2
DE OCTUBRE
DÍA
DE LA NO VIOLENCIA
DOMINGO,
A LAS DIEZ
DE LA MAÑANA
Danilo
Sánchez Lihón
1. Mayor
respeto
– De su boca ha
salido, y nosotras lo hemos oído.
– Pero repítanme
bien lo que ha dicho
– Yo lo he oído
clarito que ha dicho: “La vaca Tránsito”.
– ¿Eso ha dicho
de mí?
– Eso mismo. ¡Yo
también igualito lo he oído!
– ¡Juren, por
Dios y la Virgen que eso ha dicho de mí el subprefecto!
– ¡Lo juramos!
– Y yo juro, por
Dios, por la Virgen, por mi madre, por mis hijos y por Santiago de Chuco, que
mataré al subprefecto.
– ¡Por favor, tampoco
es para tanto, mujer!
– ¡Juro que lo mataré!
– ¡Por Dios, serénate!
¡Cálmate! ¿Qué es eso, Tránsito?
Al contrario, la
señora Tránsito Bracamonte, vecina de Santiago de Chuco, rolliza y
temperamental, no soportó la burla perpetrada por el subprefecto.
2. Los cabellos
hirsutos
Es doña
Tránsito, una mujer de un metro ochenta de estatura, testaruda, pero buena gente,
madre de sus hijos y leal amiga de sus amigas.
Aunque terrible
e incendiaria de carácter. “De armas tomar”, como dice la gente que la conoce.
Y a quien le ha parecido una ofensa intolerable, para todo el pueblo, el hecho
de que un subprefecto afuerino se exprese de ese modo.
Que un forastero
venga aquí a burlarse de la gente del propio lugar y encima a poner apodos
ofensivos, ¡no señor! ¿Por qué? ¡Tiene que haber mayor respeto!
Por eso, ha
considerado desde todo punto de vista ofensiva dicha alusión.
Y ha salido hasta
media calle, bajo el sol espléndido y luminoso, con los cabellos hirsutos por
la cólera, y ha proferido estas palabras imborrables:
– Juro que mataré
al subprefecto el día domingo a las diez de la mañana.
Y ha cerrado su
puerta con un golpe que ha repercutido hasta la plaza.
3. Con sus ojos
enrojecidos
Las señoras que
han ido con el chisme están arrepentidas, asustadas y atónitas. Y se santiguan
a cada rato. Saben que lo que dice ella lo cumple.
– ¡Y ahora qué
hacemos! –Cuchichean.
Es más,
quedándose allí paradas y mirándose entre ellas mismas, no saben a quién acusar
por la ligereza de haber venido con el improperio dicho por el Subprefecto,
respecto a esta mujer de cólera tozuda y descomunal.
Allí ven
estupefactas cómo se abre de un solo golpe el balcón y sale otra vez doña
Tránsito con una carabina y grita, dirigiéndose a los muchos vecinos que han
salido a sus puertas:
– ¡Juro por
Dios, por mi familia y por Santiago de Chuco que con esta carabina mataré al subprefecto
el día domingo a las 10 de la mañana!
Y mira con sus
ojos enrojecidos por la obcecación, cierra su balcón y deja a su anonadado
auditorio más sumido en el desconcierto y la confusión que nunca.
4. No hay
nada qué hacer
La noticia ha
corrido como un reguero de pólvora y ha llegado inmediatamente a oídos del
subprefecto que no hace mucho se ha hecho cargo de su función jurisdiccional,
viniendo desde Trujillo.
Es un hombre
alto, colorado y gordo. Quien se ríe a carcajada batiente, celebrando que el
apodo la haya afectado y herido tanto a la mujer que ya ve como un obstáculo en
su gestión gubernamental, y que ya es tiempo de neutralizar. Y esta es una
fórmula adecuada, según él, en sus medidas de política pueblerina.
–Así que la ha
disgustado que yo diga “La Vaca Tránsito" Pero ¡qué le vamos a hacer pues!
“Dios nos dio de más y nos quitó de menos”. –Sentencia de ese modo, riendo otra
vez a mandíbula batiente, sin que la concurrencia sepa qué ha querido decir con
la turbidez de las frases que ha dicho.
Los dos días
siguientes al lunes, en que ocurriera el malhadado suceso, toda la gente
comenta entre risas lo bien que está puesto el apodo de “Vaca Tránsito” a doña
Tránsito Bracamonte. Se ríen de la precisa ocurrencia del subprefecto que no
hay duda es un criollazo de buena sepa, que tiene fuste, y es hombre de mundo, campechano
y de gracejo a flor de labio. No hay nada qué hacer, ¡la gente se pinta por sí
sola!
5. Temible
amenaza
Pero nadie se
atreve todavía a dejar pasar al fuero de su conciencia el juramento solemne y que
ha hecho, por Dios, sus hijos, sus ancestros y por Santiago de Chuco, que
consiste nada menos que en matar al subprefecto que la ha ofendido.
