a tronar en tono más imperativo que antes desde las afueras de la oficina de la Dirección General, situada en el primer piso de la vieja casona colonial de la cuadra 6 de la calle Ancash, en los Barrios Altos de Lima.
Y gritaba más aún. Como nadie aparecía, sino que más bien los alumnos se escondían yendo a refugiarse hasta detrás de los armarios, él salió al centro del patio para que escucharan mejor desde el segundo y tercer piso del vetusto edificio.
Sin embargo, los corredores habían quedado desiertos de gente, temerosa de ser el objeto de la ira del maestro.

Retrato de César Vallejo, de Agustín Rojas

2. Y
le dijo

Entonces volvió a clamar:
– ¿Me oyen? ¿Me escuchan? ¡Hablo claro, o qué! ¡Pregunto! ¡Quién dibujó esto!
Y blande la cartulina en donde está la pintura motivo de su ira.
Poco a poco empiezan a asomarse unos cuantos estudiantes, entre los más valientes a los corredores del segundo y tercer piso:
– Yo no he sido profesor.
– ¡Yo tampoco!
– Yo, menos, maestro.
– No es mi dibujo, director.
– Tampoco es obra mía.
– ¡Entonces de quién! –Vocifera.
Armando Villegas, quien ahora es considerado entre los grandes pintores colombianos, pero que nació en Pomabamba, en Ancash, Perú, y se formó entre nosotros, quien ha recibido los máximos elogios nada menos que de Gabriel García Márquez, corrió donde estaba Agustín Rojas y le dijo:
– ¡Oye hermano! Es tu dibujo. Es tu dibujo el que blande en sus manos el director.
– ¿Sí?

La casa de mi abuela Sofía. Pintura de Agustín Rojas

3. ¡Aquí
está!

– ¡Es tuyo! ¡Te fregaste Agustín! ¡Porque sigue gritando quién lo hizo!
– Tienes que declarar que tú lo has hecho. –Se acercó a decirle otro.
– Pero, ¡qué has dibujado ahí, hermanito! ¡Ahora de repente a todos nos castiga!
– No he hecho nada. Yo no he ofendido a nadie. Soy inocente.
– ¡Anda, dile eso, aunque te expulse!
– ¡Pero, de una vez anda! Es mejor que bajes.
Y se asomó al balaustre del corredor y vio hacia abajo que, ciertamente, por los colores y la silueta reconoció que era su dibujo. Como notaron inmediatamente la escena de quién era el culpable de tanta ira, señalaron como si hubieran cazado a un conejo.
– ¡Aquí está el alumno, profesor!
– ¡Aquí está quien lo hizo!, señor director.
– ¡Que baje!
Y todos dieron un suspiro de alivio. Y los ánimos volvieron a la calma. ¡Ya había otra víctima que pagaría caro su atrevimiento! ¿Cuál o quién era ese?

Calas de los jaridines de Santiago de Chuco. Pintura de Agustín Rojas.

4. ¿De dónde
es usted?

Agustín Rojas bajaba como alma en pena las escaleras anchas que daban vueltas en cada esquina. Recordaba, al hacer su cuadro, que quiso ser libre dando rienda suelta a su emoción estética. Y había pintado tal y como le vino en gana. ¿Y era eso lo que estaba motivando tanto enojo y escándalo?
Recorrió paso a paso los corredores bajo la mirada compasiva de estudiantes, empleados y personal administrativo que se asomaba para ver pasar a ese pobre muchacho provinciano venido de un pueblito del norte del Perú llamado Santiago de Chuco.
Otros apenas se atrevían a mirar asomados a las ventanas. Pues no vaya a comprometerlos. Bajó los últimos escaños, inclinó la cabeza y se presentó ante aquel dios olímpico.
– ¿Usted pintó esto?
– ¡Sí, fui yo!
– ¡Espéreme en la Dirección!
Luego entró el guapo cajamarquino, iracundo e intempestivo, cerrando tras de sí la puerta.

 Casa de Rita Uceda en Santiago de Chuco. Pintura de Agustín Rojas.