Pero, a partir
del día jueves ha cobrado peso más bien la amenaza y el pueblo ha empezado a
ponerse tenso y nervioso. El subprefecto también ha ido perdiendo el buen humor,
Ahora se le ve más bien silencioso y han empezado a presentarse los achaques
que padece por su corpulencia: siente punzadas aquí, ahogos allá, opresiones en
el pecho, dificultades para respirar, todo motivado por la tensión y también
por la abultada gordura que lo aqueja.
El día viernes
pide consejo a sus amigos y colaboradores inmediatos, quienes nerviosos se
deshacen en análisis de la situación, puntos de vista, debates y advertencias,
tomando ya en serio la terrible amenaza de la señora Tránsito, cuidándose muy
bien de no decir “Vaca Tránsito”, seguida de la sonrisita pícara con que han
acompañado a la alusión en los días anteriores.
En lo que a doña
Tránsito se refiere, ha clausurado sus puertas, no habla con nadie, mantiene
hermetismo absoluto, se la ve ceñuda. Cuando atraviesa por los corredores del
segundo piso de su casa, que a retazos se divisa desde la calle, se le nota adusta
e indescifrable, lo cual hace más nítido y temible su ultimátum.
6. Nadie
la cambia
Las
conversaciones, e incluso hasta los juegos entre los niños es: “Lo mata, o no
lo mata”. “Lo mata, y ella escapa”. Hay quienes hasta deshojan pétalo a pétalo
las margaritas de los jardines y hasta de las acequias para saber cuál es el
pronóstico que tiene mayor incidencia respecto a este cada día más espinoso y explosivo
suceso.
– ¡Irá a la cárcel!
–Dice uno.
– Pero a ella no
le importa con tal de lavar su honor y su orgullo que han sido mancillados.
– ¡Oye! ¿Pero
qué tanto es “Vaca Tránsito”? ¡Si hay peores apodos!
– Sí, pero ella
ya dio su sentencia. Y eso, a estas alturas, nadie lo cambia.
– Y aquí nadie
deja de cumplir su palabra. Así nos han enseñado en nuestro pueblo. Como
también a no coger ni una aguja ajena, a no robar ni un pan. Eso aquí es sagrado,
y ley.
– Pero ¡vamos
con las chismosas que inmediatamente fueron con el cuento! Y, ¡miren el
conflicto que se ha armado! –Ya se queja la gente.
7. De allí
que
– ¡Toda
maledicencia es nefasta! Y ya ven en lo que estamos metidos.
– Pero de esto
podemos aprender que, así como es malo el chisme, igual son de malos los
apodos.
– Porque estas
son minucias, ¿cuándo vamos a desarrollar verdaderamente?
– ¿Cuándo vamos
a encarar los verdaderos problemas que nos aquejan?
– ¡Eso!
– ¡Como es la falta
de luz eléctrica, como es que no hay agua potable, tuberías de desagüe, vías de
comunicación, servicios de salud!
De allí que hoy,
en sesión solemne, el Concejo Municipal ha llegado al acuerdo de sugerir al subprefecto,
Sr. Augusto Gildemeister que, para guardar la tranquilidad del pueblo, se
ausente del lugar abandonando la ciudad por unos cuantos días.
La recomendación
del Concejo se ha discutido entre los allegados del amenazado y se ha concluido
que la huida del subprefecto deterioraría completamente su imagen haciéndola objeto
de burlas ante la población, al punto que haría ingobernable la provincia.
8. Rodean
los contornos
– ¡Mejor que
renuncie! –Sugiere otro.
– ¿Pero
renunciar sólo por poner un apodo?
– Es que: ¿cómo
es posible que una autoridad venga aquí a poner apodos?
– Sí pues, eso
también es cierto; ¡en eso tienen toda la razón!
– Ha sido una
ligereza.
– ¡Qué ligereza!
¡Nada en la autoridad es ligereza! ¡Es una irresponsabilidad!
– ¡Y miren el
conflicto en que nos ha sumido!
Pero se ha
optado más bien, por pedir telegráficamente a Trujillo refuerzos policiales y
la dotación de una guardia especial que custodie y brinde protección al
subprefecto, día y noche.
El día sábado
por la tarde la máxima autoridad política, para mayor seguridad, ha dejado su
casa y se le ha instalado su cama y demás implementos en su oficina situada en
la Plaza de Armas.
La Guardia
Civil, más un cuerpo especial de la subprefectura, rodean los contornos.
9. Ocuparnos
de obras
– Doña Tránsito
ya arregló sus cosas para ir a la cárcel. Porque está decidida en matar al subprefecto.
– ¡Y todo esto
solo por los chismes, señores!