5. Devoción
y cariño

– ¿De dónde es usted?
– De Santiago de Chuco, señor. –Dijo con voz velada ya casi al borde del llanto. –Vivo solo en Lima, sin familia y pobremente. –Rogó queriendo justificar de antemano su desatino.
– Lo felicito. Así se dibuja, con esa fuerza, con esa libertad, con ese coraje.
– ¿Qué dice, señor?
– ¡Que usted está en el camino del verdadero arte! ¡Usted será uno de los grandes pintores del Perú y que necesita tanto nuestra patria!
– ¡Gracias! ¡Gracias!
A partir de ese momento Agustín Rojas Torres pasó a formar parte del círculo de excelencia del maestro José Sabogal.
Fue un suceso ocurrido inopinadamente cuando él se sentía un marginado, un don nadie, un muerto de hambre
Pasó a integrar aquel círculo áureo que solo lo conformaban cinco artistas, a los cuales él dedicaba toda su magisterio, devoción y cariño, entre los cuales estaban Camilo Blas, Julia Codesido, Teresa Carvallo, Vinatea Reinoso y el propio Agustín Rojas Torres.

Calle del barrio Santa Rosa, en Santiago de Chuco. Pintura de Agustín Rojas.

6. Un pintor
por descubrir

Él nació en Santiago de Chuco y estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes del Perú con sede en Lima, capital de la República del Perú.
Fueron sus maestros en pintura José Sabogal y Camilo Blas; en composición y grabado Manuel Ugarte Eléspuro; en modelado Ismael Pozo y de postgrado el belga Jaques Maes.
Trabajó muchos años como diseñador de telas en la Casa Grace de Lima y fue constante en la presentación de muestras y exposiciones en diversas salas de Lima y otras ciudades del Perú.
Pero de lo que se sentía más orgulloso era de que su alma y sus pinceles hubieran restaurado la efigie bendita del Apóstol Santiago el Mayor de la Iglesia Matriz de su pueblo natal, de quien era transido devoto de su culto como todo buen chuco.
Y tenía razón porque esa es la capa de pintura que ha salido de sus manos y que millares de personas adoran con los ojos llenos de lágrimas reverentes y consagradas, con todo nuestro destino puesto a sus pies y en las manos de nuestro patrón bendito, a quien rogamos alivio a nuestros males y suerte en nuestras vidas, reverenciando allí mismo y sin saberlo el pulso y los matices de quien lo pintara.

Viejo campanario en la Plaza de Armas de Santiago de Chuco. Pintura de Agustín Rojas.

7. En memoria
de su lar nativo

Agustín Rojas es un artista por descubrir, revelar y valorar, a la misma altura que debemos apreciar a los más grandes pintores del Perú contemporáneo.  Es el paisajista conmovedor principalmente de los tejados de mi pueblo, tal y cómo yo los sentí de niño siempre: como un mar movible de olas de tierra ocre, y a veces roja, que se alejan y se acercan.
Pero en verdad es quien pintó a Santiago de Chuco en cada grumo y pigmento que aflorara de su paleta y de su palpitar que fue tranquilo y bueno. Incluso retrató a su pueblo en todo aquello que aparentemente no tenía nada que ver con su tierra, como es un desierto o un paisaje de costa. Inclusive en el mar que pintara está el aire de fiesta de su Santiago de Chuco querido. O cuando pinta un bodegón, o el retrato de una persona citadina. Allí está sin embargo el color y el aroma de las paredes y los tejados de su rincón andino; pero mucho más lógicamente si aquel lienzo es un ramillete de rosas, calas o alhelíes.
Por eso, al contemplar cada cuadro de Agustín Rojas saber indefectiblemente ¡oh peregrino!, que bajo aquellas imágenes y pigmentos paseó el poeta César Vallejo y marchó en su despedida el contingente del Batallón Libres de Santiago de Chuco a morir en la Batalla de Huamachuco. O en tantas otras lides en donde gente de mi tierra ha sabido entregar su corazón tembloroso, creyente y emocionado. Sí, emocionado con todo lo que hay que defender en esta vida y sobre la faz de la tierra.


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1 comentario:

  1. Excelente relato. Me hizo recordar algo similar ocurrido, con distinto final, a Humareda en su adolescencia.

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