– Eso es lo que
atrasa a nuestro pueblo, ¡la chismosería! ¡Los disparates y el vilipendio!
– ¡Y los apodos,
oiga usted! Porque este en realidad no fue un chisme. Lo que dijo el
Subprefecto fue una infamación.
– Chisme es
cuando inventan cosas o las aumentan. Y cuando tergiversan los hechos.
– ¡Entonces el chisme
es peor incluso!
– ¡En eso
estamos mal acostumbrados, oiga usted!
– Claro, ¡es
peor!
– ¡Pero éste también
no deja de ser chisme, el correr e ir a contar cualquier cosa!
– Pero es
sencillo arreglar todo esto: ella sale con su carabina, los guardias la
atrapan, va un día al calabozo y pasa toda esta alharaca que está haciendo tanto
daño al pueblo.
– Pero, ¡eso no
es cumplir su palabra!
– Eso sería
hacer una pantomima o payasada.
10. Apenas
falta un día
Así es el
comentario de adultos y viejos, de niños y muchachos en las esquinas.
– Preferible que
hacer eso es que el subprefecto se vaya. ¡Tendrá que irse!
– No hay duda, ya
es un problema difícil ¡Y con el genio que ella tiene!
– ¡Dicen que ya
encargó todo a su familia y a sus conocidos!
– Pero otra vez
caemos en el “dicen”. “Dicen”, ¡que es chisme! ¿Cuándo nos acostumbraremos a
ocuparnos más de hechos y de obras?
– Bueno, apenas
falta un día y mañana sabremos el desenlace de esta historia.
Así, unos
cavilan y otros pierden la cordura en el asunto que se ha planteado:
Lo cierto es que,
a partir de las cinco de la tarde del día sábado nadie puede pasar por el
centro del pueblo. El día domingo se han suspendido las misas y han enmudecido
todas las campanas.
Minuto a minuto
se cuenta el tiempo con el nerviosismo de ver a qué hora sale la señora
Tránsito Bracamonte o “Vaca Tránsito”, como se atreven a llamarla todavía con
el aliento en sordina, los muy audaces, aquellos que no le temen a nada ni a
nadie, aunque de todos modos solo lo dicen susurrando entre dientes y con la
voz apagada.
11. A las 10
en punto
Cinco minutos
antes de las diez de la mañana del día domingo los policías han rastrillado sus
armas y el Subprefecto Gildemeister, más inquieto que nunca comienza a toser
tanto que se escucha sus tosidos desde la plaza.
Y ha empezado a
ahogarse y agita sus manazas dentro del saco con su vientre abultado.
A las diez en
punto se escuchan dos disparos trepidantes y mortales que han estremecido a
grandes y chicos, retumbado en todo el pueblo y los contornos, levantando a la
gente de sus asientos.
Y, sobre todo,
hiriendo nuestras almas. Y haciendo temblar nuestros cuerpos expectantes,
simples pero que han sacado de quicio el cimiento de nuestras casas de este nuestro
pueblo antes apacible.
Y se abre de un
golpe y de par en par la puerta de la casa de la señora Tránsito Bracamonte. Y
aparece ella con la carabina echando humo entre sus manos y diciendo con voz
solemne:
– ¡Pasen a ver!
¡He matado al Subprefecto a las 10 en punto de la mañana!
En el centro de
su patio un inmenso chancho sangra de dos certeros balazos que ella misma acaba
de asestarle en la cabeza.
12. Disparos
y sangre
– Ése es el
Subprefecto que tenemos. “El Chancho Gildemeister”, que ya está muerto para
bien de nuestro pueblo. –Dice premonitoriamente.
Y nosotros pasamos
reverentes a observar la escena luctuosa.
Y para siempre quedó
perpetrado otro apodo, con la misma fuerza de los disparos y de la sangre que se
derramara esa mañana aciaga, y que sellaba ese apelativo que hasta el día de
hoy se recuerda en mi pueblo, y cuál es: “El Chancho Gildemeister”.
Doña Tránsito
dejó que todo el que quisiera pasara y contemplara reverente, solemnes y
extasiados, la parodia del chancho victimado. Y así desfilamos silenciosos y conturbados
ante este atentado o desvarío, o como quiera llamárselo, como si desfiláramos
ante un ritual.
Eso sí, a partir
de entonces, es inevitable referirse a los apodos de “Chancho Gildemeister”
para nombrar al subprefecto, como también escondiendo la boca, “Vaca Tránsito”
para designar –entre dientes, pero con disimulada sonrisa– a doña Tránsito
Bracamonte de Rodríguez.
Sellaron así,
con dimes y diretes, chismes, cóleras y lágrimas ocultas y manifiestas; y con dos
disparos certeros, su paso por la historia, rumbo a la banal, veleidosa y
atrabiliaria posteridad de que somos también víctimas propiciatorias los pobres
seres humanos
